Revista D

María Cruz, la escritora errante.

En 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial sorprendió a María en París. Ahí se dedicó a ayudar a los soldados inválidos y a los huérfanos.

Cruz es la autora de los poemas: En horas de tristeza, Nocturno y Cenizas de Italia.

Cruz es la autora de los poemas: En horas de tristeza, Nocturno y Cenizas de Italia.

El doctor Carlos Martínez Durán, rector de la Universidad de San Carlos (Usac), de 1945 a 1950 y de 1958 a 1962, visitó varias veces durante los primeros meses de 1960 el cementerio Passy, cerca de los campos Elíseos, en París, el que a principios del siglo XX era una pequeña necrópolis aristocrática.

¿Qué llevó a Martínez Durán hacer esos largos viajes?

En ese camposanto, que tiene una hermosa vista al río Sena, descansaban los restos de tres grandes poetas de la literatura guatemalteca, que la Usac repatrió a finales de 1960. Eran Domingo Estrada, Fernando Cruz y su hija María, quien falleció en 1915.

La mañana del 27 de octubre de 1960 la casa Roblot exhumó los cuerpos. “Quizás por las condiciones del suelo, a seis metros de profundidad, los cadáveres de Fernando y María se habían momificado; él tenía el cabello rubio y entrecano, todavía peinado sobre las sienes; ella parecía aún más menuda, encogida por el frío del invierno eternal, con las manos cruzadas sobre el pecho”, escribió el periodista David Vela.

Los restos fueron recibidos con salvas de artillería al llegar a la Fuerza Aérea Guatemalteca, las cajas fueron colocadas en armones para que desfilaran por la ciudad. El coro nacional cantó el Réquiem de Fauré y la Orquesta Sinfónica Nacional interpretó la Marcha fúnebre de Beethoven, apunta María Albertina Gálvez en su libro María Cruz a través de su poesía.

Durante un año completo María Cruz escribió cartas a una amiga que identificaba como M.H. Su verdadera identidad era la periodista Hortense Marie Heliard y que usó el seudónimo Marc Hélys. Algunos autores se aventuran a afirmar que entre ellas hubo una relación sentimental. Fue ella, quien tras la muerte sorpresiva de la escritora, publicó todas esas misivas con el nombre de Lettres de l’Inde o Cartas de la India.

Una violeta en el jardín

Aquella peregrina eterna que finalmente volvió a su casa era María Cruz Arroyo, de quien José Joaquín Palma dijo después de publicarse sus primeros versos: “Creo que la poetisa que Centroamérica esperaba ha llegado”.

María nació el 12 de mayo de 1876, fue la mayor de tres hermanos: Matilde, Fernando y José. Su madre murió cuando ella tenía 11 años. Desde ese entonces se convirtió en la compañera inseparable de su padre.

Tres años después de la muerte de su madre, María viajó junto a su familia a Washington, y en 1890 a Europa.

Los Cruz Arroyo pertenecían a una burguesía emergente que se consolidó con las reformas liberales de 1871 y que mejoró su posición gracias al cultivo del café. El trabajo de su padre, un abogado y diplomático de carrera, le permitió conocer y estudiar en Francia, España, Gran Bretaña, Italia y Bélgica.

La primogénita de los Cruz Arroyo hablaba francés, inglés, alemán, italiano, interpretaba el arpa. Además, pintaba y bordaba.

De París a India

En 1902, tras la muerte de su progenitor, los hermanos regresaron a Guatemala. Para ese entonces los poemas de María, a quien su padre le inculcó el amor por las letras, habían sido publicados en El Salvador, antes que en Guatemala.

Fueron famosas sus traducciones de los escritores franceses Musset, Baudelaire y Verlaine.

El escritor guatemalteco Ramón A. Salazar la llamó “la modesta violeta de nuestros jardines poéticos”.

Después de la muerte de su padre, María se dedicó a viajar. De esta época data el poema Al partir, que refleja el inmenso vacío que experimentaba.

“El navío vagabundo entrará quizás al puerto; partió en la mar perdido quedas ¡Ay! corazón muerto”, cita uno de sus versos.

En 1912 realizó un periplo que marcó su vida y también su estilo literario. Su libro Cartas de la India describe su paso por Bombay, Madrás, Benarés, Jaipur y el Valle de Cachemira. Originalmente no se trataba de un libro, sino de una colección de 13 cartas en francés escritas entre noviembre de 1912 y noviembre de 1913, dirigidas a una amiga identificada solo por las iniciales MH, quien residía en París. Esta colega decidió publicarlas al enterarse de su muerte con el título Lettres del’ Inde.

La poesía y la prosa de María son importantes porque forma parte del grupo emergente de mujeres intelectuales y escritoras de finales del siglo XIX y principio del XX, según el ensayo de Alexandra Ortiz Wallner, que aparece en Mujeres en el bicentenario. Aportes femeninos en la creación de la República de Guatemala.

“Esta es la vida espiritual que yo soñaba, sin mortificaciones, ni penitencias, sin celda, ni sayal, sin votos, sin claustro, sentiré muchísimo irme de Adyar. Es un lugar único”, escribió María a su amiga MH, en una de sus cartas.

La decisión de viajar de María no respondió a un plan económico, científico o político, sino a una búsqueda existencial. “El relato de viajes comprendido como la fusión dinámica de un registro privado con uno de carácter público, dejará de ser mera inscripción de la aventura personal, íntima, para convertirse en una forma discursiva de la que se valieron las mujeres para discutir temas de gran relevancia y contenido político”, agrega Ortiz Wallner.

María describió una escena de la India así: “A través del humo de las hogueras alcancé a ver a un hombre con un bastón que parecía que atizaba el fuego o quebraba los huesos recalcitrantes. Se oía el crepitar y chisporrotear de la carne; era algo horrible. Distinguí una rótula cerca de un esqueleto calcinado, y aparté la mirada para siempre. Al lado, la gente se bañaba, dormía o comía. Desde los techos y cúpulas de templos muy antiguos y medio en ruinas que parecían islas, lanzaban flores al río y rezaban antes de meterse en el agua…”.

Sus reseñas, como una del valle de Cachemira, no pierden actualidad y se asemejan a las de un cronista de viajes. “A lo lejos se ven los picos nevados, y, más cerca, unas laderas cubiertas de flores que se parecen mucho a las que baña el Sena. El decorado es mitad parisiense, mitad japonés y, por ahora, está anegado en lluvia…”.

El final

En 1914, el estallido de la Primera  Guerra Mundial sorprendió a María en París. Ahí se dedicó a ayudar a los soldados inválidos y a los huérfanos.
Murió en medio de la guerra mientras cumplía tareas humanitarias,  el 22 de diciembre de 1915

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