Esa proverbial humildad, solo equiparable a su inmenso acervo, incansable afán de lectura e inagotable aprecio por las artes hace necesario recordar a Tasso, como solía ser llamado, en el centenario de su nacimiento, que se cumplió hace apenas dos días. En efecto, nació en Lieja, Bélgica, el 9 de julio de 1921. La decisión de venir a Guatemala fue porque unos amigos le hablaron de las bellezas de esta tierra. Estaba cansado de tanto conflicto tras haber finalizado la Segunda Guerra Mundial. El viaje en barco duró 16 días desde Europa hasta Guatemala, pasando por EE. UU. y México. Venía junto a su esposa Marielle Basyn. Trabajó en la Embajada de Francia como agregado cultural por más de 35 años. También laboró en la Alianza Francesa de la capital y Quetzaltenango.
“Salimos de Bélgica con mi esposa Marielle Basyn (q.e.p.d.) hacia tierras desconocidas, viajamos vía Francia con destino a Guatemala. Atravesamos el océano Atlántico, cruzando el Canal de Panamá y desembarcamos en el Puerto San José, en la costa del Pacífico. Poco a poco ambos descubrimos el alma de la Tierra del Quetzal. Llegamos muy cansados después del largo viaje, esa primera noche nos quedamos en el hermoso edificio La Perla, ubicado en la 9ª. calle y 6ª. avenida de la zona 1. A partir de ese día seguí toda mi vida en el Centro Histórico”, relató Tasso en la página de la Municipalidad de Guatemala en 2011.
Un país, una “familia”
Carlota Marroquín Guerra, docente con maestría en proyectos educativos, y Mario Guerra, fotógrafo especializado en publicidad y diseño, son hermanos. Su niñez transcurrió en la casa de Tasso. De alguna manera en el día a día se alimentaron con su ejemplo, su severidad intelectual y su amplísimo acervo. María Guerra, su progenitora, trabajaba en la atención y labores de hogar para “Mamá Tasso”, como le decían de cariño a la madre del promotor cultural. Cuando la “abuela” falleció, María prosiguió trabajando con Tasso. Aquellos niños, hoy adultos, evocan instantes de la esfera personal, de consejos, de trajines culturales y también de sus últimos años, meses, días, que le acompañaron como una familia.
“Yo tenía cinco años. A mis ojos de niña tenía un rostro muy serio y al principio me daba miedo, pero siempre respondía mis preguntas, me explicaba sobre situaciones lejanas, otros países. Después me hacía preguntas para ver lo que había aprendido. Poco a poco me empezó a dar la confianza de un papá. Le decíamos “abuelo”, recuerda Carlota, impulsora de la conmemoración de los 100 años, junto con su hermano.
También le puede interesar
“En ese tiempo Tasso vivía en la 7a. avenida 11-29, zona 1, frente al palacio de Correos. Era una casita con patio, corredor, jardín, pequeña, muy bonita”, relata Carlota.
“Tasso tenía una agenda intensa, agarraba camino y le decíamos que parecía candil de la calle y oscuridad de su casa, porque casi solo llegaba a dormir, de tanto compromiso de trabajo y cultural”, prosigue Marroquín, quien a la vez afirma que él sabía que su madre estaba en buenas manos.
“Resultaba difícil acompañarlo, porque había tanta gente conocida que uno parecía el adorno del saco, porque todos se comunicaban con él. Uno pasaba desapercibido, así que casi no lo acompañábamos, pero en una ocasión, con una amiga decidimos hacer un día de Tasso. Desde temprano nos levantamos empezamos a hacer lo que tenía en su agenda. Empezó de buena mañana y llegó la noche, seguía con su agenda. Había reuniones, exposiciones, fuimos al teatro, hubo una reunión de amigos y él le decía a todos: “Hoy tengo compañía, dos guardaespaldas”.
Cerca del fin
Marroquín relata que cuando llegó el momento de ser jubilado por el gobierno francés, Tasso empezó a decaer en su salud. “Se deprimió, empezó a pasar más tiempo en casa. Además, la ciudad también había crecido. Antes todas las entidades culturales estaban en el Centro Histórico, pero ya no era así. Aun así trataba de asistir a todas las actividades a las que le invitaban. Una vez, cuando aún era alcalde Álvaro Arzú, le preguntó cómo hacía para movilizarse y le comentó que pagaba el taxi, pero que le salía caro. El alcalde puso a su servicio un vehículo con chofer”.
