Arribo a Guatemala
Para 1971, este género ya tenía una fórmula esencial, la cual consistía en mantener el sonido denso y rasposo de Black Sabbath mezclado con el virtuosismo rockero de Led Zeppelin. Todo muy británico.
“El material de esas bandas era difícil de conseguir en Guatemala; las escuché por primera vez cuando tenía unos 15 años, a principios de la década de 1970”, menciona Javier Martínez, un gran fanático del metal —en su casa cuenta con unos 250 discos de vinilo solo de ese género—. “Mi abuelita se ponía histérica porque decía que esa música era de Satanás”, ríe.
Pero aquello solo era el comienzo. En 1973, Alice Cooper hizo su mítica gira para su álbum Billion Dollar Babies, precursora de los actuales espectáculos que muchos tachan de horrorosos, perversos y diabólicos.
A la vez surgieron bandas como Motörhead y Saxon, las cuales le dieron un nuevo impulso a través de sus letras sobre sexo y alcohol.
Por fin, a mediados de los setenta, llegaron a Guatemala los poderosos y estruendosos sonidos del metal. Uno de los pioneros fue la banda nacional Sangre Humana, bastante afín a Led Zeppelin y Black Sabbath, pues interpretaban sus covers, aunque también dieron a conocer temas propios como Muerte, dónde estás. Para entonces, algunos recintos se llenaban con unas 200 o 300 personas, consigna La historia del metal, del investigador Ángel López.
Sin embargo, a finales de la década de 1970, el género pasó por una crisis mundial ya que estaba siendo desplazado por el movimiento punk y por la música disco.
Iconografía
Gracias a la música de agrupaciones como Judas Priest, el metal pudo sobrevivir. Ellos, también, impusieron la moda de los trajes de cuero y accesorios como las cadenas y los pernos. “Por ellos, el color negro se convirtió en una especie de uniforme”, expresa Martínez.
A principios de la década de 1980, Iron Maiden se volvió famoso. Ese grupo creó a Eddie, su mascota —que no se sabe si es un cadáver, un monstruo o un extraterrestre—, que luego se convirtió en uno de los símbolos del heavy metal.
Otra de las insignias de este género —la mano cornuta o cornuda— también se popularizó en esa década con el legendario cantante Ronnie James Dio, quien por un tiempo fue reemplazo de Ozzy Osbourne en Black Sabbath. “Mi abuela era supersticiosa y solía hacerla para alejar el mal”, explicó en cierta ocasión.
Para entonces, el metal era sinónimo de maldad y violencia, incluso en nuestro país. Aún así, en 1982, algunas radios empezaron a emitir esa clase de música.
“A ver…”, piensa el Sordo Bones. “Esta música tiene algunas canciones relacionadas con el infierno o el diablo, es cierto, pero eso no nos hace satánicos”, añade. “En mi caso, no creo en eso; por eso me da risa que la gente diga que soy satánico solo por mi apariencia”.
En otros casos, la gente relaciona al heavy metal con las drogas y el sexo desenfrenado. “Mirá, cada quien decide lo que quiere. Hay metaleros que vienen al bar solo por la música y nada más piden agua para beber. Insisto: cada quien es libre de elegir las cosas para su vida”, comenta.
Más apertura
En 1986, con la llegada de una nueva etapa democrática, hubo más apertura para que los jóvenes pudieran expresarse con libertad. La Secretaría de la Juventud, por ejemplo, organizó conciertos en la Plaza de la Constitución en la que se presentaron grupos como Luzbel y White Cross. Fue hasta entonces que surgió un verdadero movimiento metalero en el país.
Pero la situación estaba cambiando en Estados Unidos y Europa, pues el metal estaba dejando de ser tenebroso y empezaba a tener un poco más de luz, por decirlo de alguna forma.
“Los artistas se dieron cuenta de que si incorporaban baladas entre su repertorio, tendrían más probabilidades de éxito”, explica Martínez. “Bandas pesadas como Mötley Crüe o L.A. Guns las lanzaron; fue así que empezaron a suavizar la música”, añade.
Ese fenómeno derivó en un subgénero: el hair o glam metal. “Los fanáticos del heavy metal enfurecieron”, comenta Martínez.
De esa cuenta, hubo una reorganización y se armó la contraofensiva de la mano del thrash, que es un estilo que se caracteriza por su agresividad, fuerza y rapidez, tal como Megadeth, Anthrax, Slayer y Metallica.
