Una de esas tardes, Boby Rodenas lo abordó para preguntarle porqué siempre llevaba entre los brazos revistas de lucha libre mexicana. “Es que me gustan”, fue la escueta respuesta que el muchacho le dio de manera tímida. Sin embargo, la conversación se extendió al punto de que Boby le ofreció enseñarle el oficio. Dicho y hecho, empezó a aprender.
“En la primera lección hasta grama tragué de la revolcada que me dio”, cuenta el hoy veterano del ring que durante más de medio siglo ha guardado su identidad bajo la máscara de Rayo Chapín.
Al finalizar la primera lección Rodenas le dio dos recomendaciones: “Siga porque usted va a dar bola en esto, y consiga un lugar donde entrenar”. No dudó en poner en práctica los consejos y lo primero que hizo fue involucrar a un amigo que tenía un garaje desocupado. Colocaron varios colchones y comenzaron a practicar. A los cuatro meses debutó en Mazatenango contra la Pantera Negra.
Cuando Rodenas le preguntó por el sobrenombre que quería usar el pequeño dijo: —Algo así como rayo… rayo de oro—. —¿Por qué no te pones Rayo Chapín—, le cuestionó Rodenas. —Me suena feo, no me gusta, comentó el adolescente. Al final lo convenció y aceptó. “Con ese nombre me di a conocer y con el tiempo le di mucho valor”, resume el enmascarado azul.
Eran los años de gloria de los pancraciastas Arístides Pérez, Conrado Klauster, Máscara Negra, el Asesino, el Inocente, el Chato Sosa, Máscara Roja, Tarzán López y Rodenas, quien se convirtió en el maestro del Rayo Chapín y creador de la leyenda azul, que durante medio siglo encantó a sus fanáticos con sus lanzamientos desde la tercera cuerda.
Sin proponérselo, el joven estudiante ingresó a un mundo que comenzó a abrirse puertas en los últimos años de la década de 1940 en el cine Palace, y que en la actualidad pugna por no desaparecer en la arena Guatemala-México, en Ciudad Real, zona 12, Villa Nueva. “Es la mejor que aún queda en Centroamérica”, afirma el luchador profesional.
Los primeros combates
Oswaldo Johnston, llamado el padre de la lucha libre, cuenta que los primeros combates en el país en la década de 1940 los organizó un empresario peruano, y se llevaron a cabo en el cine Palace de la zona 1 capitalina. Debido a que este era un espectáculo nuevo en Guatemala —en México surgió en 1934— el sudamericano trajo a un grupo del país azteca.
En la década de 1950, el Gimnasio Teodoro Palacios Flores se convirtió en el santuario de la liga profesional, pues el empresario turco León Mizrahí, quien tenía un almacén en la 5a. avenida y 16 calle, zona 1, se involucró en este negocio y organizó las primeras peleas en las que participaron los que a partir de 1960 enfrentaron a Rayo Chapín.
“Arístides Pérez y Máscara Negra eran las estrellas y Chente Castellanos era un rudazo. No ha habido otro igual”, evoca el Rayo Chapín.
Mizrahí no siempre estuvo solo, pues contó con el apoyo de Sergio Álvarez, Guillermo Galán y Efraín Molina. Este último tuvo el privilegio de alojar en su casa —cerca del IGA, en la zona 4— a las figuras del pancracio mexicano, entre ellos al Doctor Satán, Huracán Ramírez, y el Santo, a quienes no les gustaba los hoteles, cuenta Johnston.
Década de 1960
Después de su estreno, el Rayo Chapín comenzó a enfrentarse a la crema y nata de esos años, que en su mayoría se formaron en la década de 1950. “Al que más recuerdo es al Príncipe Apache, era un buen rudo y le caía bien a la gente. También al Chato Sosa, el Asesino y la Bestia de San Juan”, entre otros.
“Cuando comencé había unos 20 novatos, entonces los luchadores viejos empezaron a quejarse porque eran muchos y así el trabajo se reducía. Entonces Mizrahí organizó una reunión y pidió que expresáramos lo que sentíamos. Los veteranos aseguraron que por los novatos no participaban todos. Entonces, el Fantasma —Ramiro Iriarte— dijo: ‘Entre la patojada están las futuras estrellas, por lo que no podemos sacarlos del ambiente. Así se solucionó el problema”.
