Esos (des)encuentros, el aprendizaje y la distancia provocada por su exilio en México durante 25 años han sido, en el recorrido de José Luis Perdomo, una luminaria que —sin esperar— forjó su espíritu literario.
Contactarlo no es fácil. A pesar de tener una página en Facebook (manejada por su hija), un número de celular (el cual no usa tanto), José Luis prefiere vivir “a la antigua” y distante de la tecnología.
Gracias a la entrevista, dinámica que ha desempeñado desde hace más de 25 años, Perdomo se ha acercado a galardonados con los premios Nobel de Literatura, Cervantes y Príncipe de Asturias.
A partir de esos diálogos (sostenidos con figuras como Stephen Vizinczey, Mario Benedetti, Augusto Monterroso, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Arturo Pérez-Reverte, Augusto Roa Bastos, Eduardo Galeano, entre otros) el autor dice haber tenido revelaciones casi espirituales.
Su acervo cultural, obtenido desde encuentros periodísticos o desde su función como editor y escritor, por más de tres décadas, lo llevaron en 2020 hasta las inmediaciones del Palacio Nacional de Cultura, donde fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”.
Los premios nunca han sido su evento favorito. Narra que perdió en el primer certamen al que se postuló, y que en ese momento había decidido que la Literatura “no era lo suyo”. No obstante, décadas después, el Ministerio de Cultura y Deportes le rinde homenaje con un reconocimiento que incluye Q50 mil, suma que, según asegura, donará, y la publicación de una obra de ensayos inspirados en autores relegados.
Aunque también se aleja del bombo provocado por sus méritos literarios, Perdomo se revigoriza con las anécdotas, esas que resultan ser sus verdaderos tesoros y luminarias.
¿Cómo surgió su llegada a la escritura?
En la escuela primaria había una gran profesora que le decíamos doña Pea. Su característica era que en ella había muchísima bondad, ternura, y nos enseñó a leer y escribir de una manera portentosa.
Tuve un profesor magnifico que nos presentó El guardagujas, de Juan José Arreola. Fue un gran homenaje para ese gran escritor mexicano. Nos animó a involucrarnos en las palabras y a meternos en la rueda de los premios de literatura.
En una ocasión, unos cuatro estudiantes participamos en concursos, y no gané. Me sentí con muchísimo remordimiento por no haber tenido las cualidades suficientes y me dije que la literatura no era lo mío.
Un premio puede ser dañino, es un estado emocional del jurado o es que realmente vale la pena. La escritura se ha confundido con ganar premios, lamentablemente. Los premios ni se ganan ni se pierden; lo que se debe ver es la escritura como salvación y como iluminación.
¿A qué se debe la repelencia que ha manifestado hacia las nuevas tecnologías?
Es una sana distancia, como con los malos amores. Me enseñaron a escribir con los diez dedos de las manos, no con los pulgares. Vengo de una generación a la que le quitaron los discos LP, el casete, entre otros despojos. Prefiero escribir con los diez dedos que con dos pulgares; eso en relación con los inventos luciferinos llamados celulares.
Las computadoras me llaman la atención. Admiro muchísimo a la gente que usa estas tecnologías… se mueven de manera tan instantánea y libre, pero prefiero quedarme en la vieja escuela.
¿Cuál considera que es la relación entre el Periodismo y la Literatura?
El gran periodismo es gran literatura. Últimamente no he podido terminar casi ninguna novela, pero sí termino de leer grandes entrevistas o crónicas, que tienen más parentesco con la gran literatura, que lo que en la actualidad se toma como tal.
¿Cuál fue su reacción cuando regresó de México, donde donde estudió y trabajó?
Hay una frase preciosa de Luis Cardoza y Aragón que dice: “Uno nunca regresa porque uno nunca se va”. Me gusta mucho, pero al planteársela algunos autores grandes, como don Mario Monteforte Toledo me dieron una respuesta distinta. Don Mario me dijo que sí, que uno regresa, pero que el regreso es peor a como cuando se fue.
Cuando uno vuelve, ya no se tiene referencia. Me fui en el año 77 exiliado y lo primero que me preguntaban cuando regresé alrededor del 2000 era “¿cuándo te vas?” Como si uno debiera bajarse, volver a encasquetar al avión e irse.
El regreso es peor que la ida. Regresé a dar mi granito de arena para el engrandecimiento de la patria. Tengo la convicción que, quienes nos fuimos por motivos políticos, tenemos la convicción de retornar; todos por igual.
Ha publicado en Guatemala, México y Nicaragua. ¿Le ha ayudado la escritura en estos países para entender los distintos contextos?
Muchas cuestiones que ignoraba de Guatemala las aprendí en México; mucho de lo que ignoraba de México lo aprendí en España; mucho de lo que ignoré de España lo aprendí en Helsinki; de lo que no me di cuenta en Finlandia me vine a dar cuenta en Noruega, y lo que no encontré ahí lo vislumbré en una aldea de Guatemala.
Al haberme tenido que ir del país en 1977 me reiteró todos los días de dónde es uno. Las raíces que me llevé machacadas de Guatemala, en lugar de perderse fuera del país, se reafirmaron y juntaron fuerza.
Un día no lo pensé dos veces: renuncié a una plaza definitiva en la UNAM, ganada por oposición, así como a una jubilación absolutamente asegurada. Las raíces son las raíces y se escriben con la misma “r” inicial de “respeto”. Por respeto a mis orígenes tenía que regresar. No me arrepiento.
Para usted, ¿qué hace de una pieza periodística destacable?
Para mí, como lector, la llave que me lleva a encontrar un gran texto periodístico, ensayístico, cuentístico, en general todo género impreso -sea reflejado en una pantalla o en papel- me tiene que agarrar, como decían antes, “del pescuezo” desde la primera línea hasta la última, sin escalas. Si no lo consigue, no es gran periodismo ni gran literatura.
¿Cómo ha nutrido su carrera el acercamiento con reconocidos nombres de la literatura?
Tuve dos grandes profesores en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quienes tuvieron la generosidad de invitarme a participar como reportero de la sección de literatura Gaceta de la universidad. Me encomendaron entrevistar a todos los escritores que hubieran tenido relación con la UNAM. Me pusieron en el camino.
Desde la primera vez escogí a quién entrevistaba y por qué. Jamás me imaginé estar hablando directamente, por medio de fax o por teléfono, con esos autores que me habían llevado por senderos verdaderamente luminosos.
El hecho de haber sido iniciado por estos dos profesores mexicanos en el género periodístico de la entrevista y haber podido llegar a todos los autores que me propuse fue la reconfirmación de que Dios existe.
De esa cuenta, ¿qué cree que hace a una gran entrevista?
La misma llave del gran periodismo: que se pueda leer desde la primera pregunta y respuesta, hasta las últimas, sin escala. Además, debe iluminar, dar nuevas ideas, decir algo distinto, que haga oír lo que no se ha oído. Entre tantas tinieblas, lo escrito debe llevarnos a otro mundo lleno de luz.
¿Qué opinión le merece que este año se haya reconocido con el Premio Nacional de Literatura a un escritor principalmente periodista?
Eso me lleva al mayor de los agradecimientos por la visión del Consejo Asesor de las Letras. El hecho de que se otorgue un Premio Nacional de Literatura a alguien que ha escrito periodismo es reconocer la labor periodística de Miguel Angel Asturias.
Durante los 32 años del Premio Nacional de Literatura, tan solo cinco mujeres han recibido el galardón. ¿Qué piensa de esta situación?
Estamos hablando de una gran descompensación. Es una aritmética terrible que no refleja el gran desarrollo de las letras nacionales escritas por autoras como Valeria Cerezo, Irma Alicia Velásquez Nimatuj, Denise Phé-Funchal o Carol Zardetto.
Ojalá que, en algún momento, a partir de los próximos años, tanto el Premio Nacional de Literatura como el Nobel —que ha distinguido solo a 16 autoras en 119 años— pueda cambiarlo. Esto me afecta de un modo particular porque tengo dos hijas y están creciendo en un mundo (también el literario) ferozmente hostil hacia ellas. Hay que ponerle remedio.
¿Qué piensa del trabajo de las editoriales guatemaltecas?
Sus esfuerzos son heroicos, especialmente el de editoriales independientes y pequeñas como F&G Editores, Magna Terra Editores, o incluso una imprenta que pasaba como editorial en el remoto Jocotán (Chiquimula). Todas merecen el respeto del mundo, y en vez de recibir incentivos lo que tienen son puertas cerradas.
¿Y de la autopublicación?
Si alguien tiene el heroísmo de considerar que lo que escribió debe ser conocido por lectores que no sean él mismo o su familia, debería hacerlo. Es muy bueno que muchos tengan los recursos y la capacidad de dejar de comer y de vivir bien, con tal de ver su libro publicado.
¿En qué consistirá el libro que será publicado por la Editorial Cultura a propósito del Premio Nacional de Literatura?
Son ensayos enfocados en jóvenes que abordan la vida de autores hoy lamentablemente inaccesibles como Stephen Vizinczey o Charles Bukowski.
Esto alimenta su constante investigación en la vida de escritores particulares. ¿Cree que ha inmortalizado a una generación de creadores de la palabra?
He dado, a quienes se han acercado a mis textos, nuevos caminos. He dado la posibilidad a las personas de darse cuenta de que, por mucho que las cosas jueguen en nuestra contra, algún día se puede llegar a conversar con un autor que lo marcó a uno.