Su trayectoria y formación profesional son dignas de admirar. Siendo compositor, director de orquesta, musicólogo, cursar estudios superiores en la Universidad Mozarteum en Salzburgo, Austria —país donde nació el famoso compositor Wolfgang Amadeus Mozart—, graduarse con distinción como maestro doctor en la Facultad de Música de la Universidad Católica de América en Washington DC y tener un doctorado en Investigación Social.
Lehnhoff habla de lo que la música representa en todas sus ramas profesionales, cómo él percibe la composición, las influencias que lo llevaron a donde está actualmente y cómo la historia musical de Guatemala guarda maravillas de una calidad indescriptibles que merecen ser descubiertas y compartidas.
¿Cómo fue que se incursionó en el mundo de la música?
El contacto con la música clásica para un niño es adentrarse a un mundo completamente nuevo. Yo tuve la suerte de que mis padres tenían una colección de discos LP de la época de música clásica, y eso me hizo soñar, me hizo evocar mundos sumamente atractivos.
Ahí viene el deseo de interpretar la música clásica y a componerla también, a inventar nuevas melodías y plasmarlas en papel. Entonces, eso llevó al estudio de varios instrumentos y la teoría musical. La idea era que aprendiera al menos un instrumento de cada una de las familias de instrumentos que hay.
¿Cómo inició sus estudios en la investigación y rescate de obras musicales?
Esa fue una experiencia extraordinaria porque estuvo en contacto con muchos estilos musicales y a estándares altísimos. En Salzburgo esos estándares se mantienen elevados hasta tal punto que me honra ser de alguna manera parte de esa comunidad.
Al sacar un doctorado en música en Washington eso de alguna manera me capacitó para hacer el rescate de composiciones porque en el ínterin descubrí unos manuscritos de siglos pasados en Guatemala que contradecían los mitos de la limitación musical del país en su tradición”.
Entonces yo dije ‘Esto hay que sacarlo a la luz y hay que sacarlo bien’, y ahí me capacité en Washington en la investigación de la música. Entonces esos manuscritos se los muestro al rector Luis Manresa Formosa y al sacerdote Antonio Gallo y ellos se interesaron mucho en ese repertorio para ser usado como representación de la identidad guatemalteca.
¿Cuáles han sido sus mayores influencias?
Son múltiples. Los impactos que he recibido de música del pasado han sido muy poderosas, como por ejemplo la polifonía del siglo XV y XVI; ha tenido un impacto fuerte en mi desarrollo personal y la estimulación de curiosidad.
La música del barroco fue importante para mí, culminando con la música de Johann Sebastian Bach, pasando por Mozart, Johannes Brahms y Gustav Mahler, entre otros.
En la música actual, tengo que mencionar a un compositor polaco llamado Roman Lutosławski, cuya música siempre me ha inspirado y llenado de imaginaciones nuevas.
¿Cómo es el proceso al momento de realizar una composición musical?
La creación en sí es un proceso misterioso, porque tiene los dos elementos de la vida humana; uno es lo intuitivo, y lo racional. Lo intuitivo es la chispa que genera que la creación sea onírica. Luego, con las herramientas que vamos obteniendo en la parte racional vamos materializando todo.
Desde mi infancia y los primeros intentos de creación hasta el día de hoy, el proceso sigue siendo curioso, porque en un principio no hay nada, y cuando uno intuye uno genera las ideas y las va plasmando por escrito, como una cerámica de barro.
¿Cómo fueron sus primeros conciertos?
Cuando yo era niño, teníamos una costumbre en mi casa con mis hermanos: todos tocábamos algún instrumento, así que los fines de semana, cuando llegaba mi abuelita, nos juntábamos a refaccionar, y entonces lo niños siempre presentábamos algún concierto.
Ahí yo siempre era el que componía la música para esos conciertos, mi hermano tocaba el chelo, una hermana la flauta, otra hermana tocaba el piano y yo el violín.
¿Cómo sus labores del rescate de obras musicales lo han impactado en su vida?
Fue un impacto considerable porque no se quedó solamente en pasar de un papel viejito a uno moderno, sino que conllevó la docencia de esa propia música a las aulas, pero no solo es mostrar un papel porque la música es un fenómeno sonoro.
La influencia que esto ha generado en mi ha sido muy profunda porque la intérprete de esta música a nivel vocal es mi esposa Cristina Altamira que tiene una voz privilegiada. Entonces siempre hemos estado en ese descubrimiento juntos. Toda la familia se orientó, mi hija tocaba chelo y cantaba con nosotros en estas grabaciones al igual que mi hijo que tocaba violín. Así que esas vivencias eran muy intensas
¿Cuál es el valor del rescate musical?
Cuando veo las obras de Marco Antonio Castellanos, de Pedro Bermúdez, de la Guatemala de hace 250 años es una experiencia muy gratificante el descubrimiento de una calidad musical impresionante.
Porque no es que estemos sacando cositas pequeñas y mal hechas. Es como si usted pensaba encontrar piezas de una pequeña flauta de bambú y se encuentra con grandes melodías en un piano de cola. Algo de una complejidad muy superior y de una ejecución impecable.
