¿Cuáles fueron sus primeras aventuras en el montañismo?
Empecé cuando estudiaba en el colegio, allá en la década de 1950; escalé varias veces los volcanes de Pacaya y de Agua.
¿Había interés por ese deporte por aquellos años?
Estaban formados algunos grupos, como Los Lacandones y el Club Hércules, así como integrantes del Colegio Alemán. En cualquier caso, sus adeptos eran pocos pero bastante entusiastas.
Es interesante saber que en ese tiempo, el montañismo se miraba como una excursión compleja. De hecho, las caminatas por Chinautla, San Lucas, Amatitlán o San José Pinula se tomaban como grandes expediciones.
¿Qué factores influyeron para que la gente se interesara?
Jorge Ubico fue importantísimo porque durante su mandato (1931-1944), hubo seguridad y, a la vez, se construyeron carreteras, lo cual permitió que se importaran más vehículos. Así que, con seguridad, cinta asfáltica y transporte, hubo mejor movilización por el país, lo cual ayudó enormemente al desarrollo del montañismo.
¿Qué cosas han variado en la práctica de esa disciplina?
En definitiva, lo más sorprendente ha sido el equipo. Antes uno salía con una brújula y un altímetro. Ahora, además de eso, ayudan los teléfonos móviles y el GPS. En cuanto a las prendas de vestir, se inventó el Gore-Tex, el cual es ligero, impermeable, protege del frío y brinda transpirabilidad. Además, las mochilas, bolsas de dormir, tiendas para acampar y otras herramientas son livianas. Antes teníamos que improvisar.
Supongo que en el andinismo es importante llegar a la cumbre.
Sí, por supuesto, pero aquí hay otra cosa: no llegar no significa fracasar. Si alguien no lo logra una vez, lo puede intentar en otra ocasión. Estuve en el Mont Blanc, en Francia, y no alcancé la cumbre por cuestiones atmosféricas. Aquello no lo considero un fracaso; simplemente fue una experiencia. Uno debe evaluar todos los factores y no ponerse en riesgo.
Hace unas semanas hubo una tragedia en el ascenso al Acatenango, ¿qué cree que pasó?
Mire, algunos muchachos eran atletas, pero creo que hubo exceso de confianza y no se tomaron las precauciones necesarias según las condiciones atmosféricas que imperaban. En cambio, los que tenían experiencia dijeron “me regreso”, “me espero” o “me quedo abajo”.
¿Qué consejos brinda para que no se repitan este tipo de sucesos?
Un volcán nunca debe subestimarse; sea alto o bajo, siempre existe un riesgo. Aquí, en Guatemala, es frecuente que la gente no tome en cuenta la altura de un lugar. Por ejemplo, si alguien vive en Escuintla —prácticamente al nivel del mar—, no le conviene subir cuatro mil metros de un solo jalón, ni porque considere que está sano. Lo ideal es aclimatarse poco a poco.
¿Así lo ha hecho usted en el ascenso de los más grandes volcanes?
Así debe hacerse. En diciembre de 1981 estuve en el Kilimanjaro (Tanzania), que tiene su cumbre a 5 mil 900 m. s. n. m. Había holandeses que quisieron subir, pero no lo lograron porque no se aclimataron adecuadamente.
¿Esa fue su aventura más arriesgada?
No; en realidad fue en el Aconcagua, el cual escalé en 1964 o 1965 desde la parte de Argentina. Ese volcán se levanta a casi 7 mil metros sobre el nivel del mar. Quizás la dificultad técnica no era lo peor, pero sí el clima, pues había vientos que superaban los 80 km/h y heladas que bajaban a los -30°C o -40°C.
¿Recuerda algún ascenso por algo en particular?
Claro. En noviembre de 1965 ascendí el Volcán de Agua con un personaje muy particular; se trataba del monarca Leopoldo III de Bélgica. ¡Iba con un rey! Se enteró de que había escalado el Aconcagua y me regaló una foto que él tomó cuando sobrevoló aquel coloso.
Tiempo después de su visita, le envié los artículos que escribí sobre la experiencia, los cuales fueron publicados en el diario El Imparcial. Lo impresionante fue que me respondió con una carta de agradecimiento, con su puño y letra —al final de la entrevista muestra el papel, escrito con tinta verde y cuidadosamente enmarcado—.
¿Qué dijo el rey sobre el Volcán de Agua?
