Capítulo I – La huida
La vox populi de la zona 1 afirma que el Sombra provenía de una familia de mucho dinero. “No éramos millonarios, pero quizás sí de un nivel socioeconómico medio-alto”, cuenta.
Serrano Ruiz fue el penúltimo de los 11 hijos que tuvieron Raúl Aurelio Serrano Porras y Clara Luz Ruiz de León. “Solo conocí a siete de mis hermanos”, explica.
En Quetzaltenango vivían en la finca El Refugio, la cual se dedicaba al cultivo de café.
La familia escapó de ahí porque empezó la zozobra de la guerra interna. “Eso me contaron, pero no me costa”, aclara.
Su encuentro con la guitarra también sucedió por aquellos turbulentos años sesenta. “Con mi hermano Juan Carlos solíamos agarrar escobas e imitábamos a un músico”, recuerda.
¿Cuándo tuviste tu primera guitarra?
Fue un día de 1966 o 1967, cuando mi papá nos llevó al mercado La Placita, en la capital.
Juan Carlos y yo vimos unas guitarras y nos emocionamos; de inmediato nos agarramos de las piernas de nuestro padre y le rogamos para que nos comprara una a cada uno. Así lo hizo —sonríe—.
¿Qué más recordás de tu infancia?
¡Ah! Fue la mejor época de mi vida. Mi primaria la estudié en el colegio San Sebastián. Irónicamente, me costaba la solfa, pero siempre participé con mi guitarra en los eventos de la institución. Durante la adolescencia estuve en concursos de la TGW, Radio Progreso, Emperador y Nuevo Mundo. Era muy alegre. Hace falta regresar al pasado.
¿Qué imágenes tenés de tus papás?
Mi madre falleció en el 2009; era una mujer hermosa, de ojos verdes. Fue propietaria de la vidriería Cristal, que estaba en la Calle Martí. Le decían la reina del cristal; alguna vez trabajé en su empresa. Con mi padre tuve poco contacto, porque era demasiado estricto, quizás porque fue militar.
Capitulo II – El músico
A principios de la década de 1970, alrededor de los 12 años, el Sombra ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Ahí le inculcaron las melodías de Mozart, Beethoven o Chopin. Paralelamente, empezó a pulir los poemas que escribía para emplearlos en la composición de canciones. “¡Uy!, pero mi papá no quería que fuera músico porque decía que iba a terminar mal”, comenta.
¿En qué momento decidiste que ibasa agarrar ese camino?
Siempre he sido músico. Nunca me he separado de la guitarra, ni aunque haya tenido otro trabajo. De adolescente me zafaba de la clase y me iba a meter a los bares para cantar. Al rato me iban a sacar mis hermanos mayores, pero a veces se contagiaban con el ambiente —ríe—.
¿Continuaste tus estudios en la universidad?
Estudié Arquitectura en la San Carlos de Guatemala, pero no seguí porque no tenía mucho dinero —durante la conversación indica que el decaimiento económico de la familia se debió a una estafa—.
¿También incursionaste en el Derecho?
Sí, pero no me gradué. Mira, lo mío siempre fue la música. Allá por el 2000 me desaparecí por uno o dos años y viajé a Centro y Sudamérica, porque estaba teniendo mucha presión acá en Guatemala —en ese momento hace una pausa y da un sorbo al café que tiene servido sobre su mesa—.
Capítulo III – depresión
En los ochentas, Serrano Ruiz emprendió una aventura en los Estados Unidos. Allá se casó y tuvo tres hijos. Sin embargo, las cosas terminaron mal y se divorció. En 1989 lo deportaron y regresó sin un centavo, según sus palabras. “Mis papás no me aceptaron y empecé a vagar en la calle. No tenía apoyo de nadie”, expresa. De eso sobrevino una profunda crisis emocional.
Luego de darle el sorbo al café, se acomoda sobre la silla y confiesa: “A los 33 años ‘agarré aviada’ con el licor”.
Para huir de su situación en Guatemala decidió viajar a los países del sur.
Recuerdo haberte visto a finales de la década pasada acompañado por una jauría de perros.
Sí. Eran mis mejores amigos. Eran como ocho, entre ellos Goloso, Pulgoso, Parchi, Payaso y Hitler. En los restaurantes chinos me regalaban huesos y caldo para alimentarlos.
¿Cómo te sentías?
Ya sabés, vivía en la calle y los perros me cuidaban. Para aguantar el frío bebía una botella de whiskey. Luego logré alquilar una casa y también vender hot dogs en una carreta.
¿Te aconsejaron salir de la bebida?
Sí, pero les decía “lo voy a pensar”.
¿Y entonces?
Bueno, también caí en las drogas, las cuales, por cierto, no se las deseo ni al peor de mis enemigos.
¿Cómo saliste del bache?
Un día doblé rodillas y le dije a Dios: “¡Hasta aquí llegué! Ayúdame y tómame como tu hijo”. Me fui a la iglesia Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y me quedé dormido ahí afuera, con todos mis perros y mi guitarra en medio. A partir de entonces, las cosas empezaron a cambiar.
Capítulo IV – Sin bares
El Sombra asegura no beber desde hace unos cinco o seis años. Tampoco frecuenta los bares, porque los clientes lo conminan a cantar pero ofreciéndole licor como retribución. “Estuve desubicado; no quiero volver a caer”, comenta.
Ahora, junto a su pareja María del Rosario Barrios Monterroso, canta en el Paseo de la Sexta por las tardes de miércoles a domingo. Su guitarra y su voz le siguen dando de comer.
¿Estás feliz?
Sí, porque he conocido la vida, la buena y la mala, y he aprendido a llevarla. Ahora canto en las calles y no me avergüenzo; al contrario, es un orgullo porque me gano las cosas de forma honrada.
¿Te apoyan tus hijos?
Sí, algunos.
En ese momento cuenta que tiene 11 hijos con siete mujeres. Luego, se quiebra. “Ellos son la razón de mis lágrimas, porque hay unos que me ignoran a pesar de que los busco; soy como un padre muerto, pero los comprendo por cómo he sido. Solo espero que algún día se conozcan y sean unidos”, expresa.
¿Alguna vez dejarás la música?
¡Nunca! Recordate de esto: Moriré en la calle, cantando.