Gran parte del atractivo y la popularidad del oriente guatemalteco por más de 200 años se debe a lo que ocurrió en 1595, cuando la población originaria, y también la española, contribuyeron al pago de la imagen del Cristo crucificado tallado en madera al que se pretendía venerar en el marco de la evangelización en este territorio.
En su investigación La Feria del Cristo Negro de Esquipulas en Guatemala, 1770-1845, la historiadora María del Carmen Pinto Morán expone que una vez se extendió la evangelización en el área, “nació la idea de tener una imagen de culto”, puesto que en la capital ya era reconocida la imagen del Señor crucificado, y para no ser “menos”, los pobladores del oriente también quisieron tener una.
“Los indígenas del pueblo contribuyeron para el pago de la imagen, ya que en una novena antigua del sacerdote Nicolás de Paz dice que estos sembraron un algodonal donde ahora se sitúa el santuario —la basílica—, y el producto de la venta sirvió para costear los gastos. La imagen del Cristo se encargó a Quirio Cataño, que era oficial de escultor, como lo indica el contrato que se encontró en el curato de Quezaltepeque”, expone Pinto Morán en su publicación.
La investigadora añade que la importancia del culto a las imágenes católicas de aquel entonces experimentó un auge por las normas emanadas del Concilio de Trento —1545-1563—, que recomendaban la veneración de elementos religiosos visibles y tangibles, con el fin de contrarrestar las abstracciones de la Reforma Protestante.
El historiador Walter Gutiérrez precisa que para finales del siglo XVI eran famosas otras imágenes religiosas en el país, entre ellas la del Señor Nazareno de La Merced y la Virgen del Rosario de Santo Domingo, por lo que venerar una nueva imagen profundizaría una identidad local al tomar en consideración lo que ocurría para entonces en México con la aparición de la Virgen de Guadalupe, un hecho que había sido constatado por el arzobispado de ese país. Tiempo después de su llegada a Esquipulas, el Cristo crucificado de Cataño pasaría a conocerse como el venerado Señor de Esquipulas.
La devoción y respeto hacia su figura respondían a las orientaciones populares y espirituales del nuevo Arzobispado de Guatemala. A diferencia de la magnitud del recinto en que se encuentra en la actualidad, el Cristo de Esquipulas fue acogido en una iglesia humilde que, para ese entonces, funcionaba como la ermita dedicada al culto del apóstol Santiago, patrón de dicho municipio.
No obstante, con la llegada a Esquipulas del fraile Pedro Pardo de Figueroa, la historia del Cristo de Cataño comenzó a tomar otra proyección. A lo largo de más de 200 años desde su creación, se acumularon testimonios que se transmitían de boca en boca sobre la intercesión del Cristo de Esquipulas. Por tal razón, Pardo de Figueroa impulsó la devoción por la imagen, a la que se adjudicaban milagros, y decidió comenzar, en 1742, la construcción de un templo para su traslado. La nueva parroquia recibió el nombre de Santiago Apóstol, y alrededor de la iglesia parroquial se estableció la feria, relata Pinto Morán.
Por su parte, el también investigador Walter Gutiérrez apunta que hay que tomar en cuenta que la imagen “tiene un considerable número de años, siglos”, durante los cuales se fueron estrechando relaciones espirituales entre esta y los feligreses.
“Hay un lapso de 50 años en el que el Cristo pasa de un culto discreto a uno monumental, de corte regional. Ocurre en menos de medio siglo. Lo que rescato del Cristo es que a partir del siglo XVIII se fue introduciendo en las capas urbanas y rurales. Una de los aspectos más relevantes que crea esta imagen en Guatemala es la capacidad que tiene de crear referentes familiares y comunitarios. Si en la niñez de algún guatemalteco se hace la peregrinación —a Esquipulas—, jamás se perderá ese rastro en su memoria, lo cual otorga un sentido de identidad”, remarca Gutiérrez.
Romerías y desbordes de fe
En más de cuatro siglos el Señor de Esquipulas ha dejado la impronta de un sinfín de historias de guatemaltecos y personas de distintas partes del mundo.
Sobre esto habla Hugo David López Hernández, monje benedictino que forma parte del santuario de Esquipulas: “El nombre y la fe al Cristo Crucificado de Esquipulas avanzaba por valles y poblados. La noticia del poder de Dios manifestada admirablemente en dicho lugar conmovía hasta los rincones más apartados del Reino de Guatemala. Los milagros se multiplicaban y la devoción crecía cada día más, las noticias se divulgaban de boca”.
