PLUMA INVITADA
¿Será en 2019?
Las próximas elecciones generales se acercan de puntillas, sin mucho aspaviento en vista de que la clase política ha sido decapitada por la Cicig y el MP. Los feudos políticos —llamarlos partidos sería un eufemismo— yacen sangrantes en lo que todavía es parte de una embestida brutal para combatir la corrupción.
La derecha ha tenido chances de gobernar en los últimos años y, aunque se cambie de uniforme, sale humillada, como en tiempos de Óscar Berger, de Otto Pérez, y el actual, de Jimmy Morales. La izquierda —de nuevo otro eufemismo— también ha terminado muy maltrecha, tanto con Alfonso Portillo como con Álvaro Colom. ¿El centro? Esa es una entelequia que solo existe en los textos de ciencias políticas.
Ante este vacío, mejor dicho: ante ese yermo, o todavía de manera más precisa: ante esa desolación política, uno creería que no existen condiciones más perfectas para el surgimiento y el gobierno de un partido Maya en Guatemala, con un presidente Maya. No han sido solo los partidos políticos los que han fracasado; en un contexto más amplio, es la sociedad ladina la que tambalea por caer, cual borracho in extremis.
Ciertamente ha habido indígenas en la mayoría de partidos políticos desde los tiempos de la Democracia Cristiana y la Unión del Centro Nacional, a mediados de los 80s, pero jamás han desempeñado un rol protagónico. Hasta ahora los partidos políticos han vestido con traje occidental, los indígenas han sido, a lo sumo, una… corbata, multicolor y folclórica, pero no más que una corbata, ocupando algunas pocas curules en el Congreso.
Esta habría sido la coyuntura idónea para Rigoberta Menchú, pero ella se lanzó, de manera precipitada, caótica y mesiánica a su aventura presidencial en 2007, y el 3% de votos que recibió fue su sepultura política. El gran mito, el cual aterraba a la capa ladina conservadora de Guatemala, terminó siendo una burbuja.
A finales de 2004 me tocó trabajar durante un mes en Bolivia. Recuerdo que me asombró el tremendo parecido de ese país con Guatemala a pesar de la gran distancia, un parecido mucho más cercano al que Guatemala tiene con países como Nicaragua o Panamá, por citar solo dos. Encontré tantas similitudes que yo me sentía como pato en el Titicaca: inestabilidad política, crecimiento económico dificultoso, pobreza e inequidad, sector rural amplio, y obviamente una presencia indígena amplísima. Eran las postrimerías de lo que sería el último gobierno no-indígena, el de Carlos Mesa. Hablamos con infinidad de personas y muy pocos le daban chance a Evo Morales, o si decían que tenía posibilidades, lo veían en el poder uno o dos años a lo sumo, pues era el periodo normal de casi cualquier gobernante. El resto es historia. Evo Morales fue electo menos de un año después. Que su gobierno ha cometido errores y no ha sido el mejor, por supuesto, pero él se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia y le ha dado una estabilidad política que nadie creía posible.
Ya sé lo que estarán pensando muchos lectores: los Mayas guatemaltecos no tienen la organización de los indios bolivianos, y no cuentan con un partido político como el que Evo Morales había formado, y mil cosas más. En Bolivia también lo creían imposible, con 36 lenguas indígenas, de las cuales tres son las más importantes, con una población indígena mayoritariamente pobre y poco educada, y de los cuales muchos vivían en los linderos de la ley, cultivando coca. Ya sé, me dirán que es imposible.
Con toda franqueza: Lo que me respondan los ladinos con sus miles de prejuicios y su racismo oculto me es de poca importancia. Me interesaría saber qué dicen los indígenas, y si tendrán el coraje y la voluntad.
Y a estos les diría: basta ya de marchas y bloqueos, basta ya de quejas y protestas desde la sociedad civil. ¡Basta ya! ¡Ahora se trata de organizarse políticamente y de tomar el… poder!