Para Acuña, la poesía era la vida misma, como una forma de plasmar “el amor hacia su familia y su patria”, según lo expresó en el 2002 durante una entrevista que le concedió a Prensa Libre luego de un homenaje.
En una reseña, Carrera describe a Acuña como una de las principales forjadoras de la poesía hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX. Muestra de ello es que en 1960 fue nombrada Mujer de las Américas, por la Unión Panamericana de Mujeres en Nueva York.
También fue nombrada Poetisa excelsa por la Asociación de Escritores de Guatemala. Formó parte de una fructífera generación de escritores de la talla de César Brañas, León Aguilera, Flavio Herrera y Humberto Hernández Cobos. Perteneció a la Academia Guatemalteca de la Lengua. Entre sus distinciones sobresalen la Orden del Quetzal (1960) y la Orden Francisco Marroquín (1974).
Nació en Jutiapa, pero muy joven se radicó en la capital para estudiar las carreras de Magisterio en Educación Primaria y Bachillerato en Ciencias y Letras en el Instituto Normal para Señoritas Belén. Su vida la dedicó a la docencia y a la poesía, donde fue ampliamente premiada y galardonada.
Prosa y poesía
Su obra en prosa incluye El llamado de la cumbre (1960), y los libros de poemas Para que duerma un indito (1952), La gavilla de Ruth (1941), Fiesta de Luciérnagas (1953), Madre América (1960), Canto de amor en latitud marina (1968), Loanza Lírica (1981), El maíz de los mayas (sin fecha), y el último Elogio del soneto (1999), una colección de cien poemas. Entre estos Carrera resalta, por su profundidad y nivel de elaboración, el que dedicó a su colega Flavio Herrera, titulado Al más allá.
No fue el tuyo un “Poniente de Sirenas”/—lejos estaba el mar, de tu agonía—/ni el Iris con sus Pájaros fulgía/en los siete puñales de tus penas.
La soledad que te forjó cadenas/hundió en silente obscuridad la orgía/de luz y de color en que esplendía/el tiempo de tus líricas faenas.
Cayó otra “Tempestad” sobre tu frente,/pero el Azul con ala reverente/te llevó al arco-iris de sus flores;/y fue como un trasplante de jardines/a la inmortalidad de otros confines/donde hoy tus versos riman sus fulgores.
Don especial
La poetisa confesó en su última entrevista que había practicado todas las formas métricas y estróficas: elegías, odas, romances y sonetos. Pero este último le encantaba. “Tanto así que inventé la sonetina, que se parece mucho, pero tiene otro orden en las rimas que siguen siendo endecasílabas”, dijo. A pesar de su dificultad, consideraba que tenía un don especial para el mismo.
La periodista Atala Valenzuela en la publicación de su último poemario comentó: “El soneto es lo más difícil de manejar en el arte poético. Se ha dicho que Apolo inventó el soneto para mortificación de los poetas, y que una sola de estas composiciones, exenta de defectos, vale tanto como el mejor poema”.
En tal sentido, Angelina ajusta su pensamiento, como pupila al ojo, en cada soneto, y se observa en su desarrollo una gradación perfecta, de tal modo que el interés crece con cada verso, hasta llegar al último, comentó Valenzuela.
Acuña fue declarada hija ilustre de Jutiapa. Vivió 101 años. Bibliotecas, escuelas e institutos en distintos puntos del país llevan su nombre como un eterno homenaje a su prolífica y ejemplar trayectoria.