Revista D

Canto a Guatemala

El paisaje ha sido fuente de inspiración para poetas y compositores.

Luna, gardenia de plata,/ que en mi  serenata te vuelves canción,/ tú que me viste cantando,/ me ves hoy llorando mi desilusión.

Luna, gardenia de plata,/ que en mi  serenata te vuelves canción,/ tú que me viste cantando,/ me ves hoy llorando mi desilusión.

La belleza de los lagos, volcanes, ríos, montañas, ciudades y atardeceres han sido fuente de inspiración de poetas y compositores. También el amor, el dolor y la nostalgia por la tierra donde se vio la luz han sido motivo para expresar los más profundos sentimientos.
Rafael Landívar y Caballero (1731-1793) en su Rusticatio Mexicana se apropia de todo lo que observa y lo describe. Su elegía a la ciudad de Guatemala comienza así: Oh Salve, Patria para mí querida,/mi dulce hogar, oh salve Guatemala!/ Tú el encanto y origen de mi vida.

“En emotivos hexámetros, su Rusticatio Mexicana revive el murmullo de las fuentes, el bullicio de los pájaros y las fieras, la molienda de la caña de azúcar que evoca como un ritual, así como los juegos y cuanta actividad cotidiana se constituye en un sello distintivo”, detalla el poeta Francisco Morales Santos en su obra Los nombres con que nos nombran.

Landívar fue el primer poeta guatemalteco que le cantó al paisaje y el primer exiliado, según el documento Rafael Landívar, una guía de estudio, de la literata Marcia Vásquez de Schwank.

Se trata de un poema escrito en latín inspirado con el aguijón de la nostalgia y el dolor por la lejanía y la certeza de no poder regresar a su amada patria. “Constantemente olvidado cuando no poco reconocido como la más universal de las poesías guatemaltecas escritas en el siglo XVIII”, comenta Vásquez de Schwank.

Otra muestra de amor por la patria lo constituyen los desgarradores versos del poeta Juan Diéguez Olaverri (1813-1866) cuando atravesó en 1854 la sierra de los Cuchumatanes rumbo al exilio en México y le escribió unas estrofas a dichos montes, a manera de despedida de su patria.

En su primer verso describe la belleza de la sierra y el amor hacia su patria, cuando dice: ¡Oh cielo de mi patria!/ ¡oh caros horizontes!/¡oh azules, altos montes; /oídme desde allí!/La alma mía os saluda,/ cumbres de la alta Sierra,/ murallas de esa tierra/ donde la luz yo vi!

“En realidad es un poema de intensa nostalgia cuando el autor fue obligado a salir al exilio”, comenta la escritora Margarita Carrera, quien analizó a este autor en su tesis para licenciarse en Letras de la Universidad de San Carlos. Considera ese poema como el mejor de su obra, según un artículo publicado en Prensa Libre en el 2013.

La literata narra que Diéguez Olaverri se detuvo durante un mes en Todos Santos Cuchumatán porque su ánimo había desfallecido. “Habitó una pobre cabaña atrás de las cumbres majestuosas de los altos Cuchumatanes”, indica Carrera.

El poeta, quien también era abogado, estuvo involucrado junto con su hermano y otros jóvenes en la conjura de 1846, en la que se proponían dar muerte al general Rafael Carrera Turcios. Esto le valió el exilio, conforme la página virtual de Literatura Guatemalteca.

Diéguez Olaverri continuó su camino hacia Chiapas donde escribió los famosos versos, aunque no se tiene certeza de la fecha exacta.

La gran patria

La esperanza de un futuro mejor es la razón de muchos cantos al país. Julio Fausto Aguilera en La patria que yo ansío, evidencia a borbotones ese ideal: La patria, la que sueño, es un plantío/ donde triunfa el tractor, triunfa el arado/ y un enjambre de brazos no se alcanza/ cosechando los frutos y los granos… Esta patria es taller telar; es fábrica/ laboratorio, orfebrería, andamio/…

Rebeldía

Una mujer que rompió con los cánones de su época fue María Josefa García Granados, mejor conocida como Pepita. Fue amiga de José Batres Montúfar, otro de los grandes intelectuales del siglo XIX, quien también dedicó varias obras a la patria.

Una de las fuentes de inspiración de García Granados fue el árbol nacional, A la ceiba de Amatitlán, “aunque el conjunto de su obra fue mas bien de contenido político y satírico”, cita Morales Santos en Los nombres que nos nombran.

“Sus poemas, al igual que los de Batres Montúfar, son de corte neoclásico, donde le escriben poemas medidos a la geografía de la patria, que en ese entonces abarcaba casi toda Centroamérica. Pero también es una estética que señala hacia el romanticismo social, que es una de las tendencias de ambos poetas”, analiza la literata Aída Toledo.

El escritor Morales Santos compara las cimas de nuestra literatura con la orografía guatemalteca, al elevar en lo más alto a Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón.

De Asturias, entre otros, destaca el poema Salve Guatemala, como también algunos de César Brañas, como Viento negro.

De vuelta a los orígenes

Uno de los autores que mejor describe la razón de porqué amar a nuestra patria es Luis Cardoza y Aragón, cuya prosa poética en el último capítulo del libro Guatemala las líneas de su mano, titulado Dije lo que he vivido, demuestra la maestría de su pluma.

No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra.

En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa….

Canto al terruño

La música ha sido otra de las formas para expresar admiración por las bellezas del país, a través de la tradicional marimba y la música popular moderna, indica el compositor Paulo Alvarado.

