Revista D

Minervalias, odas a la Sabiduría (y al dictador Estrada Cabrera)

Estas celebraciones se llevaron a cabo entre 1899 y 1919; todos tenían que contribuir con algo para ganarse la venia de su fundador, el dictador Manuel Estrada Cabrera. 

Las Minervalias llegaron a ser más festejadas que el Día de la Independencia. Foto Prensa Libre: Libro Azul.

Las Minervalias llegaron a ser más festejadas que el Día de la Independencia. Foto Prensa Libre: Libro Azul.

Fastuosos y elaborados festejos se llevaban a cabo en toda Guatemala para, supuestamente, rendirle honor a Minerva, la diosa romana de la Sabiduría, símil de Atenea en la mitología griega.
Con ese pretexto, a partir del último domingo de octubre de cada año, entre 1899 y 1919, se organizaron las llamadas Fiestas de Minerva o Minervalias.
El país se convertía en un enorme teatro con música, desfiles militares y oratorias que ensalzaban al dictador Manuel Estrada Cabrera.
Las actividades, incluso, llegaron a ser más importantes que la celebración del Día de la Independencia y más trascendentales que cualquier evento religioso.
El espíritu de estos eventos, en el fondo, era bueno. Sucede que, por situaciones económicas adversas, muchos centros educativos públicos cerraron durante el gobierno precedente —el de José María Reina Barrios—. En cambio, en 1898, cuando Estrada Cabrera llegó al poder, se reabrieron todos. Fue entonces que El Señor Presidente se autoproclamó Benemérito de la educación o Benemérito de la Patria.
A los pocos meses, el escritor Rafael Espínola, quien fungía como ministro de Fomento, le aconsejó realizar un gran festival para exaltar la educación. Ese fue el comienzo de una bien aceitada maquinaria propagandística. “Las Minervalias, rápidamente, se convirtieron en una ocasión perfecta para adherirse al mandato de Estrada Cabrera, pedir favores y, de paso, moldear las mentes de los guatemaltecos a través de la ideología liberal que inculcaba comportamientos que buscaban el bien del país y de los intereses del grupo en el poder”, escribe en su tesis doctoral Mynor Carrera Mejía, historiador e investigador del Museo de Historia de la Universidad de San Carlos.
“Fue un festival dedicado a la juventud estudiosa y en donde se reconocían los méritos del magisterio nacional”, añade Miguel Álvarez, cronista de la Ciudad de Guatemala, en el documento Jocotenango, recuperación integral de barrios.
Pero, ¿por qué se organizaron fiestas con tintes grecolatinos en un país como el nuestro? Carrera indica que, para los liberales, era una forma de decir que así podíamos emerger “grandes y civilizados”. “Era la manera propicia para atraer inversiones extranjeras, para convencer a los europeos de que vinieran a vivir acá y para persuadir a los guatemaltecos sobre el proyecto político de Estrada Cabrera”, apunta. “Se trataba de presentar al país ante el mundo con una fachada de oropel, de gran desarrollo, rico en recursos minerales y con mano de obra barata”.

