Hablar de ese mismo tiempo político es para Liano una suerte de hecho dado en sus libros, ya sea de forma explícita o matizada. El novelista confiesa que dicha obsesión literaria se basa en la también complejidad social que emana del suelo guatemalteco.
Este fenómeno lo ha llevado a escudriñar textos de los cuales ha propuesto un cuerpo literario de siete volúmenes que se corona con su más reciente libro, Puertas giratorias (publicado por Sophos), una reunión de ensayos para indagar en su pensamiento y modo de ver el mundo.
Con motivo de esta publicación y la dedicatoria que le ha otorgado la Feria Internacional del Libro de Guatemala en su vigésima edición — hasta el próximo 16 de julio, en Fórum Majadas—, conversamos con Dante Liano sobre la experiencia que le significa escarbar, entre palabras e ideas, un amplio terreno de contradicciones y desafíos humanos como Guatemala.
¿Cómo digiere este nuevo regreso a Guatemala frente a la coyuntura en que las elecciones generales han demostrado el rechazo a la política tradicional de los últimos años?
Cuando me notificaron el honor que me habían hecho de dedicar esta edición de Filgua a mi obra literaria, imaginé que iba a regresar a Guatemala en las mismas condiciones que he venido en los últimos años. Es decir, viendo una situación política que es la misma desde hace mucho tiempo.
Cuando yo nací, en 1948, acababa de ser, hacia cuatro años, la Revolución de Octubre en Guatemala. Se vivía en ese momento un capítulo de alegría democrática en el país. Había partidos de distintas tendencias y una suerte de alegría participativa. Uno de los primeros recuerdos que tengo es la caída del gobierno de Árbenz y la subida al poder de Castillo Armas. Otro recuerdo fuerte es el asesinato de él, vivido por mí con los ojos y mente de un niño.
Crecí durante la escuela, la secundaria y la universidad en una situación política donde no se podía hablar tanto de democracia, pero sí de persecución y prudencia. Cuando llegué a Italia me di cuenta de que había vivido en regímenes sucesivos marcados por el autoritarismo y por la indiferencia. Desde entonces he venido al país cada año y siempre me encuentro con una capa de pesimismo, resignación y costumbre ante una situación que parecía absolutamente irremediable.
Este 2023, la sorpresa fue también para mí, como para los guatemaltecos. El hecho de que las últimas elecciones hayan abierto una ventana de esperanza para volver a instaurar una democracia participativa en Guatemala me ha alegrado mucho, si es posible que esto suceda. Quizá sea nuestra última oportunidad para una convivencia civil y democrática en la cual sean respetadas las ideas de todos.
¿Qué percepciones surgen alrededor de su participación en Filgua, en medio de este precedente histórico?
Filgua es una isla de libertad dentro de un ambiente muy conflictivo. Cuando digo esto es porque, cuando uno sale del ambiente de la feria del libro, se encuentra con un montón de problemas que hemos arrastrado a lo largo del tiempo: no solo la pequeña delincuencia que hay en las calles de Guatemala, sino también la gran delincuencia que se mueve detrás de grandes intereses de dinero, porque se ha impuesto desde hace muchos años aquella forma mental según la cual lo más importante es la acumulación de dinero, descuidando otros aspectos del desarrollo de una persona. En Filgua, usted se da cuenta de que el espíritu humano sigue tratando de producir obras que reflejen el deseo de un mundo libre, un mundo mejor y un mundo estético.
Desde su lugar fuera del país, ¿de qué manera podría explicar el lenguaje con el cual se está percibiendo en el mundo la contemporaneidad de Guatemala?
Cada país crea una propia narrativa y a veces, dependiendo de cómo el país es percibido en el mundo, esa narrativa sale o no de las fronteras. Por ejemplo, la reciente sorpresa electoral hizo que los periódicos europeos publicaran pequeñas notas de Guatemala. Ocurre algo completamente inesperado e inhóspito. Ahora, en literatura, yo creo que las formas de contar están cambiando y están muy influidas por los medios de comunicación de masas y por la revolución digital a la cual estamos asistiendo.
En los años ochentas y noventas triunfó el modelo televisivo. La realidad se volvió imagen y relativa. De ahí nace un término que se usa mucho ahora, que es la narrativa. Esto se ha ido resquebrajando en la medida que la posmodernidad se ha ido agotando y vuelve ahora la constatación de que la realidad nunca se ha ido, la realidad siempre ha estado ahí. Lo que sucede es que no tenemos los instrumentos necesarios para capturarla. Uno de los instrumentos es la literatura que trata de escudriñar y utilizar el lenguaje para que este nos devuelva lo real y no lo aparente.
El desarrollo de las neurociencias nos ha ayudado a comprender cuántas dificultades tenemos y cómo solo a través del arte y la literatura podemos abrirnos un difícil paso entre la maleza de los obstáculos que tenemos para acercarnos a la realidad, que está ahí pero que no logramos capturar.
Su llegada a Filgua también se acompaña de la presentación de Puertas giratorias, su más reciente libro, que reúne ensayos para “adentrarnos en su pensamiento”. ¿Hacia dónde van estas ideas reunidas?
Más que ensayos, les veo como una especie de diario intelectual que reúne ideas, libros que he leído, películas y series que he visto, y que he pasado por el tamiz de un modo particular de ver el mundo. Si uno, a la edad que yo tengo, no tiene un modo de ver el mundo, ha desperdiciado su tiempo. Las lecturas que hago, las películas que veo, los libros que leo son pasados y me ayudan a tratar de aprender del mundo donde estamos viviendo.
La imagen de esas puertas giratorias revela también una suerte de bucle o repetición. ¿Cuán periódicas han sido esas obsesiones temáticas que presenta en el libro?
Mi mayor obsesión es Guatemala. Acá vuelvo siempre. Luego, en otro plano, una obsesión que tengo es la manera que tenemos dificultades con el proceso de conocimiento. Muchas de mis lecturas van a la búsqueda de comprender cómo los seres humanos nos acercamos a la realidad y cómo tratamos desesperadamente de capturarla.
Antes de esta respuesta hablaba sobre el “modo de ver el mundo”, que se traduciría también a una filosofía. ¿Cómo describiría su lugar desde allí?
La modernidad planteó la vida de los seres humanos y de los pueblos como un progreso sin interrupción hacia la felicidad social y personal. El problema está en cómo se definió eso, porque se entendió como la satisfacción de las necesidades materiales básicas. Bastaría que la gente tuviera cuatro necesidades cubiertas —alimentación, techo, educación y salud— para que se sintieran felices.
Hubo países que lograron ese máximo de satisfacción; sin embargo, la famosa felicidad prometida por el materialismo de la modernidad no llegó. De alguna manera faltaba algo. A partir del siglo XX empezó a resquebrajarse la idea de la solidez del individuo como un solo ente. Con ese resquebrajamiento se descubrió que la felicidad de la cual habla la modernidad, simplemente no existía, o si existía como satisfacción de las necesidades materiales era insuficiente porque el principio de ser humano es desear. No nos saciamos con lo material. Necesitamos aquella otra parte importante, que es el espíritu.
A partir de la constatación del fracaso de la propuesta modernista, dos grandes movimientos económicos —el capitalismo y el socialismo— prometían exactamente lo mismo: la felicidad. Sin embargo, los métodos eran diferentes. El fracaso de la modernidad en sus dos grandes aspectos económicos implicó la apertura de una gran duda que gobierna hasta el día de hoy y es si se renuncia a la idea de felicidad.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dice que los humanos estamos llenos de problemas, pero si reconocemos nuestra esencial fragilidad, si reconocemos nuestra gran dificultad de conocer el mundo, si nos damos cuenta de eso, no nos queda más para sobrevivir que ayudarnos los unos con los otros. Los demás nos salvan. Sin los demás estamos perdidos. La cooperación entre los seres humanos es lo único que se puede acercar lo más posible a una idea de felicidad.
