El gobernante bélico
Ramsés II, apodado el Grande, fue el tercer faraón de la dinastía XIX, coronado en 1279 a. C, cuando tenía 10 años, “como rey de Egipto sobre el trono de Horus de los que están vivos, sin que pueda haber nunca jamás su repetición”, según narran las fuentes de la época.
Fue famoso tanto por sus incursiones bélicas como por las grandiosas edificaciones que hizo levantar durante su mandato y entre otros, ordenó construir el templo de Abu Simbel, en el sur del país.
Fue un maestro en el uso de la propaganda, y para engrandecerse más no dudó en usurpar inscripciones y estatuas de monarcas anteriores, incluido su propio padre, Seti I.
Para mantener vigilada la frontera del norte, siempre amenazada por incursiones de libios o de pueblos del Próximo Oriente, y para alejarse del poderoso clero de Amón en Tebas trasladó la capital de Egipto a Pi Ramsés, una pequeña ciudad del Delta fundada por su abuelo, Ramsés I. Pi Ramsés llegó a alojar a unos 300 mil habitantes y Tebas quedó relegada a capital religiosa.
Entre todas las construcciones de Ramsés II hubo una que le fue especialmente querida. Se erigió justamente en Tebas, en la orilla occidental del Nilo, próxima a la tumba del faraón en el Valle de los Reyes. Actualmente la conocemos como Ramesseum, desde que Jean-François Champollion la bautizó así al identificar un cartucho con el nombre del rey. En la época de Ramsés, en cambio, se la conocía como Residencia de los Millones de Años de User-Maat-Re Setepenre que se une con la ciudad de Tebas en los dominios de Amón, al oeste de la ciudad. User-Maat-Re Setepenre era el nombre que tomó Ramsés al subir al trono y de él deriva la denominación que le dieron los griegos en la Antigüedad, como Diodoro de Sicilia, que pensó que el edificio albergaba la tumba de Ozymandias, deformación del nombre User-Maat-Re. Estrabón, por su parte, habla de un templo en Tebas oeste al que llama Memnonio, asociándolo con un personaje de la Ilíada de Homero llamado Memnón, supuesto rey de Etiopía.
El pequeño pueblo
Según datos oficiales, unas 700 mil personas residen en Al Matariya, cuya extensión es de alrededor de cuatro kilómetros cuadrados. Hablando de excavaciones, esto supone todo un reto. “Me gustaría seguir excavando”, dice el ministro Al Anani, apuntando a las casas cerca del lugar del hallazgo. “Cuando se hayan recuperado las piernas de la estatua, quizá en esa dirección”, añade. Pero allí no será posible.
Al mismo tiempo, el ministro arroja tierra sobre el temor de que, a partir de ahora, sean los vecinos de la zona los que lleven a cabo sus propias excavaciones de manera ilegal. “¿Aquí? No. Pero debemos seguir trabajando juntos para que los habitantes de la zona se conciencien a largo plazo de la protección de sus vidas y de las antigüedades”, añadió.
Lo que sí parece claro es que la atención mediática de la que estos días goza el barrio desaparecerá rápidamente en cuanto el hallazgo sea trasladado a un museo. Y es que según el arqueólogo Raue, convertir Al Matariya en un museo al aire libre semejante al de los templos de Karnak, cerca de Luxor, es inviable.
“No podemos dejar los restos aquí”, afirma. “Primero, porque todos los monumentos importantes están bajo el agua y, segundo, porque no podemos pedirle a la población que abandone sus casas solo porque queremos dedicarnos a la arqueología. Por eso, hay que buscar un equilibrio entre los requerimientos de una ciudad moderna y las excavaciones”.
DPA/ National Geographic BBC