Un soplo fuerte
La primera Minervalia se celebró en el Hipódromo del Norte, el 29 de octubre de 1899. Para la ocasión se mandó a construir un templo de Minerva de madera.
Ese día se dieron cita varias señoritas de la alta sociedad. Entre ellas Ernestina Aguilar, a quien se le concedió el papel de la diosa Minerva. La acompañaron otras ocho, quienes fueron las cuidadoras del fuego sagrado.
Se cuenta que antes de empezar con los actos oficiales, alrededor de las 9.45 horas, hubo un viento bastante fuerte que derribó la débil estructura. En ese instante la gente exclamó: “¡Castigo de Dios!”, pues se consideraba que aquellas eran fiestas paganas. “De hecho, hubo comparaciones entre la Virgen María y Minerva, pues algunos liberales afirmaban que ambas eran vírgenes y madres de los guatemaltecos”, señala Carrera.
Aquel suceso avergonzó a los organizadores; las jovencitas, de milagro, salieron ilesas.
Estrada Cabrera se dirigió al público y dijo que iba a mandar a construir algo sólido. Dicho y hecho. En 1901 se inauguró el primer Templo de Minerva, al cual se le llamó Templo de la Ciencia. Fue obra del español Luis Paiella, y tenía 20 columnas jónicas en el frontón principal.
Su diseño era abierto porque, según los liberales, así “penetraba el aire y la sabiduría”.
El modelo se replicó por todo el país, con donaciones “voluntarias” de la gente y de las cofradías indígenas.
De acuerdo con las investigaciones de Carrera, hubo más de 50 templos de este tipo en Guatemala, aunque hoy solo quedan seis —Quetzaltenango, Huehuetenango, Salamá (Baja Verapaz), Barberena (Santa Rosa), Chiquimula y Jalapa—.
El que estaba en la capital, precisamente en Jocotenango, fue dinamitado en 1953, durante la administración de Jacobo Árbenz.
La parafernalia
Grandes eran aquellas fiestas. Se creaban comités para recaudar fondos y planificar los tres días de celebraciones —a veces se extendían hasta por una semana—.
Quien colaboraba era de alguna forma recompensado, pero el que no lo hacía podía llegar a tener problemas.
Por eso, los artistas trabajaban para contribuir con algo; los poetas declamaban y los oradores se lucían con discursos panegíricos y nacionalistas.
Por supuesto, se contaba con música dentro del templo a cargo de orquestas.
También había actos cívicos y desfiles militares, aunque cabe la aclaración de que los participantes siempre iban sin armas, pues Estrada Cabrera temía atentados.
Algunos parques eran iluminados con el patrocinio de los turcos —así se les llamaba a los árabes—, los chinos sufragaban los juegos pirotécnicos y las colonias europeas y de Estados Unidos construían pabellones para entretener a los pobladores.
Además, se organizaban competencias deportivas para hombres relacionados con la milicia, quienes debían mostrarse atléticos, sanos, viriles y potentes, listos para defender a la patria.
Asimismo, era una ocasión ideal para lucirse ante los demás. Los ricos, por ejemplo, recorrían las calles abordo de automóviles o de elegantes carretas de caballos adornadas de flores. Las mujeres se pavoneaban con carísimos vestidos de estilo parisino. Los pobres, en cambio, se limitaban a salir de cotidianidad, ver pasar a la “gente de dinero” y escuchar sobre lo “maravilloso”, “bondadoso” y “grandioso” que era El Señor Presidente.
El sector indígena simplemente era aprovechado como mano de obra. Los de San Juan Sacatepéquez debían caminar desde ahí hasta la capital con cargas de pino para elaborar las alfombras por donde pasarían los niños y los maestros en los desfiles.
Fue hasta 1915 que los indígenas marcharon frente a las autoridades. Provenían de Mixco y lucieron sus trajes tradicionales. “Aunque no se les reconocía plenamente, fue un avance para unas Minervalias clasistas”, apunta Carrera.
Estas fiestas, además, evolucionaron con el paso de los años, aprovechando los adelantos tecnológicos que llegaban. De esa cuenta, se fueron incorporando elementos como la fotografía, el cine, la aviación, los ferrocarriles, el telégrafo, los automóviles y la electricidad. De hecho, el Mapa en Relieve es producto de las Minervalias de 1905.
Las celebraciones se llevaron a cabo con normalidad hasta 1917, pues, a finales de ese año y a principios del siguiente, varios terremotos destruyeron el país.
Por eso, en 1918 y 1919 no se organizaron en el Hipódromo del Norte, sino en la Finca La Palma, propiedad de Estrada Cabrera. Era como decir que “el buen presidente” acogía al pueblo en su propia residencia.
Aquella fue la última Minervalia que se celebró, pues El Señor Presidente fue derrocado en 1920 luego de permanecer 22 en el poder.