Sus condiciones físicas, su talante dialogante —habla inglés, francés, español e italiano y se sabe el nombre de pila de todos los futbolistas a quienes dirige— y su firmeza le abrieron pronto las puertas de la internacionalidad.
Momentos gloriosos
Collina participó en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y en los mundiales de Francia 1998 y Corea y Japón 2002. En este último se consagró definitivamente en el partido entre Inglaterra y Argentina (1-0), sobre todo en la final Brasil-Alemania (2-0), en la cual solo mostró dos tarjetas amarillas, a Roque Júnior, en el minuto 6, y a Miroslav Klose, en el 9. Después pidió a las oncenas que se pusieran a jugar, y los futbolistas lo entendieron. No hubo más amonestaciones, no tuvo que cortarse el partido por faltas y no hubo un solo reclamo de ningún jugador. Al final del encuentro los propios jugadores lo felicitaron, y Ronaldo y Hamann le regalaron sus camisetas. Blatter, el presidente de la Fifa, le devolvió el balón de la final y le dijo: “Este balón es tuyo y solo tuyo”. Después lo invitaron a subir a la ceremonia de las medallas y le colocaron una. Cuando las pantallas del estadio mostraron su famosa cabeza y su medalla al cuello, el público lo ovacionó.
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