“Los últimos días de la enfermedad de don Tasso fueron tristes. Si cuando mamá Tasso falleció fue difícil, cuando él faltó todo se derrumbó. De hecho, provocó la enfermedad de mi mamá. A nosotros nos costó mucho levantar vuelo, era nuestro papá, un ser amado”, agrega Marroquín.
Debido a un padecimiento de cáncer, ya no pudo caminar. Además le comenzaba a afectar cierta demencia senil. “Decidió por voluntad propia no hablar más y después decidió cerrar sus ojos. Estuvo siendo asistido por el doctor más o menos dos años, y en el 2012 celebró su cumpleaños. Invitamos a algunas personas. Apagó sus velitas pero después vino en decadencia, hasta que falleció el 24 noviembre”, cuenta.
Recuerdos
A nueve años de su partida y con motivo del centenario, recuerda Carlota el máximo tesoro de Tasso: sus libros, los cuales aún guarda, debido a una anécdota. “En la casa había tantos papeles y tantos libros, que un día decidimos hacer limpieza. Había un señor que compraba papel periódico. Le dijimos si quería llevarse libros que estaban aperchados. En eso llegó Tasso y preguntó qué estabamos haciendo. Le dijimos que sacábamos los libros que ya no servían. Me dijo: “Mire mija, espérese a que yo me muera y cuando yo me muera haga lo quiera con los libros”, prosigue.
“En sus últimos meses de vida empezó a sacar sus libros de las libreras. Llenó la mesita de la sala, los sillones, la alfombra, de libros. Se dedicó a leer, todo lo que podía. Hasta que un día se detuvo y cerró sus ojos”, finaliza su relato.
Otros ojos atentos
Mientras tanto, para Mario, la principal enseñanza de Tasso para su vida provino de sus colecciones de revistas como Time, National Geographic, Match, las cuales se acumulaban en sus libreras. Allí fue donde tuvo una especie de alfabetización visual.
“Fue en aquel entorno de imágenes, lecturas y arte que se formó en mí el deseo de desarrollarme en el mundo de la comunicación gráfica, cuenta Guerra, quien tuvo oportunidad de fotografiarlo en diversos momentos.
La despedida
Adoptó a Guatemala como su país por convicción: sus restos descansan en el Cementerio General.
Decenas de artistas, promotores culturales, directores de institutos binacionales, escritores y demás intelectuales expresaron pesar por la muerte de Tasso Hadjidodou Mouchtaris, aquel 24 de noviembre de 2012, lo cual contrastó con el silencio en que llegó, el 15 de enero de 1949, a la ciudad de Guatemala, procedente de Bruselas, Bélgica. Fue uno de los primeros promotores culturales y el más importante del país, aunque le molestaba que lo calificaran como tal.
Llegó a Guatemala en plena época de la revolución democrática. Primero se alojó en la pensión Asturias, arriba de la joyería y relojería La Perla, en la 6a. avenida de la zona 1.
Después que falleció su esposa y cuando su mamá ya tampoco vivía, Tasso decidió viajar a Bélgica y a Francia. “Quería averiguar si tenía familiares y fue a buscarlos”, cuenta Carlota Marroquín. Además de esos países recorrió Grecia y cuando volvió dijo: “No encontré a nadie, ya no tengo ninguna familia en Europa. Pero eso me alegra, porque eso quiere decir que mi familia es Guatemala”.
Meses antes de su deceso, lo visitó la familia Mulet, que le había dado un espacio en su mausoleo para que sepultara a su madre. Le dijeron que no se preocupara de dónde reposarían sus restos, pues allí había un espacio también para él. Tasso les agradeció el gesto y poco después de fallecer los Mulet cumplieron con el 0frecimiento y es así como descansa en el Cementerio General.
“Compartió sus conocimientos siempre!” recuerda Mario Guerra. “Su personalidad fue siempre la de un educador permanente, en todas las conversaciones. Siempre contaba algo que había aprendido, una vivencia, un recuerdo. Lo que no sabía lo consultaba en un libro. Además hacía constantes análisis etimológicos del griego y del latín para ir al fondo de las palabras”, refiere quien pasó su niñez en la casa de aquel belga griego que amó a Guatemala.
