En la mayoría de cortejos emplean la misma imagen —a la Dolorosa la visten de rojo y azul y a la Soledad de negro con detalles blancos—, pero la diferencia rígida estriba en que la primera se identifica con las manos abiertas, mientras que la segunda con las manos juntas. “Son dos momentos de la Pasión de Cristo, aunque en la Colonia no se hacía diferencia”, cuenta Johann Melchor, profesor de Historia del Arte de la Universidad Francisco Marroquín.
La Iglesia Católica reconoce con el nombre de Virgen de Dolores a la representación de una mujer triste con una o siete dagas en el pecho. Algunas veces de pie, otras sentada o de rodillas, y se acostumbra añadirle elementos alusivos que cuentan de manera gráfica los motivos de su dolor y llanto.
Los atributos iconográficos de la Virgen de Dolores, aparte de las manos, es que va llorando, lleva un resplandor con los siete dolores —estrellas— y una daga que representa la profecía de que uno de estos objetos le atravesaría el corazón, la de Soledad lleva tres clavos y la corona de espinas, explica Melchor.
También se le conoce como Virgen de la Amargura, Virgen de la Piedad o Virgen de las Angustias y se le conmemora el Viernes de Dolores y el 15 de septiembre.
Sin huella en el tiempo
Uno de los mayores problemas que encuentran los estudiosos del Arte es que no existen documentos que certifiquen el nombre de los autores, ni mucho menos el año en que fueron talladas para determinar su antigüedad, sobre todo las más veneradas en estos días como las del Centro Histórico de la capital y las de Antigua Guatemala, Sacatepéquez.
“Hay una gran dispersión de imágenes y sus historias han sido poco investigadas, contrario a los Nazarenos. No hay trabajos documentados, solamente recopilaciones basadas en la tradición oral”, expone Gutiérrez, quien es autor de la revista Raíces Tricentenarias. La devoción a la madre de Dolores en la Merced.
A pesar de esas limitaciones, los versados en historia del arte coinciden en que la más antigua es la Dolorosa de la iglesia de Santo Domingo, aunque tampoco hay documentos que lo sustenten. “Es una imagen del siglo XVI, muy serena, estoica, con aplomo, pálida y parece que se va a desmayar”, describe Gutiérrez.
Fernando Urquizú y Michele Pinsker en su investigación Crónicas y recuerdos de la Virgen de Dolores del antiguo templo de Santo Domingo de la Nueva Guatemala de la Asunción indican que “es una de las procesiones más arcaicas del país que ha permanecido viva en su ideario desde 1585 hasta nuestros días”.
Ambos historiadores afirman que este cortejo “se desprendió” del Santo Entierro de Santo Domingo, que comenzó a salir “después de 1559 cuando se fundó la cofradía de Españoles del Santo Rosario (…) que perduró con gran esplendor durante el periodo de la dominación española, hasta 1852”.
En cuanto al nombre de Dolorosa o Soledad, Urquizú y Pinsker anotan que en su trabajo la llamarán Virgen de Dolores “debido a que su representación está relacionada con esta advocación, aunque en documentos que refieren su presencia en el antiguo templo de Santo Domingo de la ciudad de Santiago de Guatemala desde 1598 se identifica como Nuestra Señora de la Soledad…”.
Otra imagen que podría tener sus raíces en el siglo XVII es la de La Parroquia de la Santa Cruz, zona 6. En el libro Jesús de las Tres Potencias Arte, Historia y Tradición, el doctor en Historia Haroldo Rodas Estrada menciona que es posible que la imagen sea anterior a 1697 —año en que se cree fue tallada la imagen de Jesús Nazareno— y que la misma fue venerada en el Templo de la Veracruz, que se edificó en el terreno donde luego se construyó el Oratorio de San Felipe Nery.
La fuerza del barroco
El exceso de ornamentación, característico del barroco de finales del siglos XVI y así como del XVII y XVIII también llegó a Guatemala por la vía de los colonizadores y se reflejó en las figuras religiosas, como las Dolorosas de La Merced, la Recolección y la del Manchén de San Sebastián.
El nombre completo de esta última es Nuestra Señora de Dolores del Manchén, es venerada en el templo de San Sebastián de la Nueva Guatemala de la Asunción. En el siglo XX le pusieron ojos azules, “lo cual no le luce por ser una obra colonial”, comenta Melchor.
Rodas Estrada en su libro Crónicas de Semana, publicado en 1988, afirma que esta representación es una de las más impresionantes de los escultores del país durante el periodo hispánico. Para datarla se basa en el cronista Domingo Juarros, quien cita “Estaba en territorio de la parroquia de San Sebastián. La imagen de Nuestra Señora, a quien se tributaban cultos en esa capilla, es de las más hermosas que tiene Guatemala. El 23 de mayo de 1738 la coronó fray Antonio López de Guadalupe, obispo de Comayagua, para cuya función se trajo dicha efigie a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y el día siguiente se llevó en procesión con gran pompa a su ermita”.
