En 42 fotografías compiladas en un libro editado por la plataforma Kult Books y publicado con apoyo del Swedish Arts Council, Luis Corzo presenta un escenario de horror y resiliencia que afrontó a los 6 años, durante las semanas en cautiverio junto a su padre.
Luego de una investigación que comenzó en el 2017 y que concluyó en el 2019, hasta el momento en que se encontró con José Luis Barahona –líder del grupo responsable del secuestro– en la Granja de Alta Seguridad Canadá (El Infiernito), el fotógrafo asegura que esa publicación pretende poner la lupa en la corrupción y el contradictorio ataque de la violencia con violencia.
Lejos de percibirse como un documento que romantice la superación del trauma, Pasaco, 1996 es también un motivo para generar nuevas conversaciones sobre la historia contemporánea de Guatemala y la operatividad de su justicia. El libro, recién publicado, es también motivo de celebración, luego de haber sido incluido en la Paris Photo–Aperture PhotoBook Awards de este año.
Juan Corzo fue contactado por el grupo de policías encargados de capturar a los miembros de la banda que lo secuestraron. Le ofrecieron a su padre asesinar a los secuestradores a cambio de Q1 mil cada uno y así evitar el juicio, algo a lo que su familia se opuso. ¿Qué lectura hace sobre esa decisión?
Luis Corzo: Yo tenía 6 años y no estaba incluido en nada. No recuerdo mucho de lo que se habló, pero cuando empecé a trabajar el proyecto tuve varias conversaciones con muchos familiares. Escuché la perspectiva de cada tío y de mis abuelos. Entre todos me contaron que mi abuelo ni pensó ni debatió la propuesta. Inmediatamente dijo que no, que era algo completamente injusto e ilegal. Tengo entendido que aun así en mi familia hubo discusiones en las que algunas personas querían que sí se tomara la propuesta. Había mucho enojo. Pero ni siquiera fue un debate, porque la decisión ya estaba tomada desde la llamada.
Luego del secuestro, ¿cambió su idea sobre lo que es Guatemala?
Luis Corzo: Luego del juicio que hubo, continuamos nuestra vida y fue algo que quedó en el pasado cuando nos mudamos a Estados Unidos. Desde entonces, nunca he dejado de ir a Guatemala. Lo hacía en todas las vacaciones. Recuerdo que de niño era una sensación extraña, porque me enfrentaba a un choque cultural, porque al mismo tiempo Guatemala era mi casa, pero siempre notaba esos contrastes al ver la pobreza, viniendo de un país como Estados Unidos. Es algo que me parece muy loco e incluso triste a veces. Pero siento que esto también me ha dado otra perspectiva que creo es muy necesaria para ver las cosas de una manera diferente.
Veintisiete años después, ¿cuál es la percepción que tiene sobre la manera en que operó la justicia hacia ustedes?
Luis Corzo: A algunos miembros de los Pasaco los habían condenado a muerte, y en algún momento tuve una sensación extraña, y es que me sentía enojado con que bajo mi nombre se hubieran clamado esas muertes. Ahora estoy en contra de eso. Obviamente, a los 6 años no podía decidir ni tenía un pensamiento a favor de la pena de muerte. Entiendo que era un discurso bastante válido, pero también creo que no se puede solo meter a la cárcel a una persona y ya estuvo. En el 2019, cuando empecé a hacer el proyecto, una tía me dijo que la banda había apelado por el tema de la ejecución y se les había quitado la pena de muerte, y que, de hecho, solo habían matado a otros dos. Había algunos que estaban vivos, otros que habían escapado y otros que se trataron de escapar y que mataron. Es una dinámica y un enredo sobre la pena de muerte.
Creo que con encarcelar a una persona no es suficiente. En el caso de Guatemala, siento que todo el sistema jurídico suele estar lleno de corrupción y es muy desorganizado, por lo que tampoco es algo que funcione. Es interesante cómo aun dentro de las mismas cárceles muchas personas siguen metidas en la violencia y tiene que ver con corrupción. En un mundo ideal, tendríamos centros de reclusión seguros y más organizados. Obviamente, creo que debe haber un castigo, pero no estoy de acuerdo con las posturas de tipo “mano dura” con violencia que tengan que ver con pasar encima de los derechos de las personas. Creo que se puede construir un cierto balance, pensando en lugares donde se trate a las personas como humanos. También hay que entender que ninguna persona quiere ser criminal. Es una cuestión que se hereda del trauma, la educación, la violencia, los golpes, el enojo… No creo que un niño diga: “De grande quiero ser ladrón o secuestrador”. Si a esos niños se les diera la oportunidad de soñar, creo que no habría tanto crimen.
