Mi amiga Berta, presente en la celebración, se escandalizó. —¿Oíste lo que dijo? — me susurró al oído —que todos “cojamos” a nuestro gusto y sabor. ¡Qué inmoral! Yo me largo de aquí. Bastante trabajo me costó convencerla de que en buen español ese “cojan” es equivalente de “tomen” o “sírvanse” y que nuestro amigo se refería a que cada quien cogiera todas las boquitas que quisiera. Y es que, como americanismo, “coger” es palabrota, aunque también se usa en el sentido adecuado. El Diccionario de sinónimos y antónimos de la editorial Océano recoge varios sinónimos muy vulgares del término, entre ellos: “joder, follar, (fornicar) ”. Qué conste que soy inocente de esas malacrianzas: las dice el diccionario. Aquí estamos llegando al colmo: con excepción de unas cuantas personas, entre las cuales me cuento, en lugar de pedirle a alguien que llegue a “recogerlos” a determinado lugar, todos dicen: “Véngame a traer a la fiesta”, un disparate total, porque la palabra les parece también impronunciable.
Convencida ya Berta de que no se trataba de una orgía, sino de una fiesta decente, como es muy criticona comenzó (no inició) a “bajarle el cuero al prójimo” (a despellejarlo), después de “atorarse” (centroamericanismo vulgar por comer en demasía) de los dichos entremeses, sin dejarles casi espacio a las viandas del bufé que estaba de chuparse los dedos: “Mirá a aquella “fenómena” (mal dicho: el vocablo no tiene femenino) con más “llantas” (roscas) que el tío Michelin. ¿Cómo se atreve a ponerse en biquini? Si esa debería usar un güipil largo” (para los extranjeros: blusa tejida y bordada).
—¿Viste a esa con tanga? Debe de padecer de anorexia — prosiguió. Volteé a ver a la chica, que estaba “como quería”, muy bien formada. Era lo que los varones en cualquier lugar llamarían, si supieran nuestros localismos, un “mango”, “una nave”, un “cuerazo”, un “culazo”, (aquí esa palabra no es indecente, es halagadora). Le contesté a Berta que ella de lo que padecía era de gula y de envidia. —Si eso crees de mí— fue su respuesta— me voy a otra parte y voy a “telefoniar” (telefonear) para que “me vengan a traer”.
Desafortunadamente nadie respondió las llamadas, me dijo que regresaría conmigo y se fue por otros rumbos a buscar a alguna víctima de su cotorreo.
Cuando la encontré — tenía que regresarla a la capital— estaba “alegrita” (pasada de copas), acosando al anfitrión. Pero no era acoso sexual: Quería más boquitas y más vino.
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