Desde finales de octubre y hasta la primera quincena de enero, la basílica santuario del Señor de Esquipulas recibe la visita de centenares de miles de fieles de distintas edades, quienes llegan a saludar, orar y expresar su devoción.
López Hernández puntualiza que las romerías a la basílica de Esquipulas iniciaron después de que en 1603 se registraran los primeros milagros o favores adjudicados a la intercesión del Cristo.
De acuerdo con el religioso, el primero de ellos habría ocurrido a un joven español de escasos recursos llamado Juan García, quien había decidido ir a Esquipulas: “No teniendo cómo llevar un recuerdo de su visita, al pasar de regreso por el río Tepoctum cogió tres pedruscos que mostró a su esposa al llegar a su casa, y le dijo: ‘Aquí están estas tres piedras que cogí en el río’. Al desatar el paño en el cual las llevaba envueltas vio que eran de oro, con lo que socorrió a su familia. Así comenzó la historia de las famosas romerías o peregrinaciones a Esquipulas”.
El motor de todo este peregrinaje debe atribuirse a la fe, sostiene López Hernández. “Solo mediante ella una persona puede emprender un viaje de 4, 10, 20 o 30 horas —como los hermanos mexicanos— y venir a este lugar sagrado, cuya Basílica alberga sin lugar a duda la imagen más querida y significativa de Guatemala y de tantos otros pueblos y comunidades fuera de nuestro país”, agrega.
¿Qué es la fe y cómo puede movilizar a tantas personas que deciden desplazarse desde lugares, en ocasiones, tan lejanos? Sosa Paz, rector de la basílica, describe que la fe es lo que nos hace sentir convencidos y que “va naciendo según la historia de las familias, de la herencia del pueblo en el que se nace y en el que se cree”.
Los milagros o solicitud de favores cuya realización o cumplimiento se atribuyen al Señor de Esquipulas pueden situarse en el terreno de la ambigüedad, según quién y cómo los interprete. Sobre esto, el sacerdote explica que más allá de que no pueda comprobarse, se debe creer en el relato.
“La gente cuenta cosas y no podemos testimoniar físicamente un hecho, pero Cristo sigue naciendo a través de la fe”, hace ver Sosa Paz, al subrayar que la fe es también una respuesta a un deseo o ansiedad. “La fe es lo que nos hace sentir convencidos y uno hace maravillas cuando cree en algo”, argumenta.
Historias de distintos lugares
A través de los siguientes testimonios de fe compartimos la proyección espiritual del Señor de Esquipulas, que se mantiene vigente en Guatemala a más de cuatro centurias de su creación, a manos de Cataño.
Juan Servando Guachiac Tambriz
Hace tres años este vecino de Nahualá conoció el poder del Cristo Negro cuando, después de varios diagnósticos de salud negativos, llegó a Esquipulas con su familia para pedir un milagro de sanación. “Era una enfermedad incurable. Los médicos no lo veían. Gastamos mucho dinero en hospitales privados y nacionales, pero cuando vinimos acá le presentamos todo al Señor de Esquipulas. Gracias a Él estoy presente”, relata Guachiac Tambriz, quien asegura que la fe ha sido para él “algo inexplicable que proviene del corazón”.
Ángela Roselia Leiva González de Aguilar
Esta vecina de Amatitlán, de 81 años, conoció al Señor de Esquipulas cuando tenía 6. Ocurrió mientras padecía fiebres provocadas por una acumulación de “pelotas de masa” que estallaban en su cabeza y que sus padres no se explicaban. Cuenta que una noche, cuando el cuadro clínico había empeorado, la pequeña empezó a gritar el nombre del Cristo, de quien nunca había escuchado. Más que los gritos, la sorpresa a la mañana siguiente ocurrió cuando Ángela se despertó restablecida por completo, luego de mucho tiempo. “No se imagina la emoción que me da hablar de ese milagro en los días que estuve postrada. Fue una vez nada más que lo vi —al Cristo— y me bastó. Por medio de mi fe mi familia llegó a Esquipulas”, expresa.
Mercedes del Carmen González
“Mi padre murió, pero siempre venía el 15 de enero. (…) Desde entonces hemos quedado con la devoción de venir año tras año a visitar al Cristo Negro de Esquipulas y a encenderle candelas con una petición. (…) Uno cree mucho en el Señor de Esquipulas, es nuestro Padre celestial, que por medio de él intercede por nosotros”, cuenta a las afueras de la basílica de Esquipulas la vecina originaria de Asunción Mita, de 64 años.
