PLUMA INVITADA

Y me llamaron Don

Pablo Rodas Martini  @pablorodas

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Treinta y cuatro años han transcurrido y mi opinión no se ha modificado un ápice sobre ese tema. Yo había cerrado cursos en la universidad, pero aún seguía asistiendo a actividades. En particular trataba de no perderme ninguna de las reuniones de la Sociedad de Debates, la cual había sido creada por Armando de la Torre. Cuando terminaban se aprobaba el tema para el siguiente mes y se solicitaban voluntarios. José Eduardo Valdizán, de la carrera de leyes, se ofreció para debatir, y yo, de la carrera de economía, me aventuré a ofrecerme para presentar la tesis contraria. Lo que se iba a debatir era un tema para abogados, diplomáticos y politólogos, pero me lancé a defender la postura que en la Guatemala de ese entonces era a todas luces la más difícil.

Tomé el desafío con gran dedicación. Leí todo aquello que pude encontrar. Tomé notas laboriosamente. El debate no duraba mucho. Cada uno exponía cerca de cinco o diez minutos, seguía otro período más breve para rebatir las ideas del adversario, y después se daba la palabra a la audiencia, y cualquiera podía cuestionar a alguno de los expositores. Cada debate duraba cerca de una hora, pero era intenso. Yo investigué durante esas cuatro semanas como si me tocara escribir una tesis de grado. Recuerdo que incluso solicité una reunión a Roberto Carpio Nicolle, entonces uno de los tres presidentes rotatorios de la Asamblea Nacional Constituyente, pues él había escrito el libro más reciente sobre la materia. Y como los lectores ya imaginarán a qué tema me refiero, también entrevisté a un abogado beliceño que residía en Guatemala.

El día del debate yo llegué preparado como si fuera a exponer en las Naciones Unidas, e imagino que José Eduardo también se habrá preparado exhaustivamente. Quizás por ser dos imberbes los que exponían, pocos asistieron, por lo que nos tocó debatir en una sala casi vacía. José Eduardo sostenía que Guatemala tenía que mantener el reclamo territorial sobre Belice, y yo que había que olvidarse de cualquier reclamo, y que lo único que procedía era garantizar la salida marítima hacia el Caribe: un corredor acuático en medio de las dos grandes extensiones que les correspondían a Honduras y a Belice.

Con los años, uno tiende a cambiar de opinión en muchos o al menos algunos temas; yo no soy la excepción. Sin embargo, respecto a Belice mi posición no ha cambiado un solo ápice o, a lo sumo —no soy experto en temas marítimos—, modificaría mi postura sobre el corredor marítimo, pues entiendo que ni eso sería necesario, pues todo país con costa hacia un mar u océano, tiene derecho internacional de paso aunque los espacios marítimos de otros estados se lo “cierren”, como ocurriría con Honduras y Belice, que encajonarían a Guatemala.

¿Qué hacía ahora con todas las notas que había tomado? Escribí dos o tres artículos de opinión en Prensa Libre. Ya había publicado algunos otros cuando todavía era estudiante, pero estos fueron escritos con mucha contundencia: recurriendo a la historia y con argumentos políticos y diplomáticos. Para mí era punto y final, pero para mi gran sorpresa, unos días más tarde aparecieron varios artículos, sobre todo en El Imparcial, donde me decían de todo: traidor a la patria habrá sido la acusación más benévola. ¿Qué más iba a decir? ¿Ponerme a acusar de reaccionarios o anquilosados a mis atacantes? No tenía sentido. Lo que más gracia me produjo fue que, seguramente por la seriedad con que había escrito los artículos, mis atacantes se referían a mí como… Don Pablo Rodas Martini.

El diferendo de Belice solo amerita un párrafo: en Guatemala tenemos cientos de problemas más agudos, dediquémonos a resolverlos; dejemos de fregar a los beliceños, ellos ameritan vivir en paz… en su país.

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