MIRADOR
Y líbranos del mal. Amén
Una publicación de Univisión titulada Los Magnates de Dios prendió las redes con las historias de tres iglesias evangélicas: una en Colombia, otra en California y la tercera —Casa de Dios— en Guatemala. Párrafos como “Aviones privados, mansiones, autos de lujo y vestuarios costosos, son parte de la vida de los líderes espirituales” o “A mí me enseñó un apóstol, me dijo, Cash a la iglesia uno siempre lleva dos cosas, biblia y chequera”, muestran prácticas más mundanas que divinas, cuestionan las enormes sumas de dinero que manejan y resaltan los lujos de sus dirigentes. La guinda del pastel es este texto: “Las fuentes aseguran que el pastor Cash Luna sacó provecho de su cercana amistad con Marllory Chacón, condenada en EE. UU. por narcotráfico”. Casa de Dios, el pastor Luna y la abogada de Marllory emitieron comunicados, pero lejos de desmentir los hechos —bastaba decir: recibimos [o no] dinero de la ahora sentenciada en USA— prefirieron “matar al mensajero”. Llamaron a la oración para que la justicia prevalezca, desacreditaron a quienes hicieron la publicación, tacharon a los testigos de “falsos” o no idóneos, afirmaron que “la prensa tiene una obsesión enfermiza con la Sra. Chacón porque es mujer” y exigieron que en 24 horas esclarecieran ciertas cuestiones. Quizá miedo a que esta vez la verdad no los haga libres, sino todo lo contrario.
Llevan razón quienes argumentan que pertenecer a una iglesia y donarle dinero es un ejercicio de libertad individual; cada quien hace con su peculio —y fe— lo que estime oportuno. Sin embargo, no es menos cierto que hay sectas “disfrazadas” de iglesias que capturan a su feligresía y desde ahí desaparece la libertad para elegir culto. Si la legislación exige explicaciones detalladas para depositar en un banco más de cierta cantidad, no tiene sentido el privilegio clerical, especialmente cuando hay casos juzgados en que la colaboración de una iglesia sirvió para lavar dinero del crimen organizado, como también de la participación eclesiástica en política con propuestas de normas radialmente conservadoras. La transparencia debe ser general y la religión no ser una excepción.
La rápida reacción de personajes extremistas en redes, visibiliza un escenario en el que un partido político necesitaba financiamiento y algunas iglesias evangélicas estaban dispuestas a ello. La contraparte: promover una política radicalmente conservadora y salvarle la cara al gobierno saliente y a diputados “oficialistas” señalados de delitos o malas prácticas. El reportaje de Univisión torpedeó el plan, lo que dificultará conseguir fácilmente dinero para la campaña electoral y, por tanto, cumplir los pactos de protección ¿Quién operó la idea y quién hizo coincidir todo en el tiempo? Dos personajes por identificar pero en la órbita del lobby evangélico, uno y quizá, el otro, ex de Mariscal Zavala ¡Pregúntese quién gana!
Francisco Pérez de Antón describe magistralmente en Cisma sangriento la ruptura luterana en el primer cuarto del XVI y argumenta, como razón de peso, la venta de bulas a los habitