La voluminosa obra de Zimbardo, de 691 páginas, revela los detalles del experimento practicado en agosto de 1971, cuando recreó una cárcel con la participación de estudiantes de la universidad de Stanford, Estados Unidos, quienes durante seis días, unos asumieron el papel de reos y otros de carceleros con el fin de entender mejor la mentalidad de los reclusos y el sistema penitenciario.
El experimento fue interrumpido después de que Christina Maslach, una doctora de la universidad y no familiarizada con el estudio que se estaba llevando a cabo, ingresó a la “cárcel de Stanford” para entrevistar a los supuestos guardias y presos, y se dio cuenta de las pésimas condiciones en las que se hallaban. Escandalizada pidió que se diese por concluido.
También incluye su peculiar teoría sobre los abusos de poder. El psicólogo explica que la fuerza impulsora de este libro fue la necesidad de entender mejor el cómo y el porqué de aquellos hechos, así como los ocurridos en el 2004, cuando fueron difundidas las imágenes de los maltratos físicos y psicológicos que cometieron unos soldados estadounidenses contra varios prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib.
Horrorizado, Zimbardo descubrió que no había mucha diferencia entre sus antiguos estudiantes y los militares.
“Me gustaría decir que escribir este libro fue una experiencia agradable, pero no fue así, en ningún momento de los dos años que me llevó terminarlo. Sobre todo fue especialmente desagradable revisar todos los videos del experimento de la prisión… (sic). El tiempo había ido borrando en mí el recuerdo de la maldad creativa de muchos de los carceleros y del sufrimiento de muchos de los reclusos”, escribió Zimbardo, quien se culpa por su pasividad para permitir aquellas vejaciones.
El poder del sistema
Zimbardo reconoce que cualquier persona, cuando tiene que tomar una decisión, es influida por los alcances y límites de tres poderes: el personal, el situacional y el del sistema.
“Si hubiera escrito este libro poco después de acabar el experimento de la “cárcel de Stanford”, me habría contentado con explicar que las fuerzas situacionales tienen más poder del que pensamos para conformar nuestra conducta en muchos contextos. Sin embargo, habría pasado por alto el poder aún mayor de crear el mal a partir del bien: el poder del sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que crean la situación”, comenta el profesor.
La psicología social, según la perspectiva del investigador, ofrece pruebas fehacientes de que el poder de la situación puede más que el de la persona en algunos contextos.
El Juez Décimo Penal Wálter Villatoro, profesor de criminología en la universidad Rafael Landívar, ayuda a ejemplificar la teoría de Zimbardo.
Durante su carrera ha juzgado a sujetos acusados de homicidios en estado de emoción violenta.
Esta situación produce una intensa conmoción del ánimo, que suele desordenar los comportamientos, que en un momento dado pueden ser impredecibles. La violencia se descarga con facilidad si la persona se siente agredida o presionada. Este fue el caso de una mujer que mató a su pareja. ¿Era una mala persona? ¿Tenía algún antecedente criminal? No. Era una madre dedicada y amorosa, ama de casa; lo que podríamos llamar una buena persona.
De acuerdo con Villatoro, la reacción de esta mujer fue influida por los alcances y límites de su situación. “En un momento dado percibió que su vida y la de sus hijos corrían peligro”, explica. Además, hubo fallos en el sistema que la condujeron a un callejón sin salida, como el incumplimiento de las órdenes de restricción de acercarse a ella y a los niños por parte de la persona que consideraba su agresor, tampoco obtuvo la pensión económica que solicitó y se sumó a esta cadena el débil sistema de prevención de violencia intrafamiliar, entre otros factores.
Otro ejemplo que emplea Villatoro para explicar esta teoría surge del séptimo arte, pues cada semestre junto a sus estudiantes de la facultad de Derecho ven la cinta Sleepers, que narra la historia de cuatro amigos monaguillos que crecieron en un barrio de Nueva York.
Sus vidas cambiaron cuando decidieron robar unos perros calientes de la carreta de un griego. Para garantizarse que no serían perseguidos, arrastraron el carrito de comida hasta la entrada de la estación del metro y así obligar a su dueño a sostenerlo. Sin embargo, este se desbocó por las gradas y mató a uno de los pasajeros.
Los chicos fueron acusados por intento de homicidio y conducidos a un reformatorio en donde fueron abusados sexualmente por sus carceleros.
Varios años después, estando en libertad, el grupo se encontró en un bar. Esa noche reconocieron a uno de los guardias, y dos de ellos lo mataron. Posteriormente, enfrentaron un juicio del que salieron absueltos.
Villatoro suele explicar a sus estudiantes que en la primera parte de la película, cuando los protagonistas eran niños, no hubo “dolo”, un término jurídico que denota una acción subjetiva en la mente, una intención de hacer daño que termina con una acción. Esta fue determinada por las circunstancias.
Psicología del mal
Zimbardo ha sido un estudioso de la psicología del mal, la violencia, el anonimato, la agresividad, el vandalismo, la tortura y el terrorismo.
Pero estudiar estas conductas censurables “exige una comprensión de las fuerzas, las virtudes y las vulnerabilidades, que aportan estas personas o grupos a una situación dada. Luego debemos reconocer plenamente el conjunto de fuerzas situacionales que actúan en ese contexto conductual”, apunta.
Los capítulos dedicados al experimento de la “cárcel de Stanford” constituyen un estudio muy detallado de la transformación que sufrieron los estudiantes universitarios al desempeñar los roles asignados.
Zimbardo examina los procesos psicológicos que pueden inducir a una persona buena a obrar mal, entre estos “la desindividualización, la obediencia a la autoridad, la pasividad frente a las amenazas, la autojustificación, la racionalización y la deshumanización”.
Aunque Zimbardo hace la salvedad de que muchas veces las personas “buenas” que se “convierten en malas” no lo hacen de la noche a la mañana, pues se trata de procesos graduales; “incrementales”.
En el contexto nacional
Donato García ha sido fiscal durante muchos años. Con los expedientes que han estado bajo su custodia podría hacerse una galería de peligrosos secuestradores y asesinos.
Algunas personas que hoy purgan condena, ciertamente no tenían antecedentes penales y su participación en ilícitos fue gradual, explica.
A manera de ejemplo cuenta el caso de un grupo de muchachos guatemaltecos, “hijos de familias acomodadas”, graduados de colegios reconocidos y comerciantes prósperos quienes comenzaron a delinquir poco a poco. Empezaron simplemente por llevar vehículos de un punto al otro a cambio de una paga. Después, esos viajes incluyeron el transporte de armas, el tumbe de drogas y más tarde el secuestro. La banda de la que terminaron por ser parte sumó cerca de 200 víctimas mortales.
“Los sicarios, por ejemplo, experimentan un proceso de deshumanización. Después de eliminar a su primera víctima se les hace más fácil hacerlo con las demás”, detalla.
Miguel Ávila, abogado defensor de niños víctimas de abuso sexual, está convencido de que el poder de la situación, en la mayoría de los casos, influye cuando se trata de abusadores.
Los varones que han sufrido abusos sexuales durante su niñez tienden a repetir, con pocas excepciones, el ciclo del abuso.
La jueza Jazmín Barrios ha resuelto muchos casos de alto impacto. Tiene claro que su tarea es emitir sentencias en cuanto a hechos, no a conductas, como lo estipula el derecho penal. No obstante, reconoce que el ambiente que rodea a un sujeto es un factor importante en la toma de decisiones.
Crear el poder
“La maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”, define Zimbardo. Abusar de la autoridad es otra forma de ejercer la maldad, asegura.
Para el psicólogo social Enrique Campang, también hay que tomar en cuenta la madurez, pues esta marca una tendencia entre el bien y el mal. “La madurez es la integración del deseo y el autocontrol sobre el principio del valor del bien común. Quien no tiene autocontrol, sentido de la realidad y tampoco del valor del bien común es altamente susceptible a faltar a la ética”.
El sentido ético inspira la mayoría de constituciones del mundo y se fundamentan en el principio del bien común. Cuando este se sustituye por el del bien particular surge la corrupción, opina Campang.
“Una persona que no ha madurado es un sujeto proclive a cometer una falta ética”.
Por ejemplo, cuando un funcionario o un político no vela por el bien común, no tiene autocontrol, ni sentido de la realidad, fácilmente puede defraudar, contrabandear, sobornar, sobrevalorar propiedades, cometer perjurio o asociarse ilícitamente.
Los funcionarios y empresarios nacionales que recientemente fueron detenidos por casos de corrupción; Hitler y su deseo de controlar el mundo y el joven que hace unas semanas mató a nueve personas en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur, en Estados Unidos, ejemplifica Campang, tienen un problema “ético mental”, que se traduce en “una mala concepción, defectuosa e incompleta de la dignidad del otro”.
“Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, como tampoco lo hacen los capos de la mafia, quienes dejan esos asuntos en manos de sus secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y de comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba”, explica Zimbardo.
Ser malo ¿una decisión?
Pero la condición de bondad o maldad pueden ser usadas en tantos contextos que la psicoanalista guatemalteca Silvia Moino prefiere hablar de “decisiones adecuadas en momentos necesarios”.
Las elecciones que una persona toma tienen que ver con condiciones externas, pero también con el estado psíquico y la forma cómo ha tolerado un abuso. “Puede que en un dado caso alguien tome una decisión en contra de sus valores, pero le va a permitir sobrevivir. Tomar una mala decisión no quiere decir necesariamente que alguien se convierta en una mala persona”.
“Hace pocas semanas, la Prensa publicó que un grupo de pandilleros lanzó a un niño en un puente porque se negó a matar a un piloto. El chico, quien murió 16 días después, tomó la decisión de no quitarle la vida al conductor, pero hay una diferencia entre este menor y el grupo de sicarios que le pidió hacerlo, quienes no sienten ningún escrúpulo por eliminar a alguien. Los violadores y asesinos tienen un problema estructural de personalidad que los diferencian de otros”, enfatiza Moino.
La buena noticia es que no todas las personas ceden a ese poder de la situación, al cambio de reglas del juego o de la presión del entorno.
Aunque Zimbardo hace la salvedad de que “si nos colocaran en una situación extraña, nueva y cruel en el seno de un sistema poderoso, lo más probable es que no saliéramos siendo los mismos. No reconoceríamos nuestra vieja imagen si la viéramos en el espejo junto a la persona en la que nos hemos convertido. Todos queremos creer en nuestro poder interior, en nuestra capacidad de resistirnos a fuerzas situacionales como las que actuaron en la “cárcel de Stanford”. Pero hay pocas personas así”.
Si esa es la concepción del investigador, usted se preguntará por qué entonces insiste tanto en estudiar las raíces del mal. Él mismo da la respuesta: “Si no examinamos y entendemos las causas de ese mal no podremos cambiarlo, contenerlo o transformarlo mediante decisiones fundadas y medidas sociales innovadoras”.