Su inicio
Después de 11 años de laborar en una retahíla de ocupaciones, un día despertó sin un centavo entre la bolsa y sin la esperanza de emplearse. La necesidad lo obligó a laborar en la empresa Industrias Metálicas Goñaz, en la 20 calle de la zona 10. “Pensé que solo lo haría mientras encontraba un empleo, pero me fue gustando, porque era entretenido y ya no cambié de profesión”, evoca.
Durante los primeros meses en el taller, en el cual “empezó de cero”, le encargaron las operaciones más rudas, por ejemplo, cortar hierro, así como pulir puertas y ventanas; pero luego de tres meses y mostrar sus habilidades le encomendaron algunos de soldadura. “Y así le fui tomando amor a la herrería, y sigo aprendiendo porque en la vida siempre hay que innovar”, explica.
Cuando más feliz se encontraba en su nueva profesión, otra vez se quedó sin ocupación, porque la empresa lo despidió debido a que disminuyó la cantidad de trabajo, por lo que debió emplearse con una persona que se dedicaba a hacer oficios de herrería en restaurantes. “Con él solo trabajé ocho meses, pero lo más importante es que aprendí el hábito de ser muy responsable y cuidadoso con lo que se hace”, refiere.
Llega el arte
Hace siete años decidió emprender su propia carrera. Empezó en su casa y descubrió que podía hacerlo de manera independiente, por lo que decidió solicitar un préstamo a un banco y así comprar una máquina para soldar. Después una pulidora, la cual adquirió como pago de un trabajo, luego un barreno, hasta casi completar su equipo.
La escasez de trabajo se repitió hace unos siete años, por lo que a diario pedía a Dios que le concediera oportunidades. Uno de esos días lo visitó un amigo que había sido su maestro de mecánica, quien le pidió que le diseñara una motocicleta con chatarra. “No importa cómo te salga, te la compro”, le dijo.
Una semana después le llevó dos de estos vehículos, para ver cuál le gustaba y esperaba que le diera Q50. Su sorpresa fue que ambos le encantaron y le pagó Q250 por cada uno. “Tenés buena mano, tu trabajo es excelente”, fueron las palabras de su amigo.
Desde ese día se animó a soldar más figuras, las cuales no ha dejado de elaborar. La pieza más cara que ha vendido es la de un cerdo que le encargó un extranjero que era propietario de un criadero de porcinos en Estados Unidos. Se la dio en Q800.
Uno de sus lemas es que las personas deben ponerse al día en cualquier aspecto de la vida y más aún en la profesión. “Uno tiene que ser como los árboles que botan sus hojas y se cubren de nuevas”, expresa.