“Creo que la compraron barata porque pensaron que solo sería una entretención”, comenta entre risas Bob Porter en una conversación telefónica que desde su natal California concedió a Revista D de Prensa Libre.
Bob nació en 1924. Un año antes James P. Johnson había compuesto The Charleston, un tema desenfrenado “de la década del jazz”, como lo llamó en 1925 el escritor Scott Fitzgerald, autor de El gran Gatsby.
En la escuela secundaria, Bob, el mayor de los tres hermanos Porter, formó su propia banda. El tema Sing, Sing, Sing de Benny Goodman, conocido como el rey del swing, conmocionaba a la juventud. La canción del hijo del sastre judío de Varsovia amenizaba todas las fiestas de las fraternidades en las que Porter y sus amigos tocaban.
La música de Glenn Miller, Count Basie, Tommy Dorsey y Goodman marcaron con sus notas los recuerdos de Bob. Corría el año 1938 y el mundo sufría los embates de la Segunda Guerra Mundial.
Miller había grabado la legendaria In the Mood. Porter, al cumplir los 18 años, fue llamado a enlistarse en el ejército. Un golpe severo en la rodilla cuando jugaba baloncesto le valió que lo enviaran a una base de la Fuerza Aérea del sureste de California.
Cada miércoles y sábado por la noche su trompeta animaba a los soldados.
Años después de haber terminado la guerra, Bob se graduó de músico por la Universidad de California en Berkeley.
En la década de los años 1950 formó The Lancers. En 1957 se casó con Marcelyn Mittendorf, tan solo tres meses después de conocerla. “Yo sabía que ella era la respuesta”, dice de la mujer con la que lleva ya 57 años de matrimonio. Ella era hija de un productor de televisión y trabajaba como editora de guión en shows junto a Lucille Ball y Desi Arnaz.
Bob trabajó como productor, arreglista de varios shows para la televisión hasta que abrazó la fe Bahá’i, que profesa la unidad de la raza humana, la libre investigación de la verdad, la eliminación de todo prejuicio, la armonía entre ciencia y religión y el acceso universal a la educación, entre otros principios.
En los primeros años de la década de 1970, le propusieron viajar para difundir esta religión que había nacido en 1844. Las opciones: Japón, Filipinas o Guatemala.
La familia empacó, y durante tres meses vivió en una pensión de la zona 1 en la capital del país de la eterna primavera. Curt, el hijo menor de Bob, dice que a Karl y a Cristie les tomó un año, al menos, aprender español. Su madre se incorporó como profesora de inglés y su padre empezó a hacer arreglos musicales para comerciales de la pequeña pantalla.
Las lecciones de música no causaron ningún efecto en Curt, pero sí en Karl (KC Porter), quien volvió a Estados Unidos y ha producido canciones para Ricky Martin, Alejandro Sanz y Santana entre otros.
Curt, quien vive en Guatemala, en cambio, heredó de su abuelo las cualidades de negociante y se convirtió en un próspero exportador de artesanías.
Cristie también regresó a Estados Unidos y abrió una clínica dental junto a su esposo.
“Mi padre solía pagarnos Q15 por cada canción que grabábamos para un comercial. Siempre se preocupó porque trabajáramos en algo que nos mantuviera unidos”, comparte Curt.
Recién hace unos meses, cuando Curt visitó a sus padres en la residencia para ancianos en California donde residen, Bob le dijo que había realizado su mayor sueño en Guatemala. “Dirigí una sinfónica”, le confesó satisfecho quien fue varias veces director invitado de la Sinfónica Nacional.
Bob vive en California desde hace dos años, después de haber sufrido un infarto; los indicios de un segundo lo obligaron a él y a su pareja a regresar a su ciudad natal. Se irían, inicialmente, dos semanas.
Llegó la trompeta
Bob vivió algunos meses con sus hijos, pero lucía un poco deprimido, reconoce Curt. Fue cuando decidió enviarle su trompeta.
Cuando él supo que el preciado instrumento estaba a solo tres horas de distancia, casi obligó a Karl a conducir para recogerlo. Semanas después, llamó a Curt. El pedido explícito era: “Papel pautado y lápices calibre uno para escribir arreglos”.
En una de las ocasiones en que Curt lo visitó, llegó a la residencia una pequeña banda de jóvenes. Bob fue por su trompeta y se colocó cerca del pasillo, en un lugar visible. “¡Ve a tocar con ellos!”, le instó su hijo menor. “Esperemos a ver si me necesitan”, recibió por respuesta. “Parecía un niño esperando que lo invitaran a jugar”, recuerda Curt.
En estos días Bob está ocupado haciendo unos arreglos para la música de una pareja amiga. También preparó varios conciertos navideños.
Cada día, al menos durante media hora rememora esos estándares del jazz como Open your heart, A nigth in Tunisia o Summer time. “Lo hago para mantener mis labios y mi mente funcionando. Es mi modo de recordar”, dice Bob.