Como escritora, Phé—Funchal ha publicado durante la última década las novelas Las flores (F&G Editores, 2007), Ana sonríe (F&G Editores, 2015) y La habitación de la memoria (Alfaguara, 2015); el poemario Manual del mundo paraíso (Catafixia Editores, 2010), el libro de cuentos Buenas costumbres (F&G Editores, 2011) y la pieza teatral Dicen (Patológica editores, 2019).
En sus obras la autora despliega un universo que se nutre de observaciones sobre la violencia, el silencio y la memoria. En gran medida, estos ejes parten de su práctica como socióloga, que la ha llevado a comunicarse con mujeres víctimas del conflicto armado interno en el occidente del país.
Phé—Funchal, quien a principios de este año estuvo impartiendo un taller de escritura a personas de diferentes profesiones y actividades, desde biólogos y abogados hasta poetas, se prepara para publicar su próxima obra: un conjunto de episodios que fusionan su experiencia frente al desgaste de Guatemala, las utopías femeninas y la poética cotidiana.
En esta conversación la escritora habla sobre su proceso creativo, las impresiones como docente y editora en un entorno con pocos lectores, y comparte sus reflexiones acerca de la inagotable fuente de relatos que emanan del país.
Su obra exhibe una mirada femenina, historias que surgen del contexto sociocultural de Guatemala. ¿De qué manera ha influido su experiencia como socióloga en la creación de relatos?
Creo que es una combinación. Cuando entré a estudiar Sociología tuve oportunidad de teorizar muchas de las cosas que había experimentado de las relaciones de poder que están presentes desde que sos una criatura, las que están en la casa, las que ves en la escuela y las que entendés cuando te insertás en un medio social.
También me permitió entender mucho cómo la “normalidad” y la tradición, que son categorías móviles y dinámicas, van determinando parte del día a día. Mi mamá murió cuando yo tenía 18 años y en gran medida mi madrina, que era una feminista de hueso colorado, se hizo cargo un poco de mi formación humana y como mujer.
Al mismo tiempo fue una maestra, porque comenzó a hablarme de textos que terminaron de configurar mi posición como persona dentro de un medio social y cultural. Estas lecturas luego me permitieron ver cómo estamos las mujeres.
¿Cómo surgió la idea de hilar la Sociología con la Literatura?
La literatura en mi vida fue una válvula de escape desde chiquita. En el colegio pasaba prendida del encargado monitor de estudiantes para que los demás no me molestaran. Recuerdo el día en él que me llevó a la puerta de entrada de la biblioteca del colegio y me dijo “Quédate aquí”.
De ahí empecé a explorar cómics y después a leer adaptaciones de clásicos para niños. Así fue como la literatura se convirtió en ese amigo que es incondicional y que además te va haciendo reflexionar sobre muchísimas cosas.
Fui la típica adolescente con diario, y entonces la literatura se convirtió en una válvula de escape, no sólo a través de la lectura, sino también de la escritura. Nunca tuve la intención de ser escritora, pero llegó un poco por casualidad y me permitió ir teniendo un canal para sacar muchas de las cosas que he visto.
¿Cuáles fueron las imágenes que la llevaron a sentir la necesidad de escribir?
Trabajé con una organización de pueblos indígenas y de ahí viene mucho de lo que hasta ahora sigo escribiendo. Han pasado casi 15 años desde que dejé de trabajar allí y hasta ahora sigo encontrando cómo hablar de eso. Cuando atendía una clínica de atención a víctimas de violencia vi mucho de lo que provocó la violencia tácita contra las mujeres durante el conflicto armado interno.
De esa época surgió el libro Buenas costumbres. Cuando iba a a la clínica no podía quebrarme frente a las chicas que llegaban a buscar un apoyo psicológico o legal para afrontar sus casos. Llegaba a la casa luego de un día de haber escuchado tres o cuatro historias que me hacían pedacitos. Es entonces que entiendo cómo la literatura se ha convertido en una especie de canal para exorcizar mucho de esta realidad que el trabajo me ha permitido percibir, analizar y sentir.
¿Qué importancia tendría pensar más el valor de la palabra en este país?
Cuando estás hablando hacia fuera la palabra es importante porque te sana, en el sentido que si cuentas tu historia o si te das el chance de escribir o de hablar sobre las cosas que están en tu vida personal, estás de alguna manera reflexionando sobre cuál es tu realidad. Pero eso tiene un enemigo y ahora, más que nunca, ves que la gente no está interesada en leer.
Hay una pereza ante lo que la palabra implica y lo mismo sucede muchas veces cuando se trata de expresar a través del lenguaje. Creo que la palabra es importante, siempre y cuando haya quien la escuche.
“(…) la palabra es importante porque te sana en el sentido que si cuentas tu historia o si te das el chance de escribir o de hablar sobre las cosas que están en tu vida personal, estás de alguna manera reflexionando sobre cuál es tu realidad.” -Denise Phé-Funchal, escritora, editora y socióloga
Es posible que esa carencia expresiva surja del miedo. ¿Qué opina sobre esto?
En un taller de escritura, el escritor salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa nos decía que era necesario perder el miedo a la crítica, en especial, la crítica de la familia.
A veces te encontrás con gente que tiene historias fuertes, potentes, que llegan al alma, pero que dicen “Es que mi familia…”. Y es algo que puede llevar a sabotear, también. ¿Qué le digo yo a la gente? Respaldarse diciendo “Eh, mamá esto es ficción”.
Al final, todos los escritores, o una gran parte, toman aspectos de su vida personal o de las vidas de las personas que están alrededor para ir construyendo historias.
A principios de este año impartió un taller de literatura con la Fundación Paiz. ¿Qué posibilidades surgieron de ese intercambio con personas deseosas por contar y crear historias?
Es algo que ha merecido atención, sobre todo por la gente está ávida de someter sus escritos a una crítica, que eso es difícil de encontrar. Parte de lo que me parece súper interesante es la diversidad de historias y de gente que he encontrado.
Hay personas que se ubican en Derecho, Ingeniería, Periodismo o Agronomía. He podido ver que se trata de personas que tienen un afán por destacar una parte de sí mismas, otras que tienen historias sociales, y varias con testimonios que en algún momento se escucharon. Este tipo de espacios conllevan una gran diversidad y riqueza que lo hacen muy interesante.
Respecto de su próxima obra. ¿Qué podría contarnos sobre la temática y el proceso de creación que ha implicado?
Son cuentos que me ha costado soltar y tengo casi diez años de estar dando vueltas y volviendo a ellos cada cierto tiempo. Escribo cosas un poco de forma dispersa, pero al momento de armar un libro de cuentos me gusta que sea un universo. Esta próxima entrega será una publicación con F&G Editores. Aún no tenemos la alineación final, pero serán entre diez y doce cuentos. Se trata de una auto ficción, es algo bastante pegado a las historias que surgen desde mi primer trabajo como socióloga.
¿Llevarán estas historias a situarlas en Guatemala?
Yo diría que esto va sobre América Latina. No tiendo a colocar nombres de los lugares y creo que hay muchas cosas que nos pasan a los latinoamericanos. Por ejemplo, tengo un cuento que trata sobre la migración, sobre cómo te vas y te convertís en polvo.
También hay otro que tiene que ver con el contraste de la gente y la sociedad, sobre cómo al final de cuentas estas ciudades nos hacen ser aspiracionales, en el sentido de tener o querer pertenecer a algo que de seguro te va a cerrar las puertas por tu ascendencia, por tu apellido, por tu color de piel o por la zona en la que naciste, creciste y viviste.