A los comensales rutinarios solía mostrarles fotos y les contaba de las carencias de los niños de San Antonio El Ángel, del municipio de San Pedro Ayampuc, Guatemala, la comunidad donde creció, y a los que deseaba ayudar por medio de becas educativas.
Jazmín Carrillo Ochoa tiene 26 años.
Ha trabajado en restaurantes de Long Island, New York.
Se graduó Suffolk County Comunity College en artes culinarias y gerente de restaurantes, en el 2013.
Fundadora del Programa Sueños, que ayuda a 250 niños de la escuela de la aldea San Antonio El Ángel, San Pedro Ayampuc, Guatemala.
Una ingeniera ambiental y un diseñador de jardines jubilado fueron los primeros en sumarse al proyecto. Pero más tarde contó como aliados a varios de sus compañeros de trabajo.
En aquel entonces empezaron a ser beneficiados una decena de niños; tres años después (2015) son 250.
Carrillo dejó el restaurante y se empleó en una empresa de planificación de bodas, pero hace un par de semanas fue despedida, no obstante, ya tenía todo listo para inaugurar un laboratorio de computación en la escuela que tanto ayuda, así que con sus ahorros vino al país para concretar ese objetivo y empezar a soñar en la construcción de un nuevo establecimiento.
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¿Cómo llegó a Estados Unidos?
Tenía 14 años cuando viajamos a Nueva York con mis hermanos, vivimos un tiempo en Long Island y luego en North Fork, donde hay muchos viñedos. ¡Es hermoso!
Mi mamá, en aquellos años, era maestra de español y siempre deseó que nos graduáramos de la universidad, por lo que no descansé hasta cumplir su sueño.
Fue hace tres años que regresé a mi comunidad y me di cuenta de que nada había cambiado. Me percaté de las inmensas necesidades que pasan los niños para recibir educación.
Así que decidí que esa situación tan precaria no podía continuar y comencé el programa de becas al que llamé Programa Sueños.
Como le comenté, no soy la única, tengo a mucha gente que me ayuda, así que juntos proveemos a los niños de mochilas, útiles escolares, zapatos, uniformes y, además, contratamos a una psicóloga que trabaja tres veces por semana.
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Debe tener muchos amigos.
¡Amigos de los buenos! (risas). Pero fue gracias a mis empleos que conocí a mucha gente que me ha ayudado, sin ellos este proyecto no sería posible.
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¿Quiénes son ellos, me podría hablar de algunos?
La primera en creer en el proyecto fue mi mamá; ella me dijo ¡manos a la obra! y se hizo cargo de toda la papelería para darle legalidad.
Mi abuelo Eusebio Ochoa, quien ha sido activista de derechos humanos y fue alcalde de San Pedro Ayampuc, también me ayudó.
A los otros ángeles los conocí cuando trabajé en el restaurante en Long Island, pues ellos eran clientes frecuentes. Maurice, por ejemplo, es un diseñador de jardines jubilado. Él llegaba todas las mañanas por un café y un muffin y en una de las tantas pláticas que tuvimos le comenté lo que quería hacer y de inmediato me apoyó; hoy puedo decir que se ha convertido en otro abuelo para mí.
Jacob y David, quienes trabajaban en el restaurante, también han sido indispensables. Junto con ellos, el año pasado organizamos un evento de beneficencia en Bedell, un viñedo en North Fork, los dueños de este lugar donaron el alquiler del espacio, que cuesta unos US$10 mil.
Contactamos al famoso chef Gerry Hayden quien falleció recientemente; todos donaron su trabajo y logramos montar ocho estaciones de comida gourmet. Cada entrada la vendimos en US$100.
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¿A cuántos niños benefician?
En el 2015 fueron 250, entre ellos, 73 son estudiantes de básico.
Hay 11 con becas especiales, a diferencia de los demás, reciben un incentivo monetario cada mes, pues queremos que vayan a la universidad y vuelvan a la comunidad. Eso llevará algún tiempo, sin duda, pero estoy confiada de que lo lograremos.
El programa ha sido también visto que, incluso, llegan niños de aldeas aledañas a solicitar apoyo.
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¿Qué otros planes tiene para el programa?
Mi objetivo es construir un nuevo edificio, porque el actual está en malas condiciones. Los niños de párvulos, por ejemplo, están metidos en un aula que parece un armario, sin ventanas; necesitamos instalaciones adecuadas.
Este año, además, trabajaremos en una huerta para que cultiven sus verduras y frutas.
Hablamos con personeros de la municipalidades de San Pedro Ayampuc y San José del Golfo ellos nos darán asesoría. Si es posible, con la producción de la huerta queremos completar la refacción escolar. Eso sería lo ideal.
¡También planificamos una biblioteca! Pero eso será cuando tengamos el nuevo edificio.
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¿Cuáles son sus proyectos personales?
Voy de regreso a la universidad, pues estudiaré Negocios y Relaciones Internacionales, ya que mi deseo es seguir ayudando, pero de una manera macro y solo lo lograré si sigo educándome.
Por ahora volveré a emplearme de mesera, para pagar mis estudios. Hace poco perdí mi trabajo, porque el invierno es una temporada callada en Nueva York y las personas no desean casarse en esos días, así que mis jefes me dijeron que no podrían ocuparme y no me dieron seguridad de devolverme el puesto en el verano.
Fue un revés, pensarían muchos, pero para mí significó el empuje que necesitaba para decidir hacer lo que me hace feliz y prepararme para ello.
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Será difícil empezar de cero
Regreso el 29 de enero a Baruch University. Trabajaré en Williamsburg, el restaurante de una amiga.
Vivo como a 20 minutos. Williamsburg, un barrio neoyorquino de Brooklyn, que colinda con Greenpoint, Bedford-Stuyvesant y Bushwick.
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¿Hay alguna anécdota que usted recuerde de los niños?
Hay muchas, pero recuerdo que hace unos días estaba sentada en el campo y una de las pequeñas que asiste a la escuela y que fue abusada sexualmente, se sentó a mi lado, tomó mi mano y me dijo: “¡Gracias!” y simplemente nos quedamos en silencio.