Más allá de esa faceta, se le ha conocido por su compromiso con la docencia, que afianzó desde su paso por la Escuela Normal y la de Artes Plásticas (Enap), donde fue maestro y director en varios períodos.
Su mundo artístico empezó a formarse tanto en la Escuela Normal como en la Enap y se perfiló en España, donde llegó por una beca y radicó durante dos años. Boesche, un niño de Salamá, Baja Verapaz, prefirió los dibujos a otra labor, transitó por decenas de aulas y con su predilecto lápiz grafito trascendió con su mirada realista hasta posicionarse en la actualidad como uno de los grandes maestros del arte nacional.
¿Qué recuerda de sus primeros pasos en el arte?
Como todos los niños, dibujaba en la primaria y parece que lo hacía más que el resto. Mientras mis compañeros dejaron sus libros de dibujitos, yo continué por la vocación que traía y por el ejemplo que me había dado mi papá. Aunque él no se dedicó al arte, pintaba y dibujaba. Hacía retratos de mi abuelo y otras pinturas que evocaban cuando era alcalde de Salamá.
¿Qué tiene esa realidad que ha plasmado durante su carrera?
Me gusta la figura humana. Recuerdo que cuando entré en 1950 a la Escuela Normal, como estudiante becado interno, me gustaba hacer retratos de los compañeros a crayón. También realizaba algunas ilustraciones. Había una máquina de litografía en la escuela y entonces, con el subdirector, hacíamos experimentos de plasmar dibujos con la misma.
¿Qué trascendencia considera que tiene la figura humana?
También la tiene la naturaleza que he retratado. Me gusta hacer paisajes y bodegones de elementos autóctonos. Mis primeras composiciones al óleo eran acompañadas de piedrecitas, palos y cosas que llevaba el río Motagua. Las recogía cuando me iba de Guatemala para Salamá. Armaba composiciones con esos elementos y les agregaba un poco de fantasía. Tengo un poco de todo, y, aun así, mi obra es poca porque me ha demandado más tiempo la docencia.
Después de tantos años, ¿tiene las mismas sensaciones a la hora de retratar?
Siempre hay una emoción de lo que uno va a hacer, así como la emoción que se transmitirá a otro cuando termine el retrato. Eso crea un ambiente muy satisfactorio. No pierdo la emoción con cada obra que hago. Muchas veces en el Festival del Centro Histórico la gente que pasa por donde estoy retratando se pone a observar. Eso es algo muy especial porque se trata de un arte que no está en la academia, sino en la calle.
¿En alguna ocasión se planteó ir a la calle a retratar personas?
Mis demostraciones solo han sido en el Festival del Centro Histórico. Constantemente hago algunas en escuelas municipales de arte, también en la Enap y en la Escuela Superior de Arte. En esos lugares realizo mi labor de divulgación artística.
Estuvo envuelto en la Enap por años, tanto en la dirección como en la docencia. En alguna ocasión mencionó que fue algo agridulce. ¿A qué se refería?
Eso hace referencia a mis últimos tiempos en la dirección de la escuela, que fue hasta mediados de 1994.
Se me hizo una especie de campaña negra porque me preocupaba porque todo caminara bien: que hubiera maestros, materiales para trabajar, que se consiguiera materiales, entre otros.
Diez años después del terremoto del 1976 ingresé como director. Me preocupé por las instalaciones, porque ninguno de los directores previos se preocupó por retocar los daños que había dejado el sismo. Empezaron a haber mejoras, pero los alumnos y algunos maestros querían que además de que funcionara hubiera “cosas nuevas” en la institución.
A mí ya no me quedaba para hacer cosas. Cubría la dirección artística y me quedaba hasta tarde viendo aspectos administrativos hasta casi la medianoche. Las personas no sabían qué querían exactamente y empezaron a hacer una campaña negra. Fue algo amargo.
¿Y la parte dulce?
Fue haber logrado metas como la creación del taller libre. Consistía en que los alumnos, maestros y hasta artistas invitados podían hacer demostraciones de dibujos para que distintas personas apreciaran. También se realizaron mejoras en la biblioteca y se creó el escalafón de los maestros de arte, porque no estábamos incluidos, solo los profesores del Ministerio de Educación.
¿Cómo recuerda la experiencia como maestro en la institución?
En ese sentido no tuve mayores sobresaltos. Me dedicaba a dar clases lo mejor que podía, con muestras en vivo. Me diferenciaba de algunos maestros.
Sigue practicando la docencia. ¿Siempre tuvo interés en dedicarse a esto?
Siempre me gustó enseñar y compartir lo que uno sabe con el resto de la gente. Si uno logró conseguir un desarrollo técnico y conceptual en ciertas áreas, en mi caso la del arte, uno piensa que otras personas quieren tener un dominio sobre ello.
A mí el Estado me ha patrocinado los estudios desde párvulos, hasta una beca para estar dos años en España. Tengo un deber moral de retribuir eso que me obsequiaron y verterlo a mis alumnos. Me gusta compartir lo sabido.
¿Qué es lo que más ha extraído de esa experiencia?
Diría en una forma algo egoísta que el reconocimiento de ser un maestro entregado a los alumnos, que no ha escatimado y que no se ha guardado nada para él. Me satisface que sea reconocido por la cantidad de generaciones de alumnos que he tenido desde el 1958 hasta la fecha.
Además del dibujo y la pintura también ha incursionado en la escritura. ¿Cómo se ha sentido en esta disciplina?
Hice un libro en 2015 que lleva por nombre Canto de nostalgia, con el que pretendo revivir el ancestro de aquellos personajes antiguos para que las nuevas generaciones los conozcan. Hablo desde mi experiencia en Salamá donde había personalidades simpáticas: una loquita que se la pasaba metida en los mercados o el limpiabotas que insultaba a todo el mundo. También busco que estas vivencias sirvan de gozo y de referencia histórica.
Y también esa intención la busca desde la pintura…
Todo lo que uno hace es para transmitir sentimientos; tanto lo que se escribe como lo que pinta o se musicaliza. Es para transmitir diferencias, y que otros puedan disfrutarlo.
¿Considera que ya alcanzó metas que se ha planteado desde el arte?
En temas de retrato considero que sí. Llegué a un pináculo donde en términos de expresión ya estoy cumplido. En otros aspectos tengo pendientes: en pintura sobre cuestiones tradicionales de Guatemala, especialmente las de antaño.
También tengo un libro de cuentos que quiero publicar cuando salgamos de estas carreras. Son historias inauditas. Una de ellas se llama Picasso del 10,907 D.C. y habla que después de cataclismos en el planeta y la humanidad se vivirá debajo de la superficie donde las personas que pasaron por distintas mutaciones tendrán caras como las figuras de Picasso.
Otra idea que tengo es la de crear un centro cultural en el Callejón del Fino, en la 10a. Av. A de la zona 1, que lleva ese nombre por el miniaturista Francisco Cabrera, conocido como El Fino, durante los tiempos de la Independencia. Se dedicaba a realizar retratos miniaturistas.
Sus planes se enfocan en el paso del tiempo y Guatemala. ¿Se considera nostálgico?
Totalmente. Para poder tener una personalidad, un sentimiento, una nacionalidad, se debe conocer el pasado.