Uno de los primeros en enfrentarse al enmascarado azul fue el Cirujano —Juan González—, quien asegura haberle dado una tunda en 1962, como bienvenida. Otros destacados fueron: el Judío Dreyffus, Hugo el Maldito, el Escorpión, el Cuervo, la Fiera, Leonel Rivas, el Plebeyo y el Caballero de San Juan, un mexicano misterioso que guardó celosamente su identidad y “lo poco que se supo fue que vivía en Huehuetenango”, cuenta el Rayo Chapín.
Champion Du Monde
La mejor época de la lucha libre llegó en la primera mitad de 1970. Fueron los años de gloria de José Azzari —el tigre de Chiantla—, el Cirujano, Jorge Mendoza, Leonel Rivas, Édgar Echeverría, los Corsarios, la Fiera, el Alacrán, Landrú, Máscara Roja, el Lacandón, el Lobo Valdez, la Araña, Luis Azzari y el Hippie, entre otros. Enfrentaron a mexicanos célebres como el Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, Tinieblas y Mil máscaras. Hasta películas se filmaron en el país y los protagonistas fueron los aztecas.
Evocando esos buenos momentos, el Rayo Chapín asegura que el éxito se debió a que se trajeron a los mejores de México, Estados Unidos y América del Sur. A la lista agrega a los extranjeros Rolando Vera, campeón mundial de peso medio, Gory Casanova y Black Shadow y “otros de gran trayectoria internacional”.
Las funciones se llevaban a cabo los viernes a partir de las 21 horas y los domingos a las 16 horas, en el Gimnasio Teodoro Palacios Flores. El recinto era abarrotado por más de cinco mil aficionados en cada presentación, por lo que Azzari, quien fue el empresario promotor, desarrolló algunas carteleras en el estadio Mateo Flores.
“La lucha metía más gente al estadio que el futbol. Las funciones se efectuaban en el gimnasio los domingos por la tarde y se llenaba. Los partidos de futbol se desarrollaban en el estadio por la mañana y asistía poca gente. Pasaron el futbol a la tarde y lo mismo, nosotros jalábamos más público”, afirma el Rayo Chapín.
Una de las presentaciones memorables se ofreció el 28 de enero de 1973, cuando Azzari se enfrentó al canadiense Bull Gregory para disputar el título de Champion Du Monde —Campeón del mundo—, ante 25 mil personas que vitorearon al Tigre de Chiantla. Algo parecido sucedió, en cuanto a asistencia, cuando se enfrentó en varias batallas al mexicano Rizado Ruiz.
Brillaron también el Arriero de San Juan, Pluma Negra y Pluma Roja, el Campesino y los extranjeros Ray Mendoza, Doctor Wagner, Gran Mamut, Massambula, Coloso Colossetti, TNT, Dorrel Dixon, Indio Pinto y el Vikingo.
De esta época fueron memorables las batallas entre Azzari y el Cirujano, quienes eran proyectados como enemigos acérrimos. Regularmente, ganaba Azzari, pero el público sufría cuando perdía por las marrullerías del Tigre de Chiantla.
Esa enemistad llegó a su mayor punto de ebullición en enero de 1976 cuando se enfrentaron máscara contra cabellera.
El Cirujano perdió y debió quitarse la máscara. El antifaz cubrió por casi 15 años el rostro de Juan Ubaldo González Morales (1936), un empleado de la Dirección General de Correos, y luego de la empresa Guatemalteca de Telecomunicaciones, por cuyos servicios ganaba unos Q100 al mes, mientras que en la lucha libre ganaba esa misma cantidad un fin de semana, según cuenta.
A las carteleras llegaba tanta gente que a los pancraciastas también les iba muy bien en lo económico. Tanto así que como compensación por haber perdido la máscara el Cirujano recibió Q8 mil. “Con esa cantidad compré una casa que fue afectada por el terremoto de ese mismo año, y ahí construí mi casa, en la zona 5”, cuenta.
El éxito permitió a Azzari ganar una gran fortuna, pero en 1977 se desligó de la lucha y se dedicó a viajar y hasta se compró un yate. “Malgastó todo lo que había hecho”, relatan quienes lo conocieron.
mucha difusión
En el boom de este espectáculo tuvo mucha incidencia la difusión que se le dio en 1970. Se transmitía en uno de los canales de la televisión abierta los sábados de 18 a 19 horas, y estaba dirigido a los niños, pero absorvió a los adultos, afirma el locutor Enrique Bremermann, conocido como la Voz de la lucha libre, y quien transmitía las emociones de esos combates.