Un soplo fuerte

La primera Minervalia se celebró en el Hipódromo del Norte, el 29 de octubre de 1899. Para la ocasión se mandó a construir un templo de Minerva de madera.
Ese día se dieron cita varias señoritas de la alta sociedad. Entre ellas Ernestina Aguilar, a quien se le concedió el papel de la diosa Minerva. La acompañaron otras ocho, quienes fueron las cuidadoras del fuego sagrado.
Se cuenta que antes de empezar con los actos oficiales, alrededor de las 9.45 horas, hubo un viento bastante fuerte que derribó la débil estructura. En ese instante la gente exclamó: “¡Castigo de Dios!”, pues se consideraba que aquellas eran fiestas paganas. “De hecho, hubo comparaciones entre la Virgen María y Minerva, pues algunos liberales afirmaban que ambas eran vírgenes y madres de los guatemaltecos”, señala Carrera.
Aquel suceso avergonzó a los organizadores; las jovencitas, de milagro, salieron ilesas.
Estrada Cabrera se dirigió al público y dijo que iba a mandar a construir algo sólido. Dicho y hecho. En 1901 se inauguró el primer Templo de Minerva, al cual se le llamó Templo de la Ciencia. Fue obra del español Luis Paiella, y tenía 20 columnas jónicas en el frontón principal.
Su diseño era abierto porque, según los liberales, así “penetraba el aire y la sabiduría”.
El modelo se replicó por todo el país, con donaciones “voluntarias” de la gente y de las cofradías indígenas.
De acuerdo con las investigaciones de Carrera, hubo más de 50 templos de este tipo en Guatemala, aunque hoy solo quedan seis —Quetzaltenango, Huehuetenango, Salamá (Baja Verapaz), Barberena (Santa Rosa), Chiquimula y Jalapa—.
El que estaba en la capital, precisamente en Jocotenango, fue dinamitado en 1953, durante la administración de Jacobo Árbenz.

La parafernalia

Grandes eran aquellas fiestas. Se creaban comités para recaudar fondos y planificar los tres días de celebraciones —a veces se extendían hasta por una semana—.
Quien colaboraba era de alguna forma recompensado, pero el que no lo hacía podía llegar a tener problemas.
Por eso, los artistas trabajaban para contribuir con algo; los poetas declamaban y los oradores se lucían con discursos panegíricos y nacionalistas.
Por supuesto, se contaba con música dentro del templo a cargo de orquestas.
También había actos cívicos y desfiles militares, aunque cabe la aclaración de que los participantes siempre iban sin armas, pues Estrada Cabrera temía atentados.
Algunos parques eran iluminados con el patrocinio de los turcos —así se les llamaba a los árabes—, los chinos sufragaban los juegos pirotécnicos y las colonias europeas y de Estados Unidos construían pabellones para entretener a los pobladores.
Además, se organizaban competencias deportivas para hombres relacionados con la milicia, quienes debían mostrarse atléticos, sanos, viriles y potentes, listos para defender a la patria.
Asimismo, era una ocasión ideal para lucirse ante los demás. Los ricos, por ejemplo, recorrían las calles abordo de automóviles o de elegantes carretas de caballos adornadas de flores. Las mujeres se pavoneaban con carísimos vestidos de estilo parisino. Los pobres, en cambio, se limitaban a salir de cotidianidad, ver pasar a la “gente de dinero” y escuchar sobre lo “maravilloso”, “bondadoso” y “grandioso” que era El Señor Presidente.
El sector indígena simplemente era aprovechado como mano de obra. Los de San Juan Sacatepéquez debían caminar desde ahí hasta la capital con cargas de pino para elaborar las alfombras por donde pasarían los niños y los maestros en los desfiles.
Fue hasta 1915 que los indígenas marcharon frente a las autoridades. Provenían de Mixco y lucieron sus trajes tradicionales. “Aunque no se les reconocía plenamente, fue un avance para unas Minervalias clasistas”, apunta Carrera.
Estas fiestas, además, evolucionaron con el paso de los años, aprovechando los adelantos tecnológicos que llegaban. De esa cuenta, se fueron incorporando elementos como la fotografía, el cine, la aviación, los ferrocarriles, el telégrafo, los automóviles y la electricidad. De hecho, el Mapa en Relieve es producto de las Minervalias de 1905.
Las celebraciones se llevaron a cabo con normalidad hasta 1917, pues, a finales de ese año y a principios del siguiente, varios terremotos destruyeron el país.
Por eso, en 1918 y 1919 no se organizaron en el Hipódromo del Norte, sino en la Finca La Palma, propiedad de Estrada Cabrera. Era como decir que “el buen presidente” acogía al pueblo en su propia residencia.
Aquella fue la última Minervalia que se celebró, pues El Señor Presidente fue derrocado en 1920 luego de permanecer 22 en el poder.

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