Salen presurosos de regreso a la calle y se conducen por el callejón lleno de charcos y lodo, porque la noche anterior llovió, y se dirigen a la playa acompañados de música y de conversaciones jocosas, y pláticas de estrategias para realizar su mejor pirueta, como lo hacen los exponentes internacionales.
Su principal preocupación es cómo estará el día, si las olas tardarán en crecer, mientras se escucha el canto de los gallos que anuncian las 5 de la mañana.
Uno a uno son dejados los comedores de la arteria principal, y así se encaminan hasta atravesar el viejo muelle de Champerico, en el que ellos mismos colocaron un colchón viejo, para no cortarse los pies con las púas oxidadas. Unos 300 metros los separan de las piedras que están colocadas para formar la dársena, sitio de reunión. Ahí los espera el grupo que tiene tablas propias.
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