Para su mala suerte, aquel fue un día nublado y no se pudo ver mucho. Al bajar encontramos un campamento y la gente del pueblo le ofreció cojines, asientos y bebidas, lo cual no rechazó por cortesía. Sin embargo, me dijo: “Si pudiera decidir dónde sentarme, elegiría la grama; me encanta la naturaleza”. Era un hombre sencillo (falleció en 1983) que quedó fascinado con los paisajes de Guatemala —vino varias veces, en especial, a Petén—.
¿Tiene alguna foto con él?
No; yo era un patojo y no me di cuenta de la magnitud del suceso.
Dígame, ¿qué beneficios hay al subir un volcán?
Salud física y mental. El andinismo nos permite conectarnos con la naturaleza y con nosotros mismos.
¿Es seguro?
Como le dije antes, no hay que subestimar ninguna montaña o volcán, pero tomando las medidas necesarias, es bastante seguro. Hace 50 años, si alguien iba a escalar, le decían que estaba loco —ríe—.
¿Quiénes lo pueden hacer?
Cualquier persona de los 10 o 12 años en adelante. Los patojos son fuertes, pero hay que respetar la altura; no se puede abusar.
¿Cuándo fue la última vez que escaló?
Tengo 77 años y fui hace unos pocos meses al Acatenango.
¿Qué recomendaciones le da a un principiante?
Cosas simples: caminar bastante diariamente, subir gradas… Mire, lo importante de escalar un volcán es disfrutar, no tiene que ser un martirio y terminar diciendo “para qué vine aquí”. Por eso hay que tener mucha paciencia, ir tranquilo, deleitarse con los paisajes y con los distintos tipos de climas, así como aprender más de las tradiciones locales. Importante, asimismo, respetar los altares mayas que uno encuentra en el camino, pues hay lugares que se consideran sagrados.
¿Cuál es su opinión respecto de la Federación Nacional de Andinismo?
Está mal. Para estos años ya debería de haber instalado refugios en los volcanes, tener guías y una escuela de formación, por ejemplo. Yo todavía viví la época de oro de esa institución, pero el terremoto de 1976 fue un punto de inflexión para nuestro país. Hasta antes de eso no había dinero de por medio y las cosas se hacían desinteresadamente, por amor a la montaña.
Cuénteme de su faceta de historiador.
Bueno, siempre me ha gustado leer e investigar. Mi mamá decía que eso lo heredé de un tío abuelo, el historiador Manuel Coronado Aguilar.
¿Qué tipo de literatura le gusta?
Es bastante, pero le diré dos libros que todo guatemalteco debe leer. Uno de ellos es Ecce Pericles, de Rafael Arévalo Martínez, pues ahí se encuentra la biografía de Manuel Estrada Cabrera, desde que nació hasta que murió. El otro es Cuadros de Costumbres, de don José Milla y Vidaurre.
¿Tuvo estudios universitarios?
Estudié Derecho en la Universidad Rafael Landívar, pero no trabajé la tesis.
No la habrá hecho, pero a lo largo de su vida ha escrito varios libros.
—Ríe—. Todavía quisiera escribir uno sobre los orígenes del montañismo en Guatemala.
Oficialmente fue en 1951.
Sí, cuando se fundó la Federación Nacional de Andinismo, pero hay antecedentes en la primera parte del siglo XX en el plano deportivo, pero también hubo muchos otros que escalaron para efectuar estudios científicos.
Aparte de investigar sobre datos históricos de nuestro país y de ser andinista, ¿a qué se dedicó?
Llegué a tener cinco librerías, así que estuve bastante ocupado con eso. Luego, con mi esposa, administramos un vivero que, hasta ahora, tiene más de 70 años. ¡Aquí todo es viejo! —bromea—.
PERFIL
– Carlos Enrique Prahl Redondo nació en la Ciudad de Guatemala el 3 de noviembre de 1939.
– Es comerciante, escritor, historiador y montañista.
– La Federación Nacional de Andinismo y el Instituto Geográfico Nacional reconocen 37 volcanes en Guatemala; Prahl – Redondo los ha escalado todos.
– También ha ascendido a varios de Centroamérica y México, así como al Aconcagua, en la Cordillera de Los Andes, al Kilimanjaro (Tanzania) y al Mont Blanc (Francia).
– Sus libros sobre montañismo son Guatemaltecos en el Aconcagua, Guatemaltecos en el Kilimanjaro y Guía de los volcanes de Guatemala.
– Las obras de investigación histórica de su autoría son Aproximación a los símbolos patrios, Aproximación a la ópera, El escudo de armas de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Reflexiones críticas a la Historia, El Conservatorio Nacional de Música de Guatemala, Reseña histórica de Radio Faro Cultural, El edificio de la Universidad de San Carlos en la Nueva Guatemala y El Mapa en Relieve de la República de Guatemala.