“La primera demostración la hicieron Azzari y Jorge Mendoza, y el ring lo elaboró un herrero que también era luchador. El rating del programa llegó a 80 por ciento”, recuerda el cronista deportivo.
Al éxito contribuyó la publicación de la Revista Lucha, que primero fue dirigida por Bremermann y luego por Carlos García Urrea. El medio contaba con el apoyo de la editora El Gráfico, pues su propietario —Jorge Carpio Nicolle—, era concuño de Azzari. “La revista se hacía de los excedentes de papel del diario ”, afirma Bremermann.
La llamada época dorada comenzó su descenso en 1977, cuando Azzari dejó la empresa en manos de Luis Echeverría y este, según cuentan los entrevistados, transformó el espectáculo en algo muy circense, por ejemplo simular la boda de Madame Xandú con otro pancraciasta.
El locutor deportivo cuenta que a raíz de este hecho comenzaron a surgir arenas chicas en la periferia de la ciudad en sitios como la Florida, San José, el Arenal, La Brigada y el No Camp, a donde migró una parte de los paladines, y otros se quedaron en la empresa de Echeverría, quien actuaba como He Man.
El caballito de batalla
A pesar de que la mayoría de los que comenzaron con el Rayo Chapín en 1960 ya se habían retirado, en 1980 el enmascarado azul libró sus mejores combates. “Fui el caballito de batalla en el Teodoro Palacios Flores y, como siempre, querían acabar conmigo y quitarme la máscara. Durante mis 50 años desenmascaré a más de 60 luchadores” afirma el Rayo.
En 1985, la empresa Ring 2000, de Echeverría, arrendó el cine Moderno, zona 5, donde la estrella fue el Hombre Araña —hermano de Echeverría—, pero después de siete años la cerraron. En el 2005 la empresa reabrió y operó en el Teodoro Palacios Flores, pero el intento fracasó. En diciembre de ese mismo año la duela de ese centro deportivo se estremeció por última vez al caer los gladiadores.
El elenco estuvo formado por He Man, el Hombre Araña, Madame Xandú, la Hija de Madame Xandú, Monsieur Landrú, la Colorina, Jorge Mendoza, el Avispón Verde, El Torbellino, La Dama de las Camelias, Saeta Roja y El Atómico, entre otros.
Durante esa misma época también operó la empresa de Jorge Reyes Alonso, quien promovió como su estrella a Astro de Oro —Francisco Lee, campeón internacional de lucha olímpica y dirigente deportivo—.
“A partir del 2000 comenzaron a programar lucha en cualquier parqueo y aunque quieran meterle seriedad, el público no acepta lo que quieren proyectar. La única que ofrece un buen espectáculo es la Guatemala-México”, dice el Rayo Chapín.
Aunque la lucha libre solo es un espectáculo debe ser de calidad, para lo cual los actores deben llenar algunas características profesionales. “Un 70 por ciento es habilidad atlética, un 20 habilidad histriónica y un 10 habilidad circense”, explica Bremermann.
Quien no cumple con esas cualidades, lo más probable es que no lo tomen en cuenta para los combates estrellas y sufra muchas lesiones; sin embargo, los experimentados no se escapan a las fracturas en la nariz, los hombros y las piernas, así como heridas cortantes en la frente y lesiones en las cervicales.
Todo esto lo vivió el Rayo Chapín, pero luego de medio siglo decidió retirarse. “Después de cinco décadas de luchar todas las semana me costó aceptar, pero reflexioné: Tengo una trayectoria que quizás otros no tengan en el país, y ¿si por orgullo sigo y un rival me lesiona para el resto de mi vida? Entonces dije: ¡Hasta aquí nada más!”.
Pero ¿quién es en la vida real el Rayo Chapín? posiblemente nunca se sepa porque, según cuenta, solicitó a su familia que no lo divulguen cuando muera. Lo único que se conocerá es que falleció un hombre que se dedicó muchos años a vender levadura. ¡Me llevaré el secreto a mi tumba!”, afirma.