“El recurso a la descripción toponímica es lógico y natural en el ser humano, a diferencia de una descripción filosófica o científica”, agrega Alvarado, quien aclara que muchas de las composiciones de marimba han sido adaptaciones del piano.

En la composición, quien se lleva las palmas es el gran maestro José Ernesto Monzón (1917-2003), también conocido como el Cantor del paisaje, quien escribió sones, valses, corridos y boleros.

Quizás una de sus canciones más escuchadas sea Soy de Zacapa, para lo cual se inspiró en el orgullo de los zacapanecos cuando expresan su origen, así como de sus lindas mujeres, cuenta su hija Brenda Monzón.

El autor dedicó más de una melodía para muchos municipios del país, en las cuales destaca alguna característica, como sucede con el fervor del Milagroso Señor de Esquipulas y lo vernáculo de las escenas de La Sanjuanerita.

Oriundo de Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango, Monzón combinó el talento de su padre, quien interpretaba la guitarra, mientras que su madre era maestra de piano y educación musical. Además, el compositor se dedicó a la docencia en nivel medio, a la contabilidad y por último fue investigador del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos.

“Su primera composición fue Río Limón o El Todosantero, en 1937. A partir de allí escribió cerca de 200 canciones”, señala en la biografía escrita por Édgar Hernández.

Ethel Batres Moreno, profesora de educación musical, recuerda que en una ocasión se acercó a pedirle la partitura de sus canciones. El maestro le respondió que no las tenía, pues no escribía solfa. Esta sorpresiva respuesta motivó a la profesora a proponerle dejarlas por escrito. Fruto de esas reuniones, Batres logró recopilar varias composiciones en el libro Canto a Guatemala, el cual va por su 3a. edición.

El segundo himno

La popular pieza Luna de Xelajú, de Paco Pérez —Francisco Pérez Muñoz (1917-1951)— es considerada el segundo himno de Guatemala. Es un canto a la tierra en la cual el autor se radicó desde los 11 años.

En esta composición Pérez, quien nació en Huehuetenango, centra sus sentimientos en las calles quetzaltecas iluminadas por la luna. Uno de los versos que resumen su sentimiento es el siguiente: Calles bañadas de luna/ que fueron la cuna de mi juventud,/ vengo a cantarle a mi amada/ la luna plateada de mi Xelajú/…

Esta melodía obtuvo el tercer lugar en un concurso de canto que se celebró a nivel nacional en 1944, en el Teatro Capitol.

Pérez también es autor de Chichicastenango y Patoja linda, entre otras.

Murió en un accidente aéreo, en Petén, el 28 de octubre de 1951, en el cual fallecieron más de una decena de artistas nacionales.

Conforme la Asociación de Autores, Editores e Intérpretes de Guatemala (AEI) las melodías más populares del país, en su orden, son: Luna de Xelajú, “debido a que evoca la patria a muchos inmigrantes, le sigue Ferrocarril de los Altos y Soy de Zacapa”, explica Álvaro Aguilar, presidente de dicha asociación e integrante de la banda Alux Nahual.

De occidente

Otros compositores que le cantaron al paisaje guatemalteco son Wotzbelí Aguilar, autor de Tristezas quetzaltecas y Gumercindo Palacios Flores, conocido por Lágrimas de Telma, y Migdalia Azucena, ambos nacidos en Huehuetenango.

De las tierras quetzaltecas destaca Domingo Betancourt, autor de Ferrocarril de los Altos y Cobán. La letra de la segunda melodía fue escrita por Aníbal Delgado Requena, aclara Batres, quien lo recuerda como un maestro que se esforzó en poner letra a las canciones.

El paisaje marquense de igual manera ha sido motivo de exaltación en melodías como el Valle de la esmeralda, compuesto por el sampedrano Nathael Monzón Soberanis. También resalta la melodía Celajes tacanecos de José Faustino Valle.

Alvarado explica que el fenómeno de la alta producción marimbística, hacia fines del siglo XIX e inicio del XX respondió a la incorporación del doble teclado. “Esto abrió el camino para que incorporara en su repertorio cualquier tipo de música”.

Las palmeras

Entre las escasas compositoras figura María del Tránsito Barrios (1929-2004), quien dio letra y música al que se considera el himno de los escuintlecos: Noches de Escuintla.

“La escribió cuando se encontraba en dicho departamento junto a compositores de otros países. Uno de ellos la retó a dedicar una canción a dicho lugar. Esa misma noche Barrios escribió la canción”, recuerda Margarita de Cáceres, directora general de AEI, quien añade que la artista también compuso la melodía Amatitlán, y otras más dedicadas a este municipio de donde era originaria.

Tan es así que su pseudónimo es La ninfa de Amatitlán.

Otros músicos que destacaron son Germán Alcántara, autor de Mi bella Guatemala y Mariano Valverde, conocido por Noche de luna entre ruinas.

Aguilar comparte que entre los cientos de canciones que ha compuesto le dedicó una a la capital: Guatemala de la Asunción, que ganó el primer lugar en un concurso de la Municipalidad en el 2009 y también Luna de Pana, una historia de amor escrita en 1996.

“Una canción forma parte de la construcción de la imagen de patria. Permite que la gente se identifique con su terruño, que lo ame, porque una persona que ama a su patria no le va a robar, ni la va a traicionar. Nos da un sentido de pertenencia”, afirma el compositor e integrante de Alux Nahual.

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