Tres años después empezó a tener unas convulsiones que cada vez se volvieron más intensas y frecuentes, a pesar de la medicación.
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Edvard Moser, el Nobel que resolvió “un problema que ha ocupado a filósofos y científicos durante siglos”
Cuando tenía 7 años, Henry Molaison se dio un golpe en la cabeza y se fracturó el cráneo.
El neurocientífico Edvard Moser nació en 1962 en una pequeña isla en Noruega. (Foto Prensa Libre: T.Melhuus/Kavli Institute for Systems Neuroscience)
Para cuando cumplió los 27 años ya no podía tener una vida normal.
Es por eso que, en 1953, Molaison aceptó formar parte de un procedimiento experimental en el que le extirparon los dos hipocampos del cerebro.
La operación funcionó y el hombre dejó de tener convulsiones. Incluso su coeficiente intelectual aumentó.
Pero entonces los médicos se dieron cuenta de que, en el proceso, habían dañado su memoria. El joven no podía recordar si había desayunado o cómo llegar hasta el baño.
Olvidaba las caras y nombres del personal médico y, lo que era más perturbador, debían decirle una y otra vez que su tío había muerto.
El trágico desenlace de su cirugía dio inicio a cinco décadas de estudios que lo inmortalizaron como el paciente “HM”, el más famoso de la historia de la neurociencia.
Molaison no llegaría a verlo, pero su caso derivó en un descubrimiento crucial sobre el funcionamiento del cerebro y la memoria.
No en vano le valió el premio Nobel de Medicina al neurocientífico noruego Edvard Moser.
Filosofía y ciencia
“El espacio y tiempo son propiedades totalmente fundamentales de nuestra propia experiencia subjetiva”, dice Moser a BBC Mundo.
“Es difícil mantener cierto entendimiento del mundo si no podemos colocar las cosas en algún lugar del espacio y organizar los eventos en un tiempo”, agrega.
“Por eso, cuando estas habilidades se pierden, de alguna manera nos perdemos a nosotros mismos“.
Moser, quien este miércoles participa en la conferencia Nobel Prize Dialogue en Madrid, puede a veces sonar como un filósofo.
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Y aunque no lo es, la propia Academia Sueca reconoció al anunciar su premio en 2014 que había logrado resolver “un problema que ha ocupado a filósofos y científicos durante siglos”.
El GPS del cerebro
“El premio Nobel fue por descubrir las células que forman parte del sistema que nos permite saber dónde estamos y encontrar el camino” para ir de un lugar a otro, explica Moser.
En otras palabras, se trata de células que funcionan como el “GPS interno” del cerebro.
Pero el galardón no lo recibió en solitario, sino que lo compartió con el estadounidense John O’Keefe y la noruega May-Britt Moser.
El apellido Moser no es una extraña coincidencia.
Edvard y May-Britt no solo forman parte del selecto club de los laureados por la Academia Sueca, sino que además son parte de uno todavía más reducido: el de los cinco matrimonios Nobel.
Un intrincado camino
Edvard Moser nació en 1962 en Haramsoya, una isla del oeste de Noruega de tan solo 500 habitantes, pero a los pocos meses sus padres se mudaron a un ambiente “más urbano, por así decirlo”, ironiza.
Es que la isla que sería su hogar hasta los 18 años tenía “unos 4.000 habitantes repartidos en cuatro diferentes poblados”, cuenta en su autobiografía.
A pesar de no haber crecido en una familia ni un lugar con tradición académica, a través de suávido consumo de libros descubrió la ciencia y se apasionó por ella.
Pero su camino hacia la neurociencia, un área que entonces no existía como carrera universitaria, terminaría siendo intrincado.
Cumplió con el servicio militar obligatorio, hizo algunos cursos de matemáticas y estadística, se doctoró en neuropsicología y comenzó un periplo internacional por distintos laboratorios.
“Hubo desvíos”, dice a BBC Mundo. “Pero creo que venir de un lugar donde no había nada más me ayudó a tener una perspectiva diferente y original sobre los problemas”.
A lo largo de esos años, May-Britt se convertiría en su esposa, pero también en su compañera de investigación y cofundadora del Instituto Kavli para Sistemas de Neurociencia en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología en Trondheim, en el centro del país.
“Llevamos muchos años dirigiendo este laboratorio e Instituto juntos y funciona mucho mejor que si fuese uno solo”, pues según cuenta, tienen intereses similares pero habilidades distintas.
Y si bien los Moser ahora están divorciados, sus carreras siguen profundamente interrelacionadas.
Es que no solo continúan a la cabeza del Instituto que crearon juntos, sino que siguen recibiendo financiación y galardones como dupla.
“La gente nos percibe como una unidad natural”, explica él.
“De haber pensado que alguna vez ganaría el Nobel”, agrega, “hubiese asumido que sería con ellos (May-Britt Moser y John O’Keefe). Cualquier otra opción hubiese sido extraña para mí”.
Espacio y tiempo
“El intrincado sistema de mapeo del espacio que derivó en el descubrimiento de la célula red en 2005 y el premio en 2014 fue apenas el principio“, afirma Moser.
En estos años, por ejemplo, descubrieron que esas células “no solo se encargan del espacio, sino también del tiempo, por lo que hay un cambio a medida que el tiempo pasa”.
“Ahora sabemos también que el espacio y tiempo son elementos de los recuerdos que son almacenados en este sistema“.
Hasta han dado inicio a lo que llaman la “fase dos” de sus investigaciones: “Entender la enfermedad de Alzheimer y, ojalá, contribuir al desarrollo de algún tipo de tratamiento”.
“El área del cerebro que contiene todas estas células especializadas y registra el pasaje del tiempo suele ser la primera área que se daña en el alzhéimer”, dice el Nobel.
Esta enfermedad, que aún no tiene cura, afecta a entre el 60 y 70% de personas con demencia, que son nada menos que 50 millones alrededor del mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
“Y está aumentando rápidamente porque la gente está viviendo más tiempo, por lo que es un gran problema para la sociedad”, agrega.
La trágica historia de Molaison fue excepcional por la forma, pero no por la pérdida de memoria en sí.
Moser ahora busca ayudar a los otros 50 millones de “HM”y que también viven en el constante olvido.