Irma Yolanda de Paz Guzmán
“Cuando terminé mi casa hicieron que la botara. Entré a la iglesia Esquipulitas, frente al módulo del IGSS. Buscaba desahogarme, porque había perdido mi casa. Mientras estaba llorando escuché: ‘Sigue adelante, no desmayes’, tres veces. Sentí temor. Yo andaba vendiendo. Salí llorando y me preguntaba la gente ‘¿Por qué llora?, ¿Qué le pasó?’ Y yo respondía ‘Nada’. Pero fue que me hablaron allí tres veces”, cuenta la feligresa de 33 años al recordar este episodio.
Juana Ortiz Jacinto
En la familia de esta vecina de Salamá, de 50 años, han ocurrido varios casos de enfermedad que sin fe ni intercesión del Cristo Negro no hubieran podido ser superados, según refiere Ortiz. “Hemos tenido la devoción, yo tuve cáncer, y gracias a Dios puedo contarlo”. Asimismo, manifiesta que la fe consiste en un estado en el que se puede tener a Dios en el corazón y en la mente. ¿Cree que fue tocada por el Cristo Negro luego de sus peticiones?, se le pregunta a la vecina de Salamá, a lo que responde: “Claro que sí. Él es un intercesor ante Dios. Dependiendo de cómo uno se lo pida, Él nos ayudará”, concluye.
Julio Hernández
Desde que tenía 5 años, este vecino de Retalhuleu tiene una relación especial con el Cristo Negro de Esquipulas. Una de las primeras experiencias que recuerda fue la petición que hizo su familia por la salud de su hermana, quien permanecía inmóvil por poliomielitis. Luego de la petición la pequeña logró caminar. Cuando ya era adulto, Julio tuvo un sueño en el cual la iglesia de su comunidad empezaba a arder. “Yo no entendía, no interpretaba hasta que me hicieron el llamado de la hermandad y me delegaron decorar el anda procesionaria del barrio Monterrey. A partir de ahí comenté el sueño y me dijeron: ‘Ese fuego que ardía era el amor que el Cristo le tiene a usted y hoy tiene la oportunidad de servirle”, narra Hernández.
Cataño y los Cristos
De acuerdo con registros históricos, el 29 de agosto de 1594 se encargó al escultor portugués Quirio Cataño, residente en la ciudad de Santiago de Goathemala, un Cristo crucificado destinado a la población de Esquipulas. La obra fue entregada al año siguiente. Cataño se forjó un sitial entre la feligresía católica, por el vínculo espiritual que se generó con su obra.
Cataño fue un artista reconocido en Santiago. A comienzos del siglo XVII dirigió uno de los más grandes talleres en la ciudad colonial. La investigadora Flor Orellana refiere que el portugués, según textos de la época, era un hombre “pudiente, generoso, y que sacaba de apuros a sus aprendices y amigos”.
Otra de sus contribuciones a la imaginería religiosa fue el retablo de Nuestra Señora del Rosario de los españoles, que se encuentra en el templo de San Juan El Obispo, Sacatepéquez. Asimismo, fue el encargado de crear la imagen de Nuestra Señora de la Concepción, cuyo retablo está ubicado en el convento de San Francisco de la Trinidad, en Sonsonate, El Salvador, así como un altar en el templo de Santo Domingo, el Cristo del Perdón o Cristo de las Ánimas, y el retablo mayor de la Catedral de Santiago.
No obstante, el nombre del artista se identifica, casi de inmediato, con el Cristo de Esquipulas. Aunque la figura del Jesús se encuentra tallada en madera, adquirió un color oscuro, como resultado de siglos de devoción, durante los cuales fue recibiendo dicha tonalidad por el humo de las velas que se encienden a su alrededor, así como también por el acercamiento de los creyentes, que tocan y besan la imagen.
El sacerdote Héctor Sosa Paz, abad de la basílica de Esquipulas, Cataño pintó al Cristo de manera que pudieran verse las heridas que recibió durante la Pasión. Además de las laceraciones originales que plasmó el escultor, su tonalidad era mortecina, para reflejar la palidez del cuerpo tras la muerte.
Asimismo, con el paso de los años fue adquiriendo el color oscuro a través de sucesivas restauraciones, para que la tonalidad fuera más pareja.
La devoción por este Cristo crucificado se ha extendido a otros países del continente. Entre sus réplicas destacan la de Juayúa, en El Salvador; la de Alajuela, en Costa Rica; la de Tapachula, en México, país que también las tiene en Mazunte, Santa María Tlahuitoltepec y San Nicolás Ayotla, Oaxaca, y otra en Los Ángeles, California, Estados Unidos.