Renacimiento
El metal resurgió a principios de los noventas. Para entonces ya se habían formado muchos subgéneros: power metal, thrash metal, death metal, dark metal, black metal, glam metal, doom metal, rap metal, new metal, deathcore y hardcore, por mencionar unos pocos.
En Guatemala las cosas iban creciendo también. Había grupos como Psycho, Darker, Tzantoid, Tormentor, Scars y Denial.
En esos años se organizaban conciertos esporádicos en la capital —en la Asociación de Ferrocarrileros y en el Porvenir de los obreros—, así como en el salón Guatemala Musical y en La Llantera, ambos en la zona 8, y en un gimnasio que se llamaba Spectrum, en la zona 9.
También se organizaron los denominados thrash attacks, en los cuales los asistentes efectuaban demoledores mosh pits, una especie de baile donde predominan los saltos, violentos empujones y hasta codazos. Estos siguen haciéndose; eso sí, bajo el consentimiento de quien quiera entrar, sabedor de las consecuencias. “Es una especie de danza de hermandad”, expresa el Sordo Bones.
Quien no lo hace, se queda en su sitio haciendo un headbanging, que puede ser moviendo la cabeza de arriba abajo o en círculos. Esto también es una marca exclusiva del heavy metal.
De acuerdo con López, había toques en los que se congregaban hasta 900 personas, sobre todo los sábados por la tarde. El look que adoptaron era tal como el clásico rockero: pantalón negro y playera con serigrafía de alguna banda. De hecho, en muchas ocasiones se acercaban agentes de la entonces Policía Nacional, ya que los vecinos tenían la percepción de que los camisas negras eran delincuentes.
En ese sentido, las cosas se complicaron en esos años. “A finales de la década de 1980 había dos bandos que competían por ser los mejores bailarines callejeros; eran las maras Five y la 33; con el tiempo, ambos terminaron delinquiendo; eran conocidos como los breaks”, explica López. “Se cuenta que a mediados de 1993, uno de ellos asaltó a un rockero, a quien también le cortaron el cabello; ese fue el detonante para que los camisas negras consideraran a los breaks como su némesis”.
Fue así como nacieron las “cacerías”, donde los rockeros y metaleros salían a las calles del Centro Histórico en busca de sus autoproclamados enemigos. “Esto sucedía con el beneplácito de las autoridades y de la gente de a pie, ya que querían terminar con la delincuencia”, profundiza López.
El caso es que la situación se descontroló —aún más— y ambos bandos —muchos de ellos estudiantes de colegios del Centro Histórico— disputaban cruentas batallas campales, sobre todo dentro o frente a la Plaza Vivar y en el Centro Comercial Capitol. Ante el desastre, todos terminaron siendo mal vistos.
“En la sociedad en que vivimos, aunque hagás algo bueno, siempre te buscan lo negativo. A mí se me quedan viendo en la calle como si fuera asaltante, quizás por cómo me visto o por mi pelo y piercings; la realidad es que trabajo”, dice el Sordo Bones.
Actualidad
Richie, propietario del bar Odin, dice que el heavy metal es una historia de sobrevivencia. “En diversas ocasiones ha estado a punto de caerse, ya sea porque los grupos musicales cambian radicalmente su estilo o porque hay quienes se mudan hacia otro género musical; sin embargo, los que de verdad somos metaleros, nos mantenemos fieles”, refiere.
Hoy, numerosas bandas siguen presentándose, sobre todo en el extranjero, pues el movimiento no es lo suficientemente fuerte en Guatemala.
“Tengo amigos que se van a México, Costa Rica y, en menor medida, a El Salvador, pues son países donde se organizan más conciertos de ese tipo”, explica José Cuevas, otro apasionado por este oscuro género. “Ahí han ido Black Sabbath, System of a Down o Slayer, pero aprovecho las pocas veces que esa clase de grupos viene a Guatemala”, cuenta.
De hecho, a nuestra nación han aterrizado Korn, Metallica o Megadeth, los cuales han tenido una enorme aceptación entre el público.
“Es una música que sientes, que vives y que sudas; es una especie de alivio para las frustraciones, pero a la vez es alegría y energía”, comenta Cuevas. “El punto central sigue siendo la lucha contra los estigmas de la sociedad; lo nuestro es rockear, pero de violencia contra los demás, nada. Que crean que somos demonios, lo que sea, pero que nos dejen tranquilos con nuestro gusto musical, el heavy metal”, puntualiza.