UN TASSOLILOQUIO
Erase una vez un niño, hijo único, a quien su madre, deseando lo mejor para él, le enseñó a leer y escribir en dos idiomas: el griego y el francés, antes de mandarlo a la escuela primaria. Y una amable secretaria de la fábrica de cigarrillos de su padre, por otro lado, le enseñó a escribir a máquina, volviéndolo secretario-dactilógrafo de sus primeros maestros, quienes no sabían, como la mayoría de personas de aquel entonces.
En el camino hacia su colegio Dios puso un imponente parque y varios museos y, como si fuera todo eso poco, un Conservador que se parecía a San Nicolás o Santa Claus, quien lo guió en el apasionante mundo de la Egiptología.
El profesor Jean Capart enseñó al pequeño las glorias del Nilo como Ramsés II, las pirámides, las momias, lo faraones, a tal punto que, teniendo apenas 10 años, escogió como tema de su primera conferencia “Las momias”, decisión que asustó a su maestro.
El investigador de la cultura egipcia invitó al joven Tasso a visitar su enorme biblioteca privada, de dos pisos, con galerías circundantes, repleta de volúmenes empastados y adornada con caricaturas del sabio realizadas por oyentes de sus apasionantes charlas por el mundo. Era también el lugar soñado para suscitar para toda la vida la pasión por los libros, el amor por las artes, el respeto al patrimonio cultural.
Setenta años después, Tasso realizó una peregrinación por Grecia, Francia y Bélgica, comprendiendo que aquellos tesoros, repletos de saberes, habían encontrado, gracias a la acertada decisión del bibliófilo propietario, una morada ideal: el Museo de Egiptología del Conjunto de Museos Reales de Arte e Historia que alberga también a la Fundación Reina Elizabeth, en el Parte del Cincuentenario de la ciudad de Bruselas, en Bélgica, a pocos pasos de las oficinas de la Comunidad Europea.
Quise, al recordar esta vivencia, subrayar la importancia de decisiones de este tipo que permiten conservar para las futuras generaciones lo óptimo de una época.
También le puede interesar
OBITUARIO
Noviembre de 2012: “El mundo del arte guatemalteco perdió a una de las figuras más prominentes en la promoción cultural. Así será su recuerdo: De su morral atiborrado de papeles siempre sacaba un libro, una fotocopia, un folleto o una invitación. Daba la impresión de que los que no le cabían en el morral los guardaba en las bolsas del saco. Le gustaba compartir el conocimiento, su pasión por la lectura y hablar de sus proyectos de promoción de la cultura. Invitaba a sus amigos a involucrarse en iniciativas que beneficiaban a personas de escasos recursos. Con la Asociación Movimiento Cuarto Mundo filial Guatemala, de la que fue presidente por más de 25 años, llevó a artistas a impartir talleres al basurero de la zona 3 o a asentamientos en los alrededores de la capital. Impulsaba que los niños en estas áreas aprendieran a leer…
Parece paradójico que a la escultura de quien promovió la lectura, que fue colocada en la Sexta Avenida de la zona 1, el vandalismo citadino la haya dejado sin libro y sin lentes. Llevó el arte a todos los estratos sociales, sabía que así como el alimento es necesario para el cuerpo, el arte es esencial para el ser humano. De una reunión en la antigua sede de la Alianza Francesa, en la 4a. avenida de la zona 1, surgió la iniciativa para la primera edición del Festival del Centro Histórico. De un desayuno con tamales y chocolate caliente en los comedores instalados alrededor del templo de Santo Domingo, en octubre, el mes de la Virgen del Rosario, surgió la idea de crear la Casa de la Cultura del Centro Histórico.
Su agenda siempre estaba llena. Su caminar de prisa por las calles del Centro Histórico era indicio de que apenas tenía tiempo para llegar de una actividad a otra. Incluso se bromeaba de su ubicuidad, porque en un mismo día asistía a una inauguración, una conferencia, un concierto o a una presentación de libro. Nació en Bélgica, pero tenía nacionalidad estadounidense y formación francesa. Su eterno amor por Guatemala lo llevó a sumergirse de lleno en el país. Recorrió los caminos de occidente y ayudó a más de un artista que tuvo que salir al exilio”.
Obituario por Ingrid Roldán Martínez, Prensa Libre 26 de noviembre 2012.