El historiador afirma que ese año (1988) la imagen cumplió 250 años. “Su rostro lleno de lágrimas y ceño suavemente fruncido le dan el dramatismo con el cual el artista sublimó el dolor”, remarca.
De la Dolorosa de La Merced tampoco se cuenta con información formal. En la publicación Santísima virgen de Dolores de La Merced (2013) se asegura que los jesuitas Isidro Iriarte y Antonio Gallo “adjudican su talla a Pedro de Mendoza”, información que secunda el cronista de la ciudad Miguel Álvarez en el libro María de Guatemala, pero aclara que no hay documentos para sustentarlo.
El mismo informe señala que en los libros de gastos de la cofradía de Jesús Nazareno 1654 y 1655 aparecen datos sobre gastos relacionados con la Virgen como la compra de “20 varas de brin para tejer dos paños que se cuelgan en la capilla, y dos velos y dos faldones a las andas de la virgen: 15 pesos. f) fray Domingo Izaguirre.
Sin embargo, agrega Raíces tricentenarias La devoción a la madre de Dolores de la Merced, conviene señalar que aunque no sea la actual imagen la venerada en esos años, “ya existía para 1654 una imagen de vestir que formaba parte de los cultos de los cofrades”.
El mismo documento, apelando a fuentes orales, publica que la actual Dolorosa, hasta antes de los terremotos de 1917 y 1918 se encontraba de rodillas junto al Cristo de la Agonía en el retablo que actualmente ocupa la Sagrada Familia. “Relacionado con este relato, se afirma que ella —la Dolorosa— era antes de 1918 Nuestra Señora de la Esclavitud”.
La Dolorosa de la ermita del Cerro es otra de las imágenes que se cree corresponde a este siglo. Al respecto Rodas Estrada cuenta, con mucha magia, de que en el barrio de la Candelaria, Antigua Guatemala, en 1701, fray Domingo de los Reyes andaba junto al indio mayordomo Silvestre de Paz hacia Santa Inés de los Hortelanos.
En el camino el indígena encontró un trozo de cedro el cual se llevó a su casa, adonde llegó Manuel de Chávez quien le pidió el madero para tallar una figura de Nuestra Señora de los Dolores. Después de un mes entregó la escultura y Silvestre le pagó 23 pesos, de acuerdo con el historiador.
Agrega que en 1703 se construyó una ermita para la imagen y que entre 1710 y 1714 se edificó una segunda que cumplió, a la vez, la función de El Calvario de la parroquia de Candelaria. Los terremotos de 1773 las dañaron por lo que funcionaron en un lugar provisional hasta 1784, cuando los bienes fueron trasladados hacia el Valle de la Ermita.
“A las Dolorosas de estos siglos hay que ponerles mucha atención en el rostro, porque tienen el entrecejo fruncido y denotan exceso de dolor. Las manos transmiten angustia y ansiedad, y los cuellos muestran mucha fuerza, todo eso las convierte en imágenes excesivamente dramáticas”, describe Gutiérrez.
Siglo XIX
La simpleza de las líneas y la idealización de la belleza que buscó transmitir el neoclasicismo fue retomado por los escultores guatemaltecos a finales del siglo XVIII y durante el XIX. De estos años “son muy valiosas y queridas” las Dolorosas de Santa Teresa, San José, La Candelaria, así como la Soledad de la Recolección y la de El Calvario”, comenta Gutiérrez.
“Sabemos por algunas publicaciones de prensa que Ventura Ramírez talló hacia la mitad del siglo XIX la de San José y también la de Santa Teresa, pero no hay documento que lo haga constar. Las dos tienen una posición neoclásica, son serenas, con un aplomo completamente distinto a la de Santo Domingo, porque, incluso, son fuertes y se ven muy enteras en su dolor”, describe Gutiérrez.
En cuanto a la última existe una controversia debido a que Urquizú encontró un documento de 1925, pero se cree que se refiere al año en que se le transformó con las características que tiene hoy. “Es una escultura de un realismo muy avanzado, pero no estamos en capacidad de asegurar si es del siglo XX o de antes”, analiza Gutiérrez.
La Dolorosa del templo de Beatas de Belén, según el historiador de la Usac, podría ser una escultura de la última parte del siglo XIX, y al igual que las anteriores, también se desconoce su autoría.
En lo que coinciden los historiadores es que todas fueron talladas en el país. La de Santo Domingo, la Merced, La Parroquia Vieja y la Recolección quizás en la Antigua Guatemala, mientras que la Candelaria, San José, Santa Teresa y El Calvario muy probablemente fueron esculpidas en la Nueva Guatemala de la Asunción, a finales del siglo XVIII y durante el XIX, calcula Gutiérrez.
Marcha “María la penitente” dedicada a la Virgen de Dolores de La Recolección. (Video: Tomado de Youtube)