Palo de hule
Aparte de su vivacidad, también llama la atención su nombre, porque se le conoce como “pelota de tripa de coche”, aunque es difícil asegurar que antiguamente se fabricaran con intestinos de marrano. “Algunos especulan que se empleaban los intestinos del cerdo y se forraban de hule”, comenta el profesor Fredy Barrios, quien recuerda que en la capital las vendía la empresa La chapina.
Cajas afirma que para fabricarlas los artesanos utilizan una aleación de hule crudo. Cuenta que hace medio siglo había varios talleres en Quetzaltenango y sus municipios, así como en Totonicapán. “Las de Xela eran blancas porque no las pintaban, pero en otros lados eran de vistosos colores”, expresa.
Lo único seguro es que las chamuscas con estos balones fueron comunes durante el siglo XX, porque se conseguían en los mercados municipales, cantonales, ferias patronales, así como con vendedores que las ofrecían en las calles y avenidas de la capital y la provincia.
Hoy es difícil encontrar un taller donde las fabriquen. Uno de los pocos es el de la familia Lucas López que reside en la zona 5 de Retalhuleu. Se dedican a elaborarlas desde hace 40 años. “Lo aprendí de mi padre”, reseña Byron Lucas.
En la producción de esta artesanía participan los integrantes de la familia Lucas López.
El trabajo comienza cuando salen a buscar árboles de hule —comunes en la región costeña— en el área boscosa, porque según revelan “deben ser silvestres que son picados cada 3 años, para obtener la materia prima”.
Después de llenar las canecas —cubetas de plástico— del líquido lechoso regresan al taller y le vierten algunos químicos para que se solidifique al untarlo sobre las tablas.
Con esa capa de hule seco se diseñan las vejigas que sirven de base y que luego se llenan de aire con un inflador —de los que se usan para los neumáticos de las bicicleta— y enseguida se forran con más hule.
Legado familiar
“Este trabajo nos lo enseñó mi papá, quien ya falleció, y nosotros lo continuamos practicando a nivel familiar, porque es nuestra única fuente de ingresos”, agrega Byron.
Así como él aprendió este oficio de su padre cuando tenía 8 años, ahora lo enseña a su hijo Anderson, de 15, para que el legado no se pierda. “Me ayuda en sus tiempos libres porque así podemos entregar los pedidos de unas 800 pelotas por semana”, dice.
Felipa Lucas, esposa de Byron, explica que cada esférico sin pintar cuesta Q5 y pintado entre Q15 y Q25, de acuerdo con el tamaño. Manifiesta que los principales destinos de sus productos son lugares turísticos como Antigua Guatemala, la capital y otros departamentos.
Pero ¿porqué cada vez se observan menos estas artesanías? Cajas tiene una respuesta: “Fue la segunda pelota, después de la de trapo, pero el plástico, como sucedió con otros productos, vino a sustituirla, a partir de 1975”.