LE PUEDE INTERSAR
“Dejémonos de babosadas: / de que hay espantos, / ¡los hay! / Un pueblo sin espantos / no es un pueblo de a de veras”, escribió el poeta momosteco, el Guardián de la caída de agua —así se llama uno de sus libros— que se despidió de esta vida el 28 de enero pasado para transformarse en jaguar.
En su obra impera la naturaleza, aunque se encuentran otros temas como el amor, la vida o la muerte. Abarca, asimismo, ritos, costumbres y tradiciones. Hay un diálogo con los dioses. Así lo muestra en la antología Ajkem Tzij. Tejedor de palabras, donde, en Lloradera, escribió: “Era una lloradera imparable. / ¿Qué tendrá? / “Ojo le dieron, / alguno lo deseó en la calle / —dijo la viejita— / hay que curarlo”. / Hojas de ruda / y un trago de guaro. / Mientras se lo soba / por la carita y el pecho / regaña a la mala sombra: / “Salí, salí, / dejá de joder al muchachito. / ¡Ah, ah, ah! / ¡Ojalá, ojalá, ojalá! / Jat, jat, jat, ándate, ándate…” / Le sopla una bocanada de guaro / en la rabadilla. / Echa las hojas en el brasero: / si al quemarse truenan, / ¡es que era ojo!”.
Uno de los poemas donde mejor aclara su vínculo con su pueblo es el titulado La voz: “La vida de las montañas / está en la voz de sus pájaros. / La voz de los pueblos / son sus cantores: / un pueblo mudo / es un pueblo muerto”.
“En un breve texto deja entrever los colores del tejido al que pertenece: vida, voz, canto y pueblo”, destaca Guillermo Sánchez Martínez en el estudio Poesía indígena contemporánea: la palabra (tzij) de Humberto Ak’abal, publicado por la Pontificia Universidad Javeriana. “En la montaña está el poema; en las aves está el poeta”, agrega.
Con los grandes
Ak’abal se acercó a la literatura desde niño. De sus abuelos paternos heredó la música, ya que tenían una marimba. De sus abuelos maternos se alimentó con numerosos cuentos.
“Recuerdo que con nosotros vivía un ancianito, Melesio. Cierto día, cuando venía de la primaria, que es lo único que tengo de estudios, me preguntó: ‘¿Qué hacés con esos papeles?’, y le contesté que estaba aprendiendo a leer. Entonces, me confió: ‘En el techo de la casa de tu abuelo hay una caja; parece que ahí hay unos papeles. Tu abuelo dice que no hay que leerlos porque uno se puede volver loco, y no los quemamos porque nos puede caer alguna maldición”, contó el poeta durante una entrevista para un diario mexicano, en 1998.
El chiquillo momosteco, a hurtadillas, buscó la caja y encontró numerosos libros. “Leí La última hoja, un cuento de O. Henry; también estaban Madame Bovary, de Flaubert; y La guerra y la paz, de Tolstói. Decidí robarme los libros”, confesó.
Fue hasta dos décadas después que Ak’abal supo que había comenzado con los grandes escritores. “Soy autodidacta, un lector compulsivo, y siempre he comprado libros viejos en la capital de Guatemala. Así creció mi intelecto”, agregó.
Su obra la escribió en k’iche’ y en español —él mismo se traducía—. Eso, según confesó en varias ocasiones, le trajo cierta tortura. “Borges decía que toda traducción, a veces, es traición. El primer sufrimiento es mío, porque escribo en mi lengua y me traduzco al castellano. Tengo que hacer grandes esfuerzos para encontrar los términos precisos”, dijo.
Las voces del pasado
Sin duda, su legado fue influenciado por la tradición oral de sus antepasados, la cual le brindó una vastedad de conocimientos cosmogónicos. Supo, entonces, interpretar los relámpagos y las tempestades; calibrar los vientos, comprender el lenguaje de los pájaros, el comportamiento de los animales y el susurro de los ríos. De esa cuenta, en el poema Caracol grande, que está en el libro Kamoyoyik, se lee: “El barranco / que está cerca de mi casa / es un caracol grande. / Cuando suena, avisa que la lluvia / viene detrás del viento”.
Ak’abal, incluso, escribió sobre las piedras, ya que estas, dentro de la cosmovisión indígena, son silenciosos testigos del tiempo y de los ritos, lo cual les da un carácter sagrado. Esto es lo que dice su poema Piedras: “Altares de los abuelos, / —escuchas eternos, / duras en su silencio, / durísimas en sus respuestas”.