¿Qué ha permitido Pasaco, 1996 al momento de destapar el silencio y reconocer un trauma que quedó en su familia?
Luis Corzo: Ha sido muy interesante, porque con muchos aún no se ha hablado tan a fondo del tema. También ha servido como proyecto terapéutico y para llevar a cabo un cierre. Para algunos de nosotros en la familia ha sido algo para revisitar. Es una investigación que veo como objeto valioso para nuestras futuras generaciones. La investigación también ha venido a remover varias cosas en mi familia porque al principio no les gustó la idea. Varios familiares creían que era algo que nos pondría en riesgo o que abriría una herida. Pero al ver mi determinación y el propósito del proyecto que no tenía que ver con una cuestión meramente emocional ni de explorar un morbo, empezaron a entender esta búsqueda y varios comenzaron a ayudarme con pistas o anécdotas.
¿Han preferido con su familia reservarse el motivo por el cual fueron capturados usted y su padre?
Luis Corzo: No sabemos con certeza por qué ocurrió o por qué nos escogieron a nosotros. Solo sé que el fin fue intercambio de dinero.
En el 2019, visitó a José Luis Barahona Castillo. ¿Qué generó ese encuentro?
Luis Corzo: Fue algo extraño, porque no lo sentí como cuando volví a ver la casa donde estuve recluido. Cuando me encontré con José Luis no tuve la sensación de estar frente a mi captor. Fue más como que estaba visitando a alguien que sabía lo que había ocurrido. Yo no estaba tan preparado para el encuentro. Recuerdo que hablamos sobre qué creía él que causaba que la gente tuviera que llegar a los extremos de secuestrar a otras personas y de participar en crímenes. Me dio su opinión que respondía según él a la desigualdad en el país y también a la envidia. Me contó que en algún momento se volvió en un mal hábito o en un juego de cuánto más pueden ganar. También hablamos de su vida en la cárcel. Dijo que no era lo ideal, pero que no estaba tan mal, incluso que estaba mejor que algunos de sus amigos que estaban libres.
A pesar de haber vivido la historia, ¿qué implicó reconstruirla y volver a contarla con imágenes? ¿Cómo fue el proceso?
Luis Corzo: La historia que tenía en mi mente era bastante parecida, pero había piezas del rompecabezas que faltaban. En el 2019 llegué a Guatemala y estuve cerca de un mes. Fue interesante, porque las primeras tres semanas no tomé fotos. Tomé ese tiempo para crear esta especie de plano en el que tenía que imaginar y hacer un listado de las cosas que tenía que fotografiar; entre ellos, a mi familia, casas y lugares. Cuando empecé a fotografiar, todos los días era distinto y tenía que ver por lugar donde estaban las cosas. Un día que tomé el retrato de uno de los señores que se ofreció a hacer entrega del dinero a los secuestradores, pasamos por la casa donde vivía al momento del secuestro. Otro día, en la ruta encontré lo que quedó del Pollo Campero donde dejaron una prueba con el dedo de mi papá. Por casualidad y de manera espontánea, varias cosas se fueron apareciendo. El último día que estuve en Guatemala fue casi un milagro lograr hablar con José Luis Barahona. Me habían dicho que nadie sabía dónde estaba y fui a la cárcel en busca de su hermano. Luego de llegar a la cárcel y preguntar, descubrí que José Luis era el que estaba allí. Era algo que veía imposible, el juntarme con mi secuestrador. Fue una casualidad, porque llegué el día antes de regresar a Estados Unidos. Fue domingo, cuando es el único día que pueden entrar hombres a visitar El Infiernito.
Ha hablado del propósito de la investigación como algo más que un proyecto para traspasar la barrera emocional. ¿Sigue siendo el mismo propósito con el que concibió la idea?
Luis Corzo: El objetivo ha sido iniciar conversaciones alrededor de la historia de Guatemala, la violencia, la corrupción, la pena de muerte y la rehabilitación de los criminales. Para mí, el proyecto también es una manifestación en contra de la corrupción que causa todo este tipo de cosas. Estamos en una época en la que ya no hay tanto secuestro, pero vemos que sigue habiendo muchos otros crímenes. Una de las principales razones del proyecto también es ir en contra de la pena de muerte, los discursos de una “mano dura”, porque no se puede combatir violencia con más violencia. Eso no tiene sentido.