Con esa transacción, los rusos querían evitar que su porción en América cayera en manos de Gran Bretaña, sus enemigos de entonces.
Temían, además, la pérdida de Alaska sin ninguna compensación futura. Por ello, el emperador Alejandro II decidió apurar las negociaciones a través de su ministro Eduard Stekl, quien se reunió con el Secretario de EE. UU. William H. Seward para tratar el asunto.
Reacciones
En Estados Unidos, en general, se percibía la transacción de forma positiva. Tanto Seward como Charles Summer, presidente del Comité para Relaciones Exteriores del Senado, apoyaban el plan de expansión argumentando los posibles intereses estratégicos para su nación.
El diario The New Yorker Tribune calificó las negociaciones como “un movimiento de flanqueo” sobre Canadá —territorio adyacente de Gran Bretaña—.
Otros, sin embargo, se mostraron escépticos ante el inminente trato, al que despectivamente le llamaron “la locura de Seward”, “la nevera de Seward” o “el parque de osos polares de Andrew Johnson —entonces presidente estadounidense—”. Su argumento era que no consideraban prudente gastar tanto dinero en una región tan remota y de climatología extrema.
La opinión pública rusa, en cambio, comentaba que los esfuerzos empleados por años para mejorar la zona se perderían inútilmente.
En la madrugada del 30 de marzo de 1867, Stekl y Seward llegaron a un acuerdo. Rusia entregaba Alaska a EE. UU. a cambio de US$7.2 millones.
En esa época, según estimaciones, Alaska estaba habitada por unos dos mil 500 rusos y mestizos y alrededor de ocho mil nativos que laboraban para compañías rusas. Se calcula, también, que había 50 mil inuit.
Nuevo territorio
El Senado de EE. UU. ratificó el tratado el 9 de abril de ese mismo año, con 37 votos a favor y dos en contra. El país de los zares hizo lo mismo el 20 de junio.
La asignación de dinero, sin embargo, demoró más de un año debido a la oposición de la Cámara de Representantes, pues indicaban que su país apenas había salido de la Guerra Civil, la lejanía del nuevo territorio, la escasa rentabilidad previsible y los posibles conflictos con Gran Bretaña —Alaska tenía problemas de límites territoriales con zonas canadienses—. Aún así se aprobó la asignación de fondos tras una votación favorable de 113 a 48.
¡Negoción!
El 18 de octubre de 1867, soldados de ambos países efectuaron una ceremonia de entrega. La bandera de los rusos fue arriada y la estadounidense izada. El capitán Alekséi Peschúrov se dirigió al general Lovell Rousseau, a quien dijo: “Por la autoridad de su majestad, el emperador de Rusia, transfiero a Estados Unidos el territorio de Alaska”.
En tan solo 50 años, los estadounidenses ya habían ganado cien veces más que la cifra de compra, luego de impulsar el comercio internacional de telas chinas, hielo, té, oro y marfil de morsa, entre otros productos.
Por si fuera poco, en 1968 se encontró petróleo en la región de Prudhow Bay, en el norte. Justo ahí empieza el oleoducto Trans-Alaska, de mil 269 kilómetros de largo, que se une con el puerto de Valdez.
Además, en la segunda mitad del siglo XX, Alaska impulsó el turismo, lo cual, hasta ahora, es una importante fuente de ingresos —hoy, alrededor de 1.5 millones de personas visitan ese Estado, el más grande de la Unión Americana y que, además, tiene hasta dos tercios de todos los parques nacionales de EE. UU.—.
Fue una gran compra.
Datos interesantes
Alaska proviene del vocablo aleutiano alyeska o alaxsxaq, que quiere decir “tierra grande”, o literalmente, “el objeto contra el que la acción del mar es dirigida”. El nombre fue elegido por EE. UU.