La noticia, con gran detalle y profundidad, es narrada por el escritor y periodista Héctor Tobar en su libro En la oscuridad (Deep Down Dark, 2014). “Trata sobre las historias no contadas de 33 hombres atrapados dentro de una mina chilena y sobre el milagro de su salvación”, expresa el autor, en una entrevista vía Skype.
En esa obra se basó la película Los 33 (2015), dirigida por Patricia Riggen y protagonizada por estrellas como Antonio Banderas.
Tobar, nacido en Los Ángeles, California (22 de febrero de 1963) es hijo de inmigrantes guatemaltecos que llegaron al país del norte un año antes.
Allá hizo su vida. De hecho, es parte de la primera gran ola latina que en la década de 1980 ingresó a las redacciones de los periódicos estadounidenses. Empezó en El Tecolote, un pequeño periódico de San Francisco. Luego en el diario Los Ángeles Times, donde, en 1993, formó parte del equipo que ganó el prestigioso Premio Pulitzer.
¿De dónde viene su don para escribir novelas y artículos periodísticos?
Mi afán por ser cuentista la tengo por un tío que vive en Gualán, Zacapa, área de cuentacuentos. Me narraba historias de allá, del ferrocarril, de la zona bananera y de su gente de machete y machista. De hecho, mi papá, tras leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, me dijo: “Macondo es Gualán; Gualán es Macondo”.
Aunque usted nació en Estados Unidos, ¿se siente guatemalteco?
Siento orgullo de ser guatemalteco. Tuve la dicha de que en mi casa siempre insistieron en que me expresara en español, así que nunca perdí el idioma. Incluso, teníamos libros de Miguel Ángel Asturias, entre ellos Hombres de Maíz y El Señor Presidente.
Mi padre, además, me hablaba sobre la historia de Guatemala. Recuerdo la vez que me contó sobre los aviones que sobrevolaron la capital, allá en 1954, y que “gracias” al imperialismo de EE. UU, el país empezó a estar bajo el mando de una dictadura militar. Así que siempre he tenido el concepto de que el pueblo guatemalteco ha sido explotado y que ha sufrido debido a ese golpe de Estado.
Concluyendo con su pregunta, considero que soy una mezcla de dos culturas: la estadounidense y la latina. Mis novelas y crónicas las escribo en inglés, con una que otra frase en español. A la vez soy consciente de que en Guatemala me escuchan con cierto acento mexicano o quizás bonaerense —por algún tiempo, fue corresponsal de Los Ángeles Times en México y Argentina—, pero también puedo tratar de “vos” o sé qué significa patojo.
Por sus raíces, ¿le fue difícil empezar a ejercer el periodismo en Los Ángeles?
Al principio sí, porque en la década de 1980 éramos pocos los periodistas que hablábamos español. Creo que nos miraban como una amenaza. Cierta vez, un reportero me dijo: “¡Ah! usted es de los que vienen a quitarnos los empleos”.
¿Cómo superó esas barreras?
Trabajando duro y tratando de ser de los mejores. Siempre luché por salir en la primera plana; cuando se logra, no hay mucho que a uno le puedan decir —ríe—. Al final, me quedé bastante tiempo en Los Ángeles Times y escalé los distintos niveles jerárquicos.
De hecho, consiguió el Premio Pulitzer 1993.
Sí. Con el equipo de ese diario cubrimos los disturbios en Los Ángeles, en 1992, originados luego de que la Policía apaleó a un afroamericano, lo cual fue captado por un video aficionado. Lo que presencié en esos días lo empleé para escribir mi novela The Tattooed Soldier —aún sin título en español—.
¿Cree que en Estados Unidos hay tolerancia hacia la comunidad latina?
Sí la hay en la vida cotidiana; creo que no hay conflicto, sino convivencia. De hecho, la mayoría tiene una buena imagen de nosotros.
Al respecto, ¿qué opina de las declaraciones de Donald Trump, precandidato a la presidencia de EE. UU. por el Partido Republicano?
Cierta vez, mi hija de 10 años me dijo: “Papá, este Trump es un hombre muy feo; tengo miedo de que alguien me vaya a matar”. Ahí supe que hasta los niños latinos se dan cuenta de lo que dice el precandidato republicano. Hace poco escribí una columna sobre eso en el diario The New York Times, exponiendo cuán insultados nos sentimos los latinos ante sus declaraciones; estas me hacen recordar a la Alemania nazi de la década de 1930. Sin embargo, también he de decir que solo una minoría estadounidense apoya a ese señor. Aún así, hay que estar vigilante a lo que hace o expresa.
En otro tema, ¿qué opina sobre los recientes movimientos cívicos que se vivieron en Guatemala en contra de la corrupción?
Me siento muy orgulloso del pueblo, porque se unió y se manifestó. Mi madre, que ahora tiene 73 años, participó en eso y le escribí un mensaje que decía: “Felicitaciones mamá; ayudaste a derrocar a un presidente”.
¿Visita el país con frecuencia?
Antes solía hacerlo; viajaba cada año. Lo cierto es que me traen bonitos recuerdos lugares como las colonias 6 de Octubre y Ciudad de Plata, en la zona 7 —donde pasó ciertos momentos de su infancia— y el Centro Histórico, así como el occidente. Me encanta Huehuetenango y Quetzaltenango.
Hábleme de sus libros. En The Tattooed Soldier plasmó escenas de la Guatemala de los ochentas. ¿Vivió alguna situación de la guerra interna de nuestro país?
En realidad, la novela tiene elementos que abarcan las experiencias de los guatemaltecos y salvadoreños que vivieron las guerras en sus países, que luego huyeron y se refugiaron en Los Ángeles. Es ahí donde se encuentran y empieza la trama. A la vez, como usted menciona, tiene elementos de la experiencia propia. Resulta que en esa década hice un viaje en autobús desde México a Guatemala. Pasé por La Mesilla, Huehuetenango; vi puentes derribados por la guerrilla, pintas con la hoz y el martillo e incluso a los Patrulleros de Autodefensa Civil. También visité la Universidad de San Carlos, donde me impactó un mural donde estaba un gorila que hacía alusión a la dictadura militar. Al final, el significado era algo así como “los gorilas al zoológico; el pueblo al poder”. Todo esto, en efecto, lo escribí en ese libro.
Cuénteme acerca del libro En la oscuridad (Deep Down Dark), lanzado el año pasado y que sirvió para filmar una película en Hollywood.
Es la primera de mis obras traducidas al español —las demás tienen versiones en francés, italiano, alemán y polaco, por ejemplo—, y trata sobre las 33 personas que quedaron atrapadas en una mina en el desierto de Atacama, Chile.
Un agente en Nueva York me contactó porque necesitaban a un novelista, pero que también fuera periodista; de esa forma pensaron que podría profundizar en la historia.
Sus notas destacan por la riqueza de detalles, así como por dar a conocer el lado humano de una situación.
Eso dicen —ríe—. Pero esa es la labor del periodista, es decir, recopilar toda la información posible y luego trasladarla a los lectores, de forma objetiva, clara y atractiva. Esto es un arte.