Revista D

De Hunahpú a Neymar

Los nombres en el país, desde la época prehispánica hasta nuestros días.

María es el nombre más usado en Guatemala en este año. Hasta este mes se habían registrado 812,180 con ese apelativo. Solo en el área metropolitana hay 148,554 partidas de nacimiento identificadas así, según el Registro Nacional de las Personas (Renap).

José es el apelativo masculino más frecuente con 461,022 menciones. Casi la cuarta parte de los José están asentados en el departamento de Guatemala, donde han sido registrados 105,832.

A la lista se suman Luis, Carlos, Juan, Ana, Jorge Pedro, Tomás, Édgar, Mario, Óscar, Marta y Sandra.

En el área metropolitana, por ejemplo, los nombres favoritos son Luis (65,695), Carlos (61,322) y Juan (58,472).

La elección de los nombres de mujeres varía conforme el departamento. En la región metropolitana hay 54,920 Ana. También es el favorito en Quiché (23,293) y en Huehuetenango (21,278).

Marta y Sandra tienen preferencias similares en el área metropolitana con 17,887 menciones el primero y 18,415, el segundo.

Antes de la conquista

El origen de los nombres precolombinos es tan rico y antiguo que muchos pueden encontrarse en el Popol Vuh, como B’atz’, que significa mono y representa a los artistas; Q’anil, que personifica a la semilla; Ix, jaguar, que simboliza a la madre tierra y a las mujeres; Ajpu, el cervatanero, o “el que caza con cervatana”.

“Entre los cakchiqueles de las tierras altas de Guatemala existía la creencia de que el día del nacimiento de la persona controlaba su temperamento y su destino”, de acuerdo con Silvanus G. Morley en La civilización maya. Aún siendo muy pequeños eran llevados antes el sacerdote.

Sandra: Origen griego. Significa protectora, vencedora. Derivado de Alejandra.


A su llegada los españoles bautizaron a las personas conforme el santoral. Muchos cambios ocurrieron entonces. Hubo dos fenómenos: cuando los recién llegados religiosos bautizaron a los nativos cambiaron el nombre, por eso muchos tuvieron apelativos de origen castellano. Aunque sus raíces eran indígenas, los nombres nativos desaparecieron del mapa lingüístico de poblaciones completas, como fue el caso de San Marcos, y en su lugar surgieron los Reina, Orozco, Morales, y Robledo, entre otros, dice el antropólogo y catedrático universitario Kajkok Máximo Ba Tiul.

Un segundo fenómeno consistió en que el nombre fue cambiado pero el apellido no, por ejemplo, en el caso de Miriam Nimatuj, el apelativo es de origen hebreo y Nimatuj es k’iche’ y significa “temascal grande”. Así en muchas ocasiones se combinaron nombres del santoral con apellidos como Saqu’, que en k’iche’ y q’eqchi’ significa blanco; kej, venado o Imul, cuya representación es conejo, afirma Ba Tiul.

En la etnia q’anjob’al los apellidos son nombres, por ejemplo: Miguel, Matías, Francisco y Pablo.

Los apelativos hacían también referencia a la especialidad de cada linaje indígena, lo cual quedó cancelado con la llegada de los españoles, explica el antropólogo.

Dentro de esa genealogía encontramos a Hob’ Tooj, mencionado en el Rabinal Achí. La traducción en español se reduce a “Cinco ofrenda”, pero su significado es mucho más amplio, pues Tooj, en k’iche’, es fuego, reciprocidad y la traducción correcta sería: “el que da la ofrenda, el intermediario entre el pueblo y el universo”.

De igual forma la palabra ch’en, en q’eqchi’ significa zancudo, pero en el idioma maya es “el mensajero”. En el Popol Vuh los dioses gemelos Hunahpú e Ixbalanqué bajan al inframundo a competir con los señores de Xibalbá y previo envían a los ch’en, quienes representan a la diplomacia indígena. B’a, la taltuza en q’eqchi’, es un personaje que podía entrar a los subterráneos sin miedo. En poqomchi’, Kojok’ (trueno) hace alusión a una familia especializada en discernir los efectos del fenómeno atmosférico.

En la década de 1980, dentro del pueblo maya ocurrió un movimiento reivindicativo, pues muchos intelectuales cambiaron su nombre por uno prehispánico o comenzaron a llamar así a sus hijos, por ejemplo: Kanek, gobernante de los mayas itzaes; Ixmucané, la abuela sabia del Popol Vuh; Yamanik, que significa jade.

Pero registrar a un niño en la actualidad con un nombre prehispánico no es asunto fácil. El Consejo de pueblos de Tezulutlán interpuso una denuncia en el caso de un pequeño que no pudo ser registrado como Kanek. En otro caso, la madre de Juan Mariano Quej debió conformarse con darle ese nombre a su hijo, cuando recibió la negativa para asentar la partida con el de Kajkoj, refiere Ba Tiul.

“Este es un ejemplo que la institucionalidad del Estado no permite recuperar con facilidad los nombres y toponimias establecidas en el Acuerdo sobre identidad y derechos de los pueblos indígenas”, comenta.

Del latín al castellano

Óscar: Origen germánico (Osgar), nombre danés introducido en Irlanda. Significa: “Aquel que lleva la lanza de Dios”.

Los vocablos que se convirtieron en nombres propios en castellano se llaman derivados, porque son producto de un cambio. Se trata de adaptaciones de palabras de otro idioma —del latín al castellano—. Por ejemplo, Cielo se deriva de caelum, Milagro de miraculum, Estrella de stella y Domingo de dominicum.

Cuando se quería exaltar las virtudes se recurría al vocabulario en lengua romance “que reviviera la devoción”, así nacen Caridad, Esperanza, Justo, Espíritu, Rosa, Rocío, Gema, explican Zamudio y Mendoza.

Con la Conquista los españoles impusieron el calendario romano usado por la Iglesia Católica. Según la nueva tradición, cada persona debía ser bautizada de acuerdo con su santo protector.

En algunas regiones como Alta Verapaz y Baja Verapaz, los nombres se convirtieron en apellidos. En muchos lugares de occidente, entre ellos Quiché, cambiaron totalmente, pues los indígenas fueron nombrados conforme el calendario católico y el apellido del encomendero.

En 1555, el segundo arzobispo de México, Alonso de Montúfar, celebró el primer concilio y exigió para los indios derechos y privilegios, como establecer más hospitales, permitirles casarse según su voluntad. Aunque aceptó la incorporación de algunos elementos prehispánicos a la cultura, no admitió el uso de los nombres ancestrales, asevera el historiador Fernando Urquizú.

“Cuando la población empezó a crecer hubo necesidad de crear los apellidos. Así se distinguió, por ejemplo, al hijo de Ramiro, Martín o Gonzalo como Ramírez, Martínez y González”, explica el genealogista José Raúl Barrios.

En otros casos, los motes fueron puestos por vecinos en relación con un oficio o los rasgos físicos: Zapatero, Sastre, Del Corral, Rubio, Calvo y también fueron influidos por el uso metafórico.

De esta época datan muchos nombres que hoy casi desaparecieron, entre ellos: Yumar, Guiomar, Mecia, Bonifacio, Desiderio, Pascual, Isidro, Marcelino, Evaristo, Lugarda, Ciriaca, Nuño, Vasco, Lope, Hernando, Duarte, Jácome, Antón, Toribio, acota el genealogista Iván Vásquez Alburez.

Entre justos y justas

Durante el gobierno Liberal de Justo Rufino Barrios hubo poblaciones como la de San Pedro Sacatepéquez, San Marcos, a las que se les aplicó el decreto 164 de ladinización, el cual prohibió utilizar nombres y apellidos indígenas.

A finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos comenzó su expansión a través de la reproducción mecánica del arte —fotografía y cine— se pusieron de moda Edward y Victoria, expresa Urquizú.

Paulatinamente se perdió el tejido social urdido durante la Colonia por la Iglesia Católica y fue modificado por el liberalismo cafetalero con la creación de escuelas laicas, gratuitas y obligatorias que difundieron el Positivismo —corriente filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el científico— y que surgió en Francia a principios del siglo XIX. De esa cuenta los nombres Arístides y Platón se pusieron de moda, agrega.

La libertad religiosa que otorgó el presidente Barrios permitió que las familias flexibilizaran más el uso de los nombres y se redujo el número de estos.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha ayudado a digitalizar miles de datos que permiten obtener valiosos registros que van desde 1700 hasta 1930.

Según estas bases de datos, de 1700 a 1799 fueron bautizados 243 niños y niñas con el nombre de Rufino o Rufina. De 1800 a 1899 hubo mil 820. De 1900 a 1930, en la cual el liberalismo no había perdido fuerza del todo, se encontraron mil 187.

Asención o su variante Asunción fue muy popular de 1700 a 1930, pues fueron bautizadas 10 mil 573. Se contabilizaron 5 mil 35 personas con el nombre de Trinidad, y las primeras menciones datan del año 1600. Otro apelativo frecuente fue Basilio; en 1800 hubo 3 mil 571.

Pero María y Mario encabezaron la lista de los más sonados durante dos siglos, pues entre los dos sumaron 430 mil 859 anotaciones, seguidos por José, con 246 mil 869.

Menos comunes fueron Indalecio o Indalesio, de los que solo se registraron 720 en 1800, o Pancrasio, del que hay 290 menciones.

Marta: Origen arameo. Personaje bíblico, hermana de Lázaro y María de Betania. Significa Dama o maestra de la casa.

En los albores de 1800 en los libros de registro solo se colocaba un apellido, el del papá, y los nombres que se deseaban. En caso de que el hijo fuera ilegítimo se inscribía con el apellido de la madre. En otros, aunque la paternidad fuera reconocida, se hacía la anotación, pero se registraba de igual forma el de la mamá.

“Como una manera de expresar el abolengo inveterado de una familia, los niños son bautizados con el mismo nombre que usaron sus padres abuelos y tatarabuelos”, según Zamudio y Mendoza.

Pedro Ramírez es un abogado de 31 años y apasionado por la genealogía. En su familia él representa a la cuarta generación que de forma ininterrumpida lleva el mismo nombre, desde el nacimiento de su bisabuelo, en 1896, aunque este ha sido usado en siete ocasiones en la familia.

Al igual que en los descendientes de Ramírez, el nombre de Manuel Sisniega ha pervivido sin intervalos durante siete generaciones —desde que el español Manuel Sisniega Otero (1862-1918)— hizo fortuna como maderero y se casó en La Libertad, Petén.

Elisa Klée Ubico de Dorión nació en 1837. Decidió darle a su hija Elisa Dorión Klée —esposa del presidente Carlos Herrera Luna— su mismo nombre. La tradición se conservó cuando vino al mundo su nieta quien fue bautizada como Elisa Luisa Herrera Dorión.

Ramón Aceña Irungaray nació en 1851 fue ingeniero topógrafo. Su hijo Ramón Aceña Durán perteneció a la generación de 1920 y escribió bajo el seudónimo de El príncipe feliz. Cinco generaciones han conservado el mismo nombre.

Gregorio Urruela es médico y tiene 34 años, al igual que lo han hecho siete de sus antepasados, lleva el mismo nombre que su ancestro Gregorio Ignacio de Urruela, quien vino al país en 1796.

En la época posterior a la Independencia vinieron muchos emigrantes. Los extranjeros empezaron a llamar a sus hijos con nombres de origen alemán o italiano. Otros fueron tomados de la literatura, explica Vásquez Alburez.

En la actualidad

La lectura de libros escritos por materialistas liberales y científicos como El origen de las especies, de Charles Darwin; El capital, de Karl Marx, se reflejaron años después en que los nombres de líderes rusos, Lenin, Yuri, Darwin o Karla escrito con la consonante k, empezaron a figurar en los registros.

Con el devenir del siglo XX y la influencia de los estadounidenses que estuvieron acantonados en la capital empezaron a usarse nombres ingleses, aunque no era tan común, pero poco a poco la costumbre permeó especialmente en el remate de la pasada centuria.

El avance de las comunicaciones, las telenovelas, el internet y las migraciones han provocado que se registren nombres de todas las procedencias como Marianne, Joshua, Heinz, Fátima, Lourdes, Briana, Tammy, Rachel, Tatiana, Iván, Sergiño, Johann, Jenner, Jazmín, Mía, Kimberly, Karina, Kelly y un largo etcétera.

Para que no hallan dudas de los efectos de la globalización, Ba Tiul cuenta que en las aldeas de Alta Verapaz se ha vuelto común llamar a los niños Neymar, en alusión al famoso delantero del Barcelona.

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