Ciencia

Crowdfight covid-19: comunidad científica y médica contra la pandemia

Cuando la epidemia de coronavirus golpeó el mundo a principios de marzo, muchos investigadores sentimos una gran frustración.

Shutterstock / ZooNo3

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Irónicamente, al mismo tiempo que la ciencia se convertía en la esperanza del mundo, la mayoría de los científicos nos vimos obligados a encerrarnos en casa y a observar con los brazos cruzados el imparable avance de la pandemia.

Ese sentimiento de impotencia nos empujó a crear Crowdfight COVID-19, una plataforma en la que científicos de cualquier ámbito pueden ayudar a los médicos e investigadores que están en primera línea contra el Covid-19.

Su funcionamiento es sencillo. Cualquier investigador puede inscribirse en la plataforma como voluntario y cualquier persona trabajando en COVID-19 puede solicitar ayuda con una tarea específica. Nuestro equipo analiza cada petición y, si cumple unos criterios mínimos, lo divulga entre los voluntarios. Después recopilamos las respuestas y estudiamos la mejor manera de ayudar al solicitante.

Cuando creamos Crowdfight Covid-19, durante los primeros días de la cuarentena, lo hicimos sin apenas recursos y con pocas expectativas. Pensamos que con conseguir ayudar a un único investigador en la lucha contra el virus, nuestro esfuerzo ya habría valido la pena. La realidad superó con creces nuestras expectativas.

La respuesta que tuvimos de la comunidad científica fue abrumadora. Descubrimos que nuestras ganas de ayudar en la lucha contra el virus no eran una excepción, sino la regla. Poco después de lanzar nuestras primeras llamadas en redes sociales, una marea de científicos comenzó a registrarse en la plataforma. Al mismo tiempo, médicos e investigadores empezaron a pedirnos ayuda para las más diversas tareas. En pocas semanas ya teníamos más de 45 000 científicos registrados como voluntarios y cientos de peticiones de ayuda.

Hemos gestionado todo tipo de peticiones. Algunas sencillas, como traducir cuestionarios psicológicos a distintas lenguas o recabar información en la literatura científica. Otras bastante más complicadas, como el caso de una empresa sudafricana que necesitaba realizar un ensayo específico, que conseguimos derivar a un laboratorio en Escocia. O el de un grupo en Rusia que había sintetizado una molécula candidata a inhibir la entrada del virus y para el que localizamos un laboratorio en Francia.

También hemos sido testigos de cómo la pandemia impactaba de manera desigual a diferentes países y, gracias a nuestros voluntarios, hemos podido aportar nuestro granito de arena para paliar estas injusticias. Como cuando un grupo en Colombia consiguió un plásmido gracias a un grupo en Bélgica, cuando un voluntario en España se ofreció para entrenar a técnicos en Burundi para realizar PCR, o cuando una ONG nos pidió ayuda para modelar la reorganización de los campamentos de refugiados sirios para minimizar el impacto de la pandemia.

A marchas forzadas hemos ido aprendiendo de estos ejemplos para ampliar y mejorar la plataforma. Con el aumento en número y diversidad de peticiones nos vimos obligados a incorporar a más gente y a mejorar nuestro método de trabajo para no dejar ninguna solicitud sin respuesta. Hemos intentado automatizar gran parte del proceso, manteniendo un trato cercano y personalizado con quienes acuden a nosotros en busca de ayuda. Todo ello, valiéndonos exclusivamente del esfuerzo de compañeros que han decidido donar su tiempo y conocimiento al proyecto.

Otra forma de hacer ciencia

A pesar de que la colaboración siempre ha sido uno de los elementos distintivos de la ciencia, el actual diseño de la carrera científica en la mayor parte del mundo fomenta la competitividad. Cada equipo de investigación es una isla y, fuera de ella, nuestro sistema apenas reconoce un tipo de colaboración: la que acaba reflejada en la lista de autores de un artículo. Esto implica que colaboraciones largas y estables, en las que ambas partes comparten un mismo proyecto, son las únicas realmente valoradas. ¿Son estas las únicas que valen la pena?

Todos los que nos dedicamos a la ciencia conocemos situaciones en los que unos minutos de un investigador podrían haber ahorrado semanas de intentos infructuosos a otro. Ahora mismo esos encuentros ocurren de forma fortuita. En Crowdfight COVID-19 hemos llegado a poner en contacto a investigadores de un mismo centro que incluso se conocían personalmente, pero que no eran conscientes de que uno podía ayudar al otro. Nuestro método convirtió lo fortuito en posible.

Estos meses nos han enseñado el enorme impacto positivo que pueden tener este tipo de colaboraciones puntuales. Y hemos comprobado que también pueden establecerse de manera eficaz, no solo entre científicos que trabajan cerca, sino a nivel global.

Por eso creemos que esta plataforma puede ser mucho más que una herramienta para acelerar la investigación sobre coronavirus. Recientemente hemos creado la asociación científica “Crowdfight”, con la que pretendemos llevar este modo de trabajo a otras áreas de la ciencia. Para nosotros es un método, una forma de optimizar recursos y tender puentes, un espacio de colaboración y de ayuda mutua.

Nuestro objetivo en los próximos meses es expandir la plataforma para convertirla en un espacio colaborativo al servicio de la ciencia. Estamos convencidos de que otra forma de hacer ciencia es posible y de que iniciativas como la nuestra muestran el camino a seguir, apostando por la colaboración frente a la competitividad.


En este artículo ha colaborado Ignacio Amigo, doctor en biología molecular, comunicador científico y coordinador de Crowdfight.The Conversation


Alfonso Pérez Escudero, Investigador en Biología Cuantitativa, Université de Toulouse III – Paul Sabatier; Alberto Pascual-García, Researcher in Theoretical Biology, Institute of Integrative Biology, Swiss Federal Institute of Technology Zurich; Gonzalo Polavieja, Investigador principal, Fundación Champalimaud; Lara Duran-Trio, Researcher in neurometabolism, CHUV – Centre Hospitaliere Universitaire Vaudois (Suiza) y Sara Arganda Carreras, Investigadora postdoctoral especializada en el estudio de los insectos sociales, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.