Gerardi era un religioso que buscaba cumplir la doctrina de la Iglesia Católica en cuanto al amor por el prójimo, y también ejercía una postura crítica contra la violencia que se registraba por ideologías antagónicas y el poder político durante las décadas de 1960 a 1990 en el país. El compromiso eclesiástico y social del prelado empezó a reforzarse lejos de la ciudad de Guatemala, al fomentar una cercanía más humana, espiritual y cotidiana con los feligreses que asistían a varias de las parroquias.
Décadas después de su insistencia por practicar una vida de paz y en contra de la exclusión, su mirada resultó dando forma a una visión que se reforzó con la creación de la Diócesis de Guatemala en los ochenta. Fue en esa misma década cuando se puso en marcha la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHAG), que tuvieron a cargo el propio Gerardi y el entonces obispo Rodolfo Quezada Toruño.
Esta instancia buscaba investigar y proponer ejercicios de reconocimiento por los perjuicios humanos y espirituales que ocurrían en el país a través de proyectos como la recopilación de testimonios sobre la violencia vivida durante el conflicto armado interno, que se presentó en el Informe Interdiocesano de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), titulado “Guatemala: Nunca Más”.
Sin embargo, la visión humana de este proyecto terminó viéndose empañada cuando a los dos días de haberse presentado, el obispo Gerardi fue ultimado de forma violenta en la parroquia capitalina de San Sebastián, el 26 de abril de 1998.
A un cuarto de siglo del suceso y sin haber sido identificados los autores intelectuales, varias personas que reviven la memoria de Gerardi con imágenes sobre cómo eran los días cuando estaban cerca del líder religioso.
Fernando Penados, sobrino del también obispo Próspero Penados del Barrio, conoció a Gerardi a sus 8 años, pero su recuerdo más claro es de cuando tenía 19 y llegó a la ODHAG para entrevistarse con él. Tras dos horas de aquel encuentro y de no comprender en toda su amplitud lo que Gerardi le compartía, el joven comenzó a trabajar en el equipo del religioso y más adelante lo acompañó a la Asamblea General de las Naciones Unidas en Ginebra.
En aquella época, Penados llegó a conocer el peso de la violencia en los relatos que escuchaba cada vez que salía de la capital para recopilar conversaciones con sobrevivientes del conflicto armado interno. La sensibilización a través de ese contacto cambió la forma de entender la espiritualidad religiosa y humanitaria de Penados, así como la de otros jóvenes que trabajaron con Gerardi.
“Nunca nos dijo que teníamos la obligación de ir a misa. Nos decía: ‘Vayan al campo, vean la gente y platiquen con la gente’. Los que estábamos en la ODHAG éramos creyentes, pero con monseñor conocimos otro tipo de Iglesia: el ser solidarios con la gente”, cuenta.
La experiencia de Penados coincidió con la época en la que gobernaba Jorge Serrano Elías, recordada muy bien por Edgar Gutiérrez, que conoció al obispo Gerardi en los noventa, cuando comenzó a asesorar de forma externa la oficina arzobispal. “Lo del golpe de Estado —conocido como el Serranazo— fue crítico para la oficina. Recuerdo que él —Gerardi— trataba de ir un paso adelante para tener en la oficina condiciones para dar respuestas ágiles y pertinentes a las situaciones del país”, expresa Gutiérrez, quien pasado el tiempo y dada su cercanía con la ODHAG, terminó convirtiéndose en coordinador general del REMHI.
“El informe representó el desafío más grande que he enfrentado en mi vida profesional y como ser humano. Se trataba del desarrollo de habilidades de investigación social, un trabajo de fina arquitectura institucional en el que debíamos coordinar 360 investigadores de campo. No era tarea fácil tener que levantar más de cinco mil testimonios sobre violencia y procesarlos. Hubo un desafío de carácter profesional, pero luego venía otro de carácter humano y era el de presenciar y atender el dolor acumulado que salía como un volcán en erupción”, apunta Gutiérrez.
Estas acciones permitían conocer la iniciativa de espiritualidad profunda y de cerebro científico que procuraba Gerardi, manifiesta Gutiérrez, al agregar que esto marcó el curso de su vida y cómo veía Guatemala. “Normalmente, cuando entrábamos en una crisis metodológica en la investigación nos decía que no le pusiéramos camisa de fuerza a la realidad. Además, era alguien que se responsabilizaba de sus acciones. Siempre pensaba cuál iba a ser la consecuencia o el impacto de esto que estábamos haciendo”, relata el hoy asesor de Naciones Unidas.
A sus 34 años, Gutiérrez, junto a varios de sus compañeros, tuvieron la oportunidad de proponer iniciativas para intentar dar respuesta sobre lo ocurrido durante el conflicto armado interno a familiares de las víctimas por asesinato, tortura o desaparición.
Estas decisiones eran confiables para Gerardi, quien permitía que los jóvenes, al ser conocedores de las historias comunitarias, propusieran formas de apoyar a los sobrevivientes. “Creamos equipos de antropología y de atención a la salud mental. Gerardi era muy atento y con actitudes flexibles de apertura y no burocrático. Esto permitió poner al servicio de la gente una ayuda para que pudieran sanar”, relata Gutiérrez.
El trato hacia los jóvenes también es recordado por Carlos Aldana, quien para los noventa regresó de México, donde había cursado la maestría en Pedagogía por la Universidad Autónoma del país vecino. Él integró la oficina donde pudo conocer de cerca a un Gerardi solidario en conocimiento y reflexiones de vida. “Tenía ideas claras sobre el país, pero no las imponía. No era un clásico religioso en el que todo debía pasar por su cabeza. Monseñor generaba mucho intercambio y escuchaba. Preguntaba y aceptaba sugerencias”, comparte Aldana, 33 años después de haber conocido al prelado.
Por otro lado, también recuerda la personalidad campante del sacerdote. “Sacaba varios chistes y no se dejaba. Cuando estaba en reuniones festivas era una persona que alguien no creería que era un obispo. Hacía sentir cómodas a las personas. Era un pedagogo, en el sentido que le gustaba el diálogo. Aplicaba una pedagogía de la escucha y una mirada política sobre las cosas. Su perspectiva siempre era amplia, porque pensaba en las consecuencias y el impacto que podían tener en la sociedad”.
Santiago Otero, asesor en temáticas para la relación de documentos teológicos, y también autor, comprendió la esencia intelectual de Gerardi cuando lo conoció en 1992, durante una entrevista. Otero refiere que en aquella ocasión se encontró con una persona a quien le costaba arrancar al hablar, y quien siempre se quedaba esperando una afirmación o pregunta de sus interlocutores para asegurar el diálogo.
“Era un hombre muy abierto a tratar cualquier tipo de temática. Además, le interesaba mucho la incidencia que pudiera tener la Iglesia en la vida de la gente más humilde. Eso daba una idea muy cercana”, recuerda Otero, quien durante los últimos 30 años ha publicado varios textos biográficos sobre el líder religioso como Gerardi: Memoria Viva o Monseñor Juan Gerardi: testigo fiel de Dios.
El diálogo y la amistad de Otero con Gerardi se tejió alrededor del trabajo en la Iglesia, pero la impronta que ha dejado en él, a 25 años de su muerte, podría ser también la de muchos otros guatemaltecos que estuvieron cerca del obispo.
“La marca principal es, todavía hoy, una tristeza profunda de estar ante una persona amiga que ha sido asesinada y que no sé por qué. Bueno, uno sí lo sabe: Fue el obispo que se atrevió a romper el silencio”, expresa Otero.