Cárcel de árboles ¿Es la segunda de sus publicaciones que llega al cine?
Sí, pero no se trata de una adaptación del libro, la obra es un punto de partida. No es el mismo caso que ocurrió con Lo que soñó Sebastián, la primera llevada al cine, esa es una adaptación muy libre en la cual se puede hablar de fidelidad con la versión literaria. Cárcel de árboles es una reflexión de cómo una ficción dio pie a una investigación sobre un caso real.
Es un trabajo experimental que no busca dar respuestas, pero hace muchas preguntas. Es una propuesta que el público debe aprovechar a ver cuando llegue a la cartelera nacional. Los libros pueden vivir sin público, en cambio las películas no, porque algún día los primeros serán leídos, pero los filmes tienen una vida más corta y dependen de los espectadores.
Siendo joven viajó a Nueva York y estudió en la Escuela de Artes Visuales. ¿Guarda el hecho relación con las versiones cinematográficas de sus libros?
Estudié cine como pretexto para estar en esa ciudad y no volver pronto a Guatemala. Seguí el consejo de amigos que decían me inscribiera en cualquier escuela antes de que expirara mi visa de turista. Pudo haber sido una de arte o de fotografía, pero fue el cine lo que más me sedujo en ese momento, nunca pensé tomarlo seriamente como carrera.
¿Por qué no consideró la Literatura?
No quería estudiar Literatura, nunca me interesaron mucho los pénsum académicos, pero sí quería ser escritor. Al final elegí cine porque tenía la idea de que con un guion cinematográfico podía ganar dinero, tenía claro que escribiendo libros que me gustaran, o del tipo de títulos que prefería leer, no representaría una entrada para vivir.
También me cautivó el cine porque en esa época en Guatemala no se podía ver nada, había gran pobreza en ese campo. Era una oportunidad para culturizarme cinematográficamente y a la vez adquirir una visa de estudiante.
¿A qué tipo de literatura se refiere?
A toda la etiquetada de seria y, a menos que se vuelva un best seller por causas extraliterarias, no da para comer. No tenía aspiraciones, digamos monetarias, y sabía que vendiendo un guion a una productora se podía ganar dinero. Pero eso, pronto me di cuenta, era un espejismo.
Pensaba en aquella época que el autor con la suerte de ver una de sus obras hecha película tendría mejores opciones. Entendía que en la Literatura realmente no hay dinero, al menos en el cuento, género con el que comencé pues no pensé que fuera a escribir novelas.
Aun así, no desistió.
Sabía que quería ser escritor.
En alguna ocasión, al referirse a la extensión de sus textos, dijo que los consideraba más como poemas largos y no cuentos.
Apenas dos o tres de mis libros han llegado a la extensión de lo que suele clasificarse como novela. Mis obras son más bien cuentos largos o novelas cortas. He experimentado, pero no se me da mucho eso de la extensión, aunque sí me interesa como problema literario encontrar un pretexto para un texto.
Fue precisamente un cuento una de sus primeras publicaciones, en El Imparcial.
Se llamaba El monasterio. Por esos años acudía a las clases del doctor Salvador Aguado Andreut. Iba como oyente; bueno, nunca me inscribí, y un día, amistosamente, me preguntó qué hacía en su cátedra.
Le conté acerca de mis deseos de ser escritor, me indicó que le enseñara algún material y empecé a llevarle textos.
Fue por él que El monasterio se publicó; él lo gestionó, yo no lo envié al diario. Cuando me escribió y lo contó estaba en Nueva York, por supuesto eso me alegró. Esto sucedió a comienzos de los años 1980.
En esa década conoció al escritor Paul Bowles. ¿Cómo sucedió el encuentro?
Bowles (1910–1999) fue el primer escritor vivo que conocí. Leí sus cuentos en Nueva York y los hallé impresionantes. Lo considero uno de los grandes cuentistas estadounidenses del siglo XX. Por casualidad, en la escuela de cine donde me inscribí, anunciaron un taller con él, sería en Marruecos. Un año antes había intentado conocer ese país y no lo logré.
Yo tenía 20 años y él, un tipo muy divertido, 70. Al final del evento me consultó si podía disponer de los ejercicios que hice al final de su actividad. Me lo preguntó de una manera muy característica, más como un caballero inglés que como un estadounidense, pues aunque nació en EE.UU. vivió la mayor parte del tiempo fuera de su país.
¿Para qué los necesitaba?
Me consultó que le permitiera traducir mis cuentos para dárselos a un editor neo-
yorquino que le pedía material. Él los traduciría. Yo, consentí. Fue la primera vez que publiqué, se trató de un pequeño volumen solo con mi trabajo, una compilación de los ejercicios que hice durante el verano que duró su curso, unas seis semanas.
¿Continuaron en comunicación?
Así fue que comenzó una larga amistad que duró casi dos décadas, hasta que él murió. Me dijo: siga mandándome material, desde Nueva York o Guatemala, en donde esté. Después, hubo tres libros más. Incluso, él tradujo al inglés Cárcel de árboles. Yo, al español varios textos suyos.
¿Pertenecen todas sus traducciones al ámbito literario?
Sí, la traducción es una especie de ejercicio de calentamiento. Aunque es un trabajo en sí, yo lo uso como una gimnasia de español para mantenerme en contacto con el idioma.
Otros autores que he trabajado son Paul Léautaud (1872–1956), François Augiéras (1925–1971), Norman Lewis (1908–2003) y Robert Fitterman (1959).
¿Alguno que haya conocido?
A Norman Lewis, escritor inglés, quien visito Guatemala y tuve la suerte de conocerlo. No era su primera vez en el país pero lo acompañé en su viaje a Nebaj y Chajul. Escribí su obra en 1991 y él llegó en 1996.
¿En qué nuevo proyecto literario trabaja?
Este mes saldrá una nueva novela, la terminé el año pasado. Se publicará con la casa editorial Alfaguara y se llama Fábula asiática.
¿Qué puede adelantar del argumento?
Es una obra de ficción que ocurre en la actualidad. Su protagonista es un mexicano, aunque podría ser alguien más del área mesoamericana. El título remite a la desproporción, a la exageración que se atribuye al gusto oriental. La historia culmina en Estambul, es decir, en el lado asiático, pero empieza en Tánger, ciudad de Marruecos. El protagonista hace un periplo por el Mediterráneo.
Soy pésimo para describir mi obra, prefiero que sean otros que lo hagan. Puedo agregar que es una novela narrada en tercera persona y que en la página web de la editorial hay un resumen bien hecho.
¿Le dejan sus facetas de escritor y traductor espacio para ser lector?
Esa es la suerte más grande de ser escritor, se nos pasa la vida leyendo. Uno trata de escribir las cosas que uno puede leer. La escritura es un diálogo con la lectura y, la verdad, disfruto mucho leyendo de manera distinta, más tranquila y civilizada que escribiendo.
Antes de terminar tengo una pregunta (dice Rey Rosa)…
Me da curiosidad qué va cocinar con esto (y ríe), creí que la entrevista sería solo acerca de la película Cárcel de árboles.
Escritor
- Rodrigo Rey Rosa, nació el 4 de noviembre de 1958.
- Tiene unos 25 títulos publicados entre novelas y cuentos.
- Obtuvo los premios Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (2004) e Iberoamericano de Letras José Donoso (2015).