¿Cuál fue la primera obra que pudo rescatar? ¿y cuál fue la más antigua?
Lo que rescaté de primero fue de Hernando Franco y es una composición polifónica para el día de purificación (2 de febrero), un invitatorio de Pedro Bermúdez para coro y luego un Benedicamus Domino de Gaspar Fernández. Esta data del año 1590.
Luego de eso ya vino la investigación de las circunstancias históricas que es un elemento sumamente importante, porque la música no ocurre en un vacío, sino que en sociedades humanas que van cambiando Y evolucionando.
¿Cuáles son las otras aficiones que tiene aparte de la música?
A mi siempre me ha gustado el relacionarme con la naturaleza de una manera u otra. Y uno de esos aspectos ha sido el navegar en agua dulce, utilizar este viento maravilloso que tenemos para impulsar una nave que cruce las olas del lago de Atitlán.
Eso transmite una experiencia de libertad y comunicación con los elementos, porque usted tiene el viento, el agua, los volcanes alrededor, las garzas, gaviotas, y eso siempre me ha gustado mucho.
Desde muy joven me dediqué a la navegación a vela y fui campeón nacional a los 16 años. Es fascinante porque la navegación a vela no involucra ningún motor, todo se realiza con base a los elementos.
¿Cuáles son sus influencias alejadas de la música clásica?
Digamos en los géneros más populares de la música me ha gustado mucho el Blues. De joven tocaba el piano, bajo eléctrico y guitarra eléctrica en agrupaciones de blues y es un ejercicio muy placentero.
También incursioné en el Jazz con el violín, yo tenía un grupo antes que se llamaba “Terracota” y ellos me invitaron a tocar y fue muy gratificante el romper esquemas previamente concebidos con una actividad de improvisación sobre ciertas premisas musicales.
De agrupaciones de música popular me gustó en mi adolescencia canciones de los Beatles y de ahí al blues de John Mayall. Y después las manifestaciones de lo que llamaban el “rock sinfónico” con bandas como “Yes”. Y uno disfruta mucho de esos productos que ahora ya son del pasado remoto.
¿Cómo fueron sus primeras experiencias como director de orquesta?
La realidad es que es una actividad muy integral porque exige el conocimiento intimo de la música, sobre cómo está armada. Eso siempre me ha apasionado porque me preguntaba ¿cómo hacían esas grandes mentes para estructurar una obra?
Fui integrante de orquesta por muchos años en Washington en secciones de violines y violas, y me di cuenta de que la interpretación se vuelve placentera cuando hay un conenso entre todos los 80 músicos porque el director tiene la habilidad de evocar las destrezas de cada músico. No es que el director mande con un látigo a todos, sino que es evocar todos los talentos individuales y combinarlos para lograr recrear esa obra.
Se vuelve una realidad mientras está sonando y cuando deja de sonar (momento en donde la música deja de serlo) no importa porque pervive en la memoria en la vivencia de uno. Es como cuando uno se levanta y no puede sacarse de la cabeza alguna canción.
¿Cómo fue afectado se desarrollo personas y profesional por la pandemia del covid-19?
Me había invitado la Orquesta Sinfónica Nacional para dirigir un concierto el 12 de marzo del 2020, un día antes de la oficialización de la pandemia. Uno de los trabajos que me impuse fue hacer una obra que proporcionara consuelo a la gente.
Lo que surgió ahí fue un concierto para marimba y vientos en tres diferentes movimientos de contenidos emotivos, y le puse Concierto a 6. Mucha gente la ha disfrutado, por esa cualidad que tiene de esperanza y optimismo. Pero claro, ¿Cómo decir eso en música?
¿Cuáles son sus planes a futuro?
Una de ellas es una obra vocal que es para soprano, flauta, guitarra, vibráfono y percusiones sobre la conmemoración de los cien años de la publicación de la novela “Ulises” de James Joyce.
Luego tengo un encargo de un pianista ucraniano que vive en Virginia para hacer un concierto para piano y orquesta. Ya lo tengo en la mente y está empezando a agarrar forma y se estrenará este año.
También estoy preparando una colección que podría llamarse “Bailes inolvidables de Guatemala” con versiones que estoy realizando de música quetzalteca de hace cien años. Así como otra colección con piezas que datan de hace 280 años de la época colonial.
¿Qué es la música para Dieter Lehnhoff?
Yo no puedo dejar de interpretar música porque me marchito. Yo tengo que tocar, dirigir, estar ensayando con coros, orquestas, sacar obras antiguas, editarlas. Todo es un proceso de creación realmente maravilloso.
La música está en todo lo que hago, desde el amanecer hasta el atardecer siempre está ahí, en mi cabeza, en mi trabajo, pero está ahí junto a todos los aspectos, uno de ellos es la vida familiar, matrimonial y la vivencia dentro de Guatemala.
La música para mi es el ancla en el vivir que me hace disfrutar de todo lo demás y es además de mi pan diario el contenido de mis ideas e ilusiones que quiero desarrollar.