Varios niños juegan alrededor de la hermosa fuente que está en la Plaza de la Constitución, en el Centro Histórico. A unos cuantos metros, sentados bajo la sombra de los árboles, los vigilan sus padres.
El calor es intenso, sobre todo alrededor del mediodía. Los chiquillos sudan y se limpian con las mangas de sus playeras. Los adultos, en cambio, se secan con un pañuelito.
Cerca de ahí, empujando una pequeña pero pesada carreta de fibra de vidrio, camina un menudo señor vestido con gorra de estilo pescador, lentes oscuros, camisa blanca y zapatos deportivos.
En el mango cuelga una campana de metal que, con el movimiento, hace “clin, clin, clin”.
Adentro lleva unos deliciosos y refrescantes helados.
—“¡Mamá, mamá! ¡Quiero uno, quiero uno!”, exclama una criatura de unos ocho años, señalando insistentemente al doncito de la carreta con campanita.
La señora ni siquiera intenta negarse. De hecho, también quiere probar los dulces sabores de una paleta de hielo con relleno cremoso. Así que saca un billete y se lo entrega. “Comprá dos”, le indica.
La nigua, felizmente, corre hasta donde está Marco Tulio Muralles, el heladero.
Muralles ha ejercido el oficio desde hace unos 40 años. “Todos los días me levanto a las 4 am. Dos horas después salgo para ir a traer la carreta, que es de una empresa. La lavo para que esté presentable y, a eso de las 8, empiezo a vender. Mi jornada termina hasta las 5 pm”, explica.
Su recorrido incluye el Centro Histórico, las colonias El Martinico y Ciudad Nueva, así como los sectores del Hipódromo del Norte y de la Cervecería Centroamericana. “Termino rendido”, expresa.
En las carretillas llevan variedad de helados: de vasito, paletas y sándwiches. Hay de diversos sabores, entre ellos de naranja, chocolate, coco, mango, piña, zapote o fresa.
Cerca del asta en la que ondea la bandera de Guatemala se encuentra Abraham Nicolás, otro heladero. Su producto, sin embargo, es distinto, ya que es artesanal. “El hielo va mezclado con leche, azúcar, sabor y estabilizador”, indica.
Aparte de la Plaza de la Constitución, vende en el Parque Centenario, frente a las instituciones educativas públicas y privadas de la zona 1, y en los alrededores del Hospital San Juan de Dios. Sus helados cuestan entre Q1 y Q5, según el tamaño del cono.
Nicolás es originario de Santa Eulalia, Huehuetenango, y migró a la capital hace seis meses. “En mi pueblo era ayudante de albañil, pero ahora las cosas están mal, pues no hay empleo”, refiere. “Esta carreta es de mi padre, quien fue heladero por una década”, cuenta.
Una llamativa carretilla de helados es la de Carlos Barrios, quien a diario camina largas distancias para ganarse la vida. Entre sus puntos de referencia están el Hospital San Juan de Dios, las avenidas Cementerio y Bolívar, El Trébol, Municipalidad de Guatemala, Plaza Barrios, Fegua, Estadio Doroteo Guamuch Flores, Gerona, mercado San Martín, calzada José Milla y Vidaurre, Calle Martí y los distintos parques del Centro Histórico.
En su carreta tiene algunos adornos que le ayudan a llamar la atención de los niños, entre ellos la figurilla de una calavera y un rehilete. “A veces, los chiquillos se les quedan viendo; las mamás piensan que quieren un helado, y se los compran”, comenta, entre risas.
Clin clin clin
Aún hoy es común escuchar el sonido metálico de las campanitas de los heladeros. Caminan por los distintos barrios y colonias del país, así como en parques y plazas.
Se ganan la vida de forma honrada, esquivando automóviles y permaneciendo muchas horas bajo el sol o resguardándose de la lluvia.
Sea verano o invierno, a veces se antoja un heladito. Ellos los ofrecerán siempre con amabilidad y con una sonrisa.