¿Con cuáles complejidades se topa un autor como usted que busca ser crítico desde la poética en un país donde suele haber limitantes para la comprensión de ideas?
Es una especificidad de todo el mundo. En cualquier lugar donde nos situemos, lo que triunfa es la frivolidad, la superficialidad, la apariencia, la imagen… Tienen vida dura los poetas en todas partes. Entre los libros que se publican, los menos vendidos en cualquier país del mundo son los libros de poesía. No es algo específico de Guatemala. Es del momento específico que estamos viviendo a nivel mundial. Probablemente tengo la esperanza de que esto vaya a cambiar, dándole voz a algunas personas que han estado fuera de la expresión literaria normada.
En su mundo literario hay un lugar importante para esos personajes subrepresentados en la historia oficial. ¿Qué importancia traería para el futuro el hecho de que se visibilicen en las lecturas esas identidades no tan visibilizadas?
Es fundamental. Estamos acostumbrados a lo que es “normal”, y lo digo entre comillas porque esa idea de normalidad expulsa del panorama a personas, situaciones, contextos que existen y tienen necesidad de salir a la superficie y de tener un lugar en la expresión artística y literaria.
Se ha dicho que la ficción es un recurso mediante el cual se puede inventar algo de la nada. Sirve también como una forma de imaginación o una nueva manera de narrar lo que ya hemos visto. ¿Con cuál definición preferiría explicarla?
Sin imaginación no existe la ficción, y la imaginación nace de muchísimas cosas: De la vida de uno, de cómo se ha llevado, y también de otros factores como la insatisfacción con el mundo que tocó vivir. Si uno está sacio, si uno está satisfecho, no quiere más. Pero el mundo como se nos presenta no da lugar para grandes satisfacciones, sino al contrario, da lugar para no estar con la política o la manera en que el mundo se está moviendo.
Un ejemplo es la indiferencia de los gobiernos del mundo delante del peligro de la catástrofe mundial. Cuando uno imagina, utiliza el cerebro para crear situaciones mentales en las cuales las cosas puedan ser diferentes. No le digo crear utopías o distopías, sino simplemente imaginar situaciones variables a lo que nos ha tocado vivir. Y esas variables son ficciones. La ficción es vivir todas las vidas posibles que las alternativas nos presentan. Creo que, sin insatisfacción con el mundo y sin imaginación para tratar de pensar otro mundo no hay ficción.
Otro término primo de este podría ser la fantasía. ¿Qué entiende por ella?
Es muy importante para la fantasía lo que en nuestra sociedad se llama tiempo libre. En sociedades como la antigua maya existía mucho tiempo para dedicarse a las artes. La gente común podía hacerlo porque la finalidad social no era la misma que la actual, que es producir para consumir. La fantasía necesita tiempo. Y es un tiempo que no es un tiempo de trabajo dentro del sistema en el que estamos. En el sistema, cuando no se hace nada, se dice que uno está haraganeando. Pero la haraganería es lo que los griegos celebraban como el ocio creativo.
Si usted está recostado bajo una palmera en la playa, su cerebro está trabajando e imaginando cosas. Esa fantasía es algo que producirá creatividad. En ese sentido, entiendo la fantasía como una necesidad de todos los seres humanos. Todos podemos ser artistas, pero hemos sido castrados por una sociedad que nos empuja por una parte a la producción y por otra al consumo.
¿Cuán necesario sería insistir en la fantasía para una sociedad como la guatemalteca?
Hemos vivido muchos años sin la posibilidad de imaginar cosas nuevas, siempre acostumbrados a lo mismo. De pronto se abre una rendija y en esa rendija podemos imaginar lo que sea. Podemos hacer ingresar en nuestra vida diaria la fantasía, que en este caso pareciera política, y que podría ser el hecho de vivir en comunidad civilizadamente. Imaginar eso ya es un ejercicio bonito de fantasía.