Luego de la decepción, hacemos chistes para desahogarnos. Hasta maltratamos. Pero luego, cual círculo vicioso, estamos otra vez con una banderita apoyando a los jugadores.
Esta situación no solo pasa en el futbol, sino también en los demás ámbitos de la vida. La política es un buen ejemplo. Vemos que los diputados son unos haraganes y unos corruptos —algunos, pues, para que no se ofendan todos—, por lo que les gastamos bromas cada vez que se puede, tal vez como medio de catarsis ante sus robos —¡ah!, pero que no se olviden que este pueblo ha despertado y empieza a vigilarlos—.
Todo esto demuestra otra cosa: que el guatemalteco, por lo regular, es feliz. Se ríe pese a las circunstancias. Eso, al final de cuentas, hace bien a la salud, como lo indican diversos estudios. Así que, estimado lector, ríase a carcajadas hasta mostrar el galillo, arrugar la cara y mostrar los molares. Carcajéese libremente hasta llorar.
Vea televisión, lea las tiras cómicas de la prensa o cuéntele chistes a sus amigos y familiares. Para reír también puede agarrar un libro de Miguel Ángel Asturias —en serio, el Gran Moyas plasmó en sus novelas un fino humor—.
Sea alegre. Acuérdese de aquel refrán que dice: “el que se enoja, pierde”. Si no lo cree, enójese. Pero si opta por reír, verá cómo la vida se le hace más llevadera.
Lea nuestro reportaje completo en la edición impresa, inserta en la Revista D del domingo 20 de diciembre del 2015.