¿Cómo fueron los inicios de las librerías Piedra Santa?
Es un negocio que fundaron mis padres en 1947. Para entonces no había libros porque no tenían suficiente capital ni maquinaria, así que primero imprimían material didáctico: los mapas de Piedra Santa, que se vendían a un centavo. Me cuentan que en las escuelas rurales, los maestros pegaban los mapas en los ranchitos que funcionaban como salones de clase.
¿Quién producía los artes?
Mi papá, Julio Piedra Santa, quien también fue artífice de otros materiales que aún se emplean en muchas instituciones educativas, tales como los cuadernitos de la Geografía Visualizada.
Cuénteme más sobre su padre.
Estudió en la Escuela Normal Central para Varones y fue maestro en la Escuela República de El Salvador. Asimismo, fue un excelente dibujante; de hecho, a los 15 años hacía retratos al óleo. Pasado el tiempo, el Estado Mayor lo contrató y empezó a trazar mapas, pero no le gustó la carrera militar porque lo regañaban mucho.
¿Por qué?
Porque siempre lo encontraban leyendo —ríe—.
¿Su mamá también fue maestra?
Sí; se llamaba Oralia Díaz y estuvo en el Instituto Normal Centro América (INCA). Con ella creamos una revista dirigida a niños y jóvenes que se llamaba Chiquirín, con la cual publicamos más de 400 números a lo largo de 16 años (1974-1990).
¿Qué temática abordaban?
Había tópicos de actualidad, no pedagógicos, así que informábamos con notas de todo tipo, como el nacimiento del primer niño probeta del mundo. Eso era lo que difundíamos en las escuelas.
Entonces habrá sido polémica.
Sí, lo fue. Teníamos secciones de Ciencias y Salud y Seguridad. Fíjese que, en tiempos de guerra, los niños de la provincia solían encontrar granadas en el campo, pensando que eran juguetes, y a algunos les estallaron. Por eso sacamos un reportaje sobre eso, tratando de decirles que no agarraran esos artefactos en caso de encontrarlos, ya que eran mortales. Muchos nos decían: “¿Por qué publicaste eso? ¡Eso no es literatura infantil!”.
¿Qué les respondía?
Mire, siempre ha habido una discusión en torno a esto, ya que algunos dicen que la literatura infantil debe cuidar al niño, mientras que otros pensamos que debe ser una ventana al mundo. De esa cuenta, creo que una escuela no debe tener ninguna clase de muros en cuanto a la formación educativa.
¿Cree que los chicos son receptivos ante ese tipo de información?
Sí, es increíble pero desde muy pequeños se interesan en su entorno. Por supuesto, hay que planteárselos de una manera adecuada a sus edades.
Tengo entendido que usted, tal como sus padres, es profesora de educación primaria.
Sí, me gradué en 1965 del Instituto Belga Guatemalteco. Luego estudié Ciencias Sociales en la Universidad del Valle. Ahí cursé una maestría y publiqué la tesis Alfabetización y poder en Guatemala, los años de la Guerra Fría (1944-1984).
¿Cómo surgió la idea de esa investigación?
En la década de 1980 fui al Ministerio de Educación para ofrecer un proyecto sobre alfabetización, pero ellos me indicaron que debía dirigirme al Estado Mayor. En ese momento no comprendí el motivo. Al llegar, un general me dijo: “No estamos de acuerdo con la alfabetización”, porque, según él, con una población educada se fomentaba el comunismo.
¿Cómo puede ser eso?
Los grupos de poder, entre ellos el Ejército y los terratenientes, tenían ese pensamiento porque uno de los postulados comunistas era la alfabetización; de eso se sostenían para no fomentarla. Asimismo, predominaba el latifundio, por lo que la educación pasaba a segundo plano.
¿Considera que la educación cambia una sociedad?
Es fundamental, pero hay otros factores que hay que tener en cuenta, tales como la certeza jurídica, seguridad, salud o economía. Todos estos elementos forman parte del desarrollo humano.
¿Cree que los niños cuentan con suficiente material que enseñe cuestiones relacionadas con el desarrollo humano?
Es lo que se pide ahora, por eso hemos publicado sobre economía y emprendimiento. También tenemos libros donde se enseñan conceptos matemáticos a través de cuentos.
¿Se han desarrollado metodologías para hacer que los chicos se interesen por textos complejos?
Sí, y eso es importantísimo. La meta es que, desde la primaria, los niños disfruten leer a Miguel Ángel Asturias, por mencionarle a un autor. En ese caso preciso está disponible el libro Los cuentos del Cuyito, que el Nobel escribió a sus hijos cuando estos eran pequeños. También tuvimos la oportunidad de editar un libro infantil con los poemas de Humberto Ak’abal.
¿Fue bien aceptado?
Ni el mismo Ak’abal sabía que su obra iba a ser de interés para los chicos —ríe—.
¿El Popol Vuh podría llegar a ser atractivo para ellos?
De hecho, lo es, pues hemos trabajado ediciones especiales para niños desde los cuatro años.
Imagino que son importantísimas las ilustraciones.
Bastante. Como editor, uno no debe equivocarse con el ilustrador que elige para una obra dirigida a ese público.
Uno de los grandes éxitos de la Gremial de Editores, la cual ha presidido, es la organización de la Feria Internacional del Libro en Guatemala. ¿Cierto?
Sí; ahora ya no concebimos una capital sin Filgua, ya que tiene un amplio reconocimiento social.
¿Se ha perdido el interés en los libros en papel en detrimento de los electrónicos?
No, yo creo que es un fenómeno más presente en Estados Unidos. Eso sí, los editores tenemos un reto gigantesco ante lo digital, pero no tanto de los ebooks, sino de las películas y los juegos en línea.
¿Tiene pasatiempos?
Le cuento una anécdota. Alguna vez quise construir una casa, pero, mientras le explicaba al arquitecto cómo la quería, me dijo: “Ay, Irene, vos lo que querés es vivir en medio de una biblioteca”.
Con tantos quehaceres dentro de la empresa, ¿le queda tiempo para leer?
Los editores leemos menos de lo que la gente cree. Además, leemos “trabajando”, no como lectores.
¿A qué se refiere?
A que un lector se sienta y disfruta un libro, pero yo, automáticamente, lo examino superficialmente. Estoy pensando a qué público le puede interesar o, incluso, en encontrarle erratas.
¿Lee ebooks?
Sí, pero no siento lo mismo como con el papel, porque me resultan más fáciles de manipular y consultar.