En aquellos tiempos era usual que los billetes fueran firmados a mano, uno a uno, por los directores de los bancos. Sin embargo, conforme evolucionó el sistema, se optó por las rúbricas de imprenta, algo que se estandarizó a principios del siglo XX.
Un hecho curioso en la política monetaria lo protagonizó el presidente Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), quien, recién instalado en su cargo, integró un Comité Bancario, conforme al decreto legislativo 589-1898, el cual en su artículo primero decía: “… con el objeto de hacer una emisión de billetes hasta por la cantidad de $6 millones, este comité tendrá la facultad de disponer todo lo concerniente a la emisión, amortización y en su caso, cambio en efectivo de dichos billetes”.
Esto, básicamente, permitió la emisión de papel moneda sin respaldo, sobre todo a partir de 1915. El efecto inmediato fue la exagerada circulación de billetes, suceso que los historiadores denominan “la empapelada de Guatemala”.
Tal situación, a la vez, creó una fortísima inflación que terminó por devaluar la moneda; de hecho, según el Banco de Guatemala, la tasa cambiaria llegó a ser de 70 pesos guatemaltecos por US$1, luego de haber estado en paridad.
El caos financiero se empezó a sanear hasta el gobierno de José María Orellana, época en la que se creó la Caja Reguladora (14 de septiembre de 1923), a la cual se le dio un soporte económico fuerte que consistió en otorgarle una parte de los derechos de exportación del café, US$200 mil en efectivo y la autorización para emitir bonos por US$400 mil.
De esa forma, el cambio llegó a situarse en 60 pesos guatemaltecos por US$1.
Este relativo alivio económico contribuyó para que, el 26 de noviembre de 1924, mediante el decreto 879, se emitiera la ley monetaria que dio origen a la actual moneda nacional, el quetzal, que empezó a circular en 1925.