En el 2004, el fallecimiento de su padre desniveló la balanza emocional de Adriano. Perdió la brújula. “Tras perderle, entré en un gran estado de depresión que sólo curaba con alcohol”, reconoció años después. “Sólo me encontraba bien bebiendo y no sentía la necesidad de parar. Salía cada noche y bebía cualquier cosa que cayese en mis manos, cerveza, vino, whisky…”, refiere.
Pero antes del Adriano autodestructivo existió uno que tuvo el mundo a sus pies, que llegó en las quinielas a futuro balón de oro. El sucesor de Ronaldo. El Emperador no vino al mundo en una familia patricia. Su abuelo, Luis, era albañil y ayudó a construir Brasilia; Wanda, su abuela, vendía yuca en el mercado. La madre, Rosilda, fue costurera, mujer de la limpieza y después vendía bombones de butano para poder pagar los billetes a los entrenamientos de su hijo con el Flamengo. Ahora vive con Wanda en una casa de lujo, a orillas de la playa, en Barra da Tijuca, la zona más lujosa de Río. Siempre dijo que el éxito de su hijo mayor —tiene otro más pequeño, llamado Tiago— lo había profetizado el pastor de su iglesia baptista.
El gran paso
La vida futbolística de Adriano empezó en 1999. Por entonces, ya en el Flamengo, era lateral izquierdo del Juvenil, pero le echó el ojo Carlos Alberto Torres. El chico tenía un martillo pilón en su zurda. Acudió al Mundial Sub 17 de Nueva Zelanda. Flaco, aún por desarrollar el físico potente que tendría dos años después, se quedó a la sombra de su compañero Leonardo, y aunque fue titular en la final, en 176 minutos se le vio incapaz de marcar. Eso sí, volvió con la medalla de oro.
Al año siguiente se le subió al primer equipo del Flamengo y se estrenó a lo grande, en un derbi contra el Botafogo de la Copa Río-Sao Paulo de 2000. Su primer gol fue contra el Sao Paulo, con el 14 a la espalda, el mismo con el que debutaría en el Inter. Recorte al zaguero y latigazo a pie cambiado al portero.
Massimo Moratti, hombre de bolsillo generoso y gatillo fácil, quería al nuevo Ronaldo para juntarlo con el original, ya en su escuadra pero machacado por las lesiones.
Su debut con el Inter, el 14 de agosto, en el Trofeo Bernabéu de 2001, golazo de falta. Obús por la escuadra derecha de Casillas. Pero en aquel equipo nerazurro de Cúper no tenía hueco con Vieri indiscutible y Martins. Únicamente logró marcar un tanto en 14 partidos, y el 11 de enero de 2002 se marchó, cedido a la Fiorentina. En Florencia se curtió, con seis tantos en 15 partidos. En Appiano Gentile aún no lo vieron listo y vendieron la mitad de su pase al Parma por dos años, marcó 25 goles en 40 partidos. El 3 de octubre del 2002 le marcó al CSKA en la Copa de la Uefa uno de los mejores goles de su carrera. Un lanzamiento de falta desde 35 metros que amenazó con prender fuego a la red. Imparable.
Por entonces, en Italia, se le consideraba el delantero de moda. Moratti lo rescata para reforzar un Inter deprimente con Zaccheroni, el 20 de enero de 2004. Paga ¤23 millones, más las cesiones de Isah Eliakwu y Ianis Zicu. Seguiría su carnaval de goles. Su gran día fue el 17 de octubre de 2004, un 3-1 brillante al Udinese.
La mitad de Milán que sentía en negro y azul lo adoraba. La Curva Nord , el sector ultra del Inter, le dedicó una canción adaptando el clásico Sarà perchè ti amo de Ricchi e Poveri. No era para menos, entre 2004 y 2005, dibujó sus días de gloria con la Seleçao. Conquistó la Copa América 2004, siendo pichichi —siete goles— y elegido como mejor jugador, laureles con los que salió de la Copa Confederaciones en el 2005, que prácticamente ganó el solo, marcando cinco goles, con un doblete a Alemania y otro a Argentina en la final (4-1)
Iba encaminado a ser la gran figura en el Mundial del 2006, y el fracaso, junto al de Brasil, fue estrepitoso. Dos goles, eliminación en cuartos y punto de inflexión en su carrera. El principio del declive. Nunca volvió a brillar con la canarinha, con la que ha dejado un registro final de 27 goles en 48 juegos.
Tras esa cita mundialista, el 18 de marzo de 2007 volvió a estar en boca de todos, por su vida extradeportiva. Esta vez, por una pelea. Se perdió el Amigos de Zidane versus Amigos de Ronaldo por liarse con Rolando Howell, pívot de 2.06 metros del Varese.
Toca fondo
Para noviembre de ese año, sus demonios ya eran cuestión de estado en el Inter de Mancini. “Le he llegado a decir a mi madre que éramos más felices cuando no tenía dinero”, contó en Sky Italia. Fuera del once titular y al no tenerlo inscrito en la Champions, una semana más tarde, Moratti, desesperado, le daba vía libre para marcharse a Sao Paulo a recuperar la forma. Para que se repusiera mental y físicamente. Eso sí, con el sueldo suspendido. Pese a que, según la directiva, era un retiro de un par de meses, el Emperador se quedó en el club paulista hasta final de curso, para jugar la Libertadores y el campeonato paulista. Allí amagó con volver a ser quien era: 17 goles en 28 partidos. Aunque, como no podía ser de otro modo, sazonó sus siete meses con sus líos habituales.
En junio del 2008 regresó a Milán, y en el aeropuerto de Malpensa aseguró que era otro: “Ya estoy bien y tranquilo. He vuelto para quedarme”. Empezó marcando, pero algo fallaba. Y es que aquella promesa, al regresar a suelo piamontés, como otras tantas, saltó por los aires. A principios de abril aprovechó un viaje con la canarinha para quedarse en Río y no dar señales de vida. Estaba deprimido y tenía una relación destructiva con la modelo Joana Machado, que acabó en escándalo en una discoteca.
Adriano se ocultó, como de costumbre, en su Vila Cruzeiro. En el Inter no daban crédito. Su estrella ni respondía el teléfono. “Perdí la alegría por jugar, y todo el mundo tiene derecho a ser feliz en su trabajo, y yo no lo era en Italia”, se justificó. “No sé si me quedaré o no, si estaré dos o tres meses sin jugar. Estoy repensando mi carrera. Soy feliz en Brasil, al lado de mis amigos y de mi familia”. Quien ha estado en Río percibe inmediatamente lo que es una favela. “Adriano salió de la favela, pero la favela no salió de Adriano”, decía un agudo vecino.
Adriano rescindió su contrato el 24 de abril de 2009 para quedarse en Brasil, a su aire. Millonario y despreocupado, un mes más tarde fichó por el Flamengo, su equipo de siempre. Quien pensara que iba a ver a un Adriano asentado en su hábitat acertó a medias. Para julio ya había faltado a tres entrenamientos, pero sobre el césped recordó al delantero de 2002. Cierto que a un nivel Brasileirao y algo excedido en peso. Tras su debut, en el que marcó un gol durante el 2-1 al Atlético Paraenense, se ausentó de la sesión dos días más tarde.
Aún así fue el héroe del Brasileirao rubronegro de 2009. Con el 90 a la espalda, le endosó un hat-trick al Internacional de Porto Alegre. Poco después se hizo con el número 10. Se erigió en pichichi del Brasileirao, con 19 dianas. Un resurgimiento que no le alcanzó para entrar en la lista definitiva de Dunga para el Mundial de Sudáfrica, pero sí para reflotar su caché. La familia Sensi lo llamó para fichar por la Roma mientras tenía que responder ante la justicia brasileña al haberse desvelado una foto suya con un miembro del comando Vermelho formando sus siglas CV con las manos, la banda que controlaba Vila Cruzeiro, y otra sujetando un fusil. También tuvo que responder por una moto comprada con su tarjeta de crédito y registrada a nombre de la madre de un conocido narco.
Contra todo pronóstico y viendo sus precedentes deportivos y extradeportivos, en Roma le ofrecieron tres años y ¤5 millones —más bonos— por año. Fue presentado el 8 de junio en el estadio Flaminio, entre fanfarrias, y recibido como un César por la prensa romana: “Roma vuelve a tener un Emperador”. Adriano ofrecía promesas de estar centrado: “Tenían razón, la Roma no es un club, es una familia”. Craso error. Tras nueve meses, un sinfín de lesiones y ningún gol en siete partidos, se marchó en marzo del 2011.
Fue el fin, quien sabe si definitivo, de su carrera en Europa. Tocaba regresar a Brasil. Pero en 2011 no fue tan bien recibido como esperaba. El Corinthians, por mediación de Ronaldo, le abrió sus puertas, pero los hinchas del sector radical Camisa 12 se manifestaron en su contra. Una presión que no boicoteó el fichaje. Finalmente firmó un contrato por ¤100 mil al mes. Aún tenía cartel en Brasil, pese a que su vida personal era un desastre y que se había abandonado. Su peso se elevó por encima de los cien kilos y le obligaron a seguir una dieta estricta.
En Corinthians apenas ayudó. Al nada más llegar se rompió el tendón de Aquiles y pasó seis meses recuperándose. Ganó el Brasileirao, pero su participación fue de apenas cuatro partidos y un tanto. Pero en el 2012 volvió a tocar fondo, y el 14 de marzo lo pusieron de patitas en la calle. Adriano era una caricatura de sí mismo y sólo le quedaba una carta por jugar: volver al Flamengo, a Gávea, a su Vila Cruzeiro futbolística. Pero allí también terminaron hartándose de su genio descarrilado. No obstante, se le dio una oportunidad. Y parecía más una ayuda a un desahuciado que un fichaje. El 6 de noviembre lo despidieron. No había disputado ni un juego en su tercer periplo en el Flamengo…
Desde entonces Adriano había estado en el paro, hasta que llegó una nueva oportunidad con el Club Atlético Paranaense, pero solo fueron unos partidos, porque como muchos de los emperadores de la antigua Roma, se ha entregado a un hedonismo al que no parece interesado en poner fin.