La notoriedad se debía al premio de la editorial mexicana Praxis, a propósito de su poemario Don Quijote y las memorias de Ixmucané, en el que Coxolcá contrapone sus raíces kaqchikeles con la visión de la cultura occidental.
El escritor asegura que para entenderle hay que fijarse en su vida como un “universo diverso”.
Desde su nacimiento en la aldea Las Canoas, San Andrés Semetabaj, Sololá, hasta su llegada a espacios de cultivo literario como el Departamento de Letras de la Universidad de San Carlos o el Fondo de Cultura Económica de Guatemala, Coxolcá ha luchado por encontrar en las palabras un aliciente identitario, así como un punto de encuentro generacional.
Hoy, después de la publicación de sus dos primeros libros —Las trampas de la metáfora (2015) y Nuestra identidad en los pasillos de la palabra (2017), Giovany escudriña su creciente camino dentro del mundo de las letras.
¿Cómo se dio su acercamiento a la literatura?
Mi aproximación a la literatura se dio antes de la primaria. Mi papá tuvo la heroica intuición de enseñarme a leer en recortes de periódicos. También recuerdo una tarde en la que él insistía en explicarme la diferencia entre la “o” y el cero.
Luego vinieron las lecturas de mi papá, las narraciones que entre los vecinos se contaban, las aventuras de mi abuelo que se remontaban a las del suyo. Llegué a la Literatura -en términos formales- a los 17 años. No había leído más de cinco libros en toda mi vida.
Después de mi educación diversificada me fui al Departamento de Letras de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Así inicié mi formación sistemática y una relación más comprometida.
¿En qué momento empezó a escribir?
Había escrito unos cuentos y poemas de corte amoroso, e intenté escribir poesía con rima encadenada. Empecé en 2012, cuando depuré algunos poemas.
Ya en 2013 se publicaron algunos de mis poemas en números de la Revista de la Universidad de San Carlos.
Mucho antes de eso, mi vínculo con la poesía era en la declamación. Durante la primaria vivía declamando en certámenes escolares. A veces eran poemas que inventaba mientras presentaba.
¿Cómo definiría su universo temático?
En poemas iniciales exploraba el amor, la melancolía y la desesperación que genera estar en un país como este. Se fueron sumando otros temas: los conflictos que afronta el guatemalteco al no tener una identidad definida o al ser parte de una sociedad que, cultural y étnicamente, está llena de pantanos y contradicciones.
Luego de la publicación de mis dos primeros libros tuve la suerte de encontrarme con el ahora Premio Nacional de Literatura, José Luis Perdomo Orellana, quien leyó mis textos. Con él conocí la labor crítica y literaria, así como el ejercicio de la palabra de Carlos Humberto López Barrios.
Ambos destrozaron mis textos. Carlos me dijo: “Si usted cree que después de cada verso que escribe está acercándose a la gran obra, no llegará a ningún lado. Desapéguese”.
Volví a mis escritos para confrontar deficiencias y errores. De ahí cambió mi responsabilidad en el manejo del lenguaje, que a la vez es un intento por articular las diferencias interculturales de los guatemaltecos con las tradiciones cervantina y prehispánica que nos llegan.
Yo tengo tradición académica occidental y también prehispánica de kaqchikel, pero no recuerdo cuál es mi lengua materna. He tratado de resolver el conflicto de qué hacer con las dos tradiciones en el libro de poemas Don Quijote y las memorias de Ixmucané.
¿Cómo ha tratado de resolver ese conflicto identitario en las páginas?
No se resuelve el problema étnico, se confronta. Si se resolviera, ya tendríamos el paraíso. Traté de ajustar cuentas entre mis dos culturas y resultó el libro.
Era una deuda con esos universos opuestos, y mi única herramienta para intentar resolverlo fue la palabra.
Además de la literatura, ¿a qué se ha dedicado?
El primer día que mi papá me llevó al trabajo me escondí; al segundo ya no me lo permitió. Desde ese entonces, cuando tenía 4 años, no me detuve. Me he dedicado al cultivo de la tierra, y también he sido ayudante de camión, de albañilería y en una ferretería.
¿Cómo aportó a su vida la llegada a las letras?
Cuando llegué a la formación universitaria mi escenario cambió. De esto que me involucré a elaborar proyectos educativos en coordinación con otras instituciones. Ahora me dedico a la edición de libros.
Hoy, si me ponen frente a un terreno para sembrar, lo puedo hacer muy bien; si me ponen a evaluar textos, creo no lo hago tan mal. Mi universo es diverso.
¿Qué piensa de la autopublicación digital e impresa?
Me parece sano que haya publicaciones en distintos formatos; son válidas y necesarias, sobre todo porque la tradición más fuerte en Guatemala es el analfabetismo. Cuando alguien publica, ya es un aporte para ir socavando ese mal.
Sería mucho más sano para los autores jóvenes que, antes de publicar un texto, debiera pasar por cuatro manos diferentes para definir qué es lo que sobrevive o perdura del texto que se pretende publicar.
También se ha involucrado en iniciativas del Fondo de Cultura Económica (FCE) y la Feria Internacional del libro universitario de la Usac. ¿Cómo le han aportado estas acciones?
En el FCE mi relación nació de una generosa casualidad en una plática con José Luis Perdomo y hablamos de las posibilidades de fomentar la lectura y difundir obras literarias guatemaltecas y centroamericanas en el altiplano.
Así, hablamos con el director de la filial en Centroamérica y el alcalde de San Andrés Semetabaj.
La idea es hacer del sector estudiantil un ejemplo del altiplano, fomentar la lectura de la historia de su localidad, la región y del mundo, con la esperanza de que la generación posterior sea más crítica.
Esperamos que antes de fin de año se afinen los últimos detalles para, oficialmente, inaugurar la filial del Fondo en San Andrés Semetabaj.
En el caso de la Feria Internacional del Libro Universitario esperamos que se logre en 2021 y que sea un espacio para cuestionar qué significa el bicentenario de la Independencia. La única forma de discutirlo es generando espacios para el ejercicio crítico de generaciones que han pasado y las que vienen.
¿Qué piensa de esas generaciones venideras dedicadas a literatura en el país?
Hace falta formación, pero eso a todos nos hace falta. Vamos a morir buscando escribir el poema digno de estar en una antología universal.
Es una búsqueda constante. Entusiasma que cuando escriban y publiquen, dejen la vida en el terreno de juego.
También hago una invitación para que se relacionen con autores que ya produjeron.
El ejercicio sano para las nuevas generaciones es tener discusiones intergeneracionales, porque a partir de la discusión las personas se nutren.
La producción literaria joven es heroica en un país en el que hace 35 años se censuraban libros y se perseguía por ciertos temas. Que ahora se produzca es una buena respuesta a las formas de represión.
Y además fomenta la crítica…
Si no hay crítica dentro del quehacer literario, sería cualquier cosa menos literatura.