Pero esta área, que se encuentra a la orilla de la carretera y que los lugareños conocen como el caserío Las Champas, es apenas la parte visible de la aldea El Rancho que aspira a convertirse en municipio. Cuatro kilómetros adentro, al virar en el 82, se encuentra el casco central habitado por 12 mil 700 vecinos, donde converge un ambiente de prosperidad comercial con el fantasma de los recuerdos del ferrocarril de finales del siglo XIX y principios del XX.
En la aldea tampoco falta el toque que caracteriza a los pueblos del oriente, asentados en el serpenteado recorrido del río Motagua, como los son las leyendas. Es común, aunque cada vez menos, escuchar a los longevos relatar historias a los nietos de la llorona, el duende, el jinete sin cabeza, la siguanaba, el sisimite, el cadejo y otros personajes más propios de la tradición oral de la región.
Un recorrido breve por la población permite observar las antiguas instalaciones de la estación del tren, el cual se pretende convertir en museo; la iglesia católica construida en 1934; el parque central, adornado con árboles de laurel de la India; las huellas del puente Orellana que sucumbió en el 2010 por el Ágatha, y contemplar el río Motagua. Si se cuenta con más tiempo también se pueden visitar algunos vestigios de sitios precolombinos que se localizan en la periferia de la comunidad.
Centro de pujanza
Adentrarse en esta comunidad puede convertirse en un viaje enriquecedor para los que decidan hacerlo. A escasos metros del pequeño parque central se encuentran aún en pie un inmueble de madera donde operó la estación del tren a mediados del siglo XX, ya que el primero se incendió en 1945.
Se conservan lo que fue la ventanilla donde se adquirían los boletos para viajar en el ferrocarril, la silla donde se sentaba el encargado de estos cobros y una o dos piezas del telégrafo. También, olvidadas por el tiempo y oxidadas por la humedad, una gigantesca bomba de agua y dos vagones. Lo que más llama la atención es una telaraña de rieles tendidos en el piso que evidencian el intenso tráfico en esos años.
Toda esta infraestructura se instaló en el último cuarto del siglo XIX debido a que hasta allí llegaba el ferrocarril. “Aquí llegaban comitivas de hasta 300 mulas cargadas con los productos que se enviaban a Puerto Barrios para ser exportados. Venían de la capital, las verapaces y los jalapas”, indica Rubén Paiz, quien en la actualidad redacta la historia de El Rancho.
Esta condición provocó que los mandatarios de esa época y otras más recientes visitaran con frecuencia la comunidad. Paiz relata que Justo Rufino Barrios llegaba a la comunidad a caballo y acostumbraba visitar al hacendado Saturnino Pinto de quien se hizo amigo, después de un incidente que tuvieron por un guacal de agua.
También frecuentaba el lugar, según cuenta Paiz, el presidente José María Orellana, quien era originario del municipio cercano de El Jícaro. Esta vecindad generó que dicho presidente mandara a construir un puente, que posteriormente llevó su nombre, que pretendía acortar distancias con su pueblo y la región de las Verapaces. El mismo fue inaugurado por Lázaro Chacón en 1927.
Jorge Ubico también incluyó en su larga lista de visitas a El Rancho y cuando llegó hizo lo que acostumbraba hacer en toda comunidad que visitaba: revisar las cuentas de las instituciones públicas, escuchar los problemas de los vecinos, incluso los personales y emitir una sentencia que debía cumplirse inmediatamente, al pie de la letra.
Pablo Oliva, de 99 años, cuenta que en esos años un empleado del tren bajó del mismo a traer un poco de agua, pero fue asesinado por motivos que nunca se conocieron. “A los poquitos días llegó Ubico y alguien le dijo quienes habían sido. Los mandó a traer, los amarró con los brazos hacia atrás y los colgó de un árbol (no se sabe qué habló con ellos) y luego los envió al presidio”.
El presidente Carlos Castillo Armas también forma parte de la historia de El Rancho, Paiz cuenta que el mandatario de la Liberación contrajo matrimonio con una vecina del lugar de apellido Palomo, por lo cual frecuentaba dicha comunidad, incluso, tenía una residencia por la plaza. “Como muestra de cariño al lugar regaló 150 manzanas de tierra a 150 campesinos, lo cual hoy se conoce como Malpais”, afirma.
En cuanto al origen del nombre de la aldea, la versión que más se cree es la que relata la historia de los ingenieros y los trabajadores que construyeron la estación del ferrocarril, que al buscar un lugar para dormir, solo contaban un rancho, propiedad de don Saturnino Pinto, el cual estaba ubicado en la loma donde ahora se encuentra el templo de El Calvario. Desde entonces quedó “El Rancho”.
En la actualidad, los pobladores buscan que su comunidad se convierta en municipio, ya que consideran que llenan todos los requisitos y tienen una economía fuerte que los hace auto sostenibles. “Ya es tiempo que seamos municipio, porque somos una comunidad grande que tiene mucho comercio, bancos, colegios, incluso universidad”, afirma Josefina Archila, vecina del lugar.