Otro ejemplo es Tum ab’aj, donde se lee: “En mi pueblo hay una piedra grande / se llama Tum ab’aj (…) ellos (los viejos) se detienen, / le queman copal, incienso, / candela y miel. / Cuando llueve, la piedra suena: tum, tum, tum, tum…”.
Aquí se observa otra de las características de la obra de Ak’abal: el juego con las onomatopeyas propias del k’iche’. De esa forma, a través del “tum, tum, tum, tum”, retumba la lectura.
Identidad
La reafirmación de sus raíces está a lo largo de sus textos. “Los espíritus o nahuales aparecen constantemente y son los campos semánticos que le ayudaron a crear metáforas e imágenes”, refiere Sánchez Martínez. En ocasiones los describió como protectores de la naturaleza, en otras como dioses o fuerzas que ya se han ido. Al leer, sin embargo, no hace falta distinguirlos; más bien, hay que tomarlos simplemente como parte de la herencia precolombina. Al respecto, Ak’abal es contundente en su poema Robo: “Nos han robado / tierras, árboles y agua. / De lo que no han podido / adueñarse es del Nawal. / Ni podrán”.
Además, le dio fuerza a su idioma y procuró descolonizar la historia “oficial”. En Raíz y sangre apuntó (extracto): “¡Así ha sobrevivido nuestra sangre! / Los kaxlanes (castellanos) quisieron, también, / borrar nuestros idiomas, / a ellos se les trababa la lengua / porque no pudieron pronunciarlo”.
Por supuesto, también dio esperanza a su pueblo y lo instó a no quedarse atrapado en el horror. Un buen ejemplo es Tapixca / Jach (extracto): “Caminemos, / entremos / es el templo natural del maíz. / Los pies calzados de lodo, / ¡no hay reverencia mayor! / Matas de milpa, / risas de mazorca. (…) / la tapixca termina. / Levantémonos sobre nuestros pies / y sigamos caminando”.
Bien lo dijo Ak’abal: “No es el peso de la carga lo que duele, lo que duele es el peso de la indiferencia”. Así que, después de la tapixca, hay un presente y un futuro en el que es posible continuar el camino con los pies descalzos llenos de lodo. En Raíz y sangre concluyó: “Sin miedo avancemos / hagamos nuestros caminos / con nuevos pensamientos, / con una mano en la tierra / y otra en el corazón”.
En sus palabras
En la antología Ri Upalaj ri Kaq’ik’. El rostro del viento, Humberto Ak’abal reflexionó sobre su experiencia como escritor y, en un texto introductorio titulado Un fuego que se quema a sí mismo, escribió: “Mis poemas son solo hechos humanos: algunos son pinceladas de paisajes, otros son poemas-relatos, uno que otro con alguna metáfora lograda, y las onomatopeyas son un intento de pintura hablada, este es un recurso que tomo directamente de mi lengua materna. Mis textos son breves y escritos de manera sencilla, sin rebuscamientos de lenguaje; hablo de lo que está al alcance de mis ojos, de mis oídos, de mis recuerdos”.
Biografía
- Nació en Momostenango, Totonicapán, en 1952. Falleció el 28 de enero del 2019.
- Habló, leyó, escribió y “se calló”, como alguna vez dijo, en k’iche’ y español.
- Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos inglés, francés, alemán, italiano, portugués, hebreo, árabe y japonés.
- Le entregaron numerosos reconocimientos, entre ellos el diploma Emeritissimum 1995, por la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos.
- Se le confirió el Premio Internacional de Poesía Blaise Cendrars 1997, en Suiza; el Premio Continental Canto de América 1998, de la Unesco, en México; el Premio Internacional de Poesía Pier Paolo Pasolini 2004, en Roma; y Caballero de la Orden de las Artes y Letras, por el Ministerio de Cultura de Francia.
- En el 2003 rechazó el Premio Nacional Miguel Ángel Asturias.
- Entre sus publicaciones poéticas destacan El animalero (1990), Guardián de la caída de agua (1992), Lluvia de luna en la cipresalada (1996) y Las palabras crecen (2010). De sus antologías se mencionan Tejedor de palabras / Ajkem tzij (1996), Arder sobre la hoja (2000), Palabramiel (2001), Otras veces soy jaguar (2006), y 100 poemas de amor (2011). Entre sus cuentos están Grito en la sombra (2001), De este lado del puente (2006), y El animal de humo (2014). Publicó, asimismo, el ensayo Paráfrasis del Popol Wuj (2016).
*También se consultó el documento El origen y la originalidad en la obra poética de Humberto Ak’abal, de Maris Kilk (Universidad de Tartu). / Lea el reportaje completo en la edición impresa de la Revista D del 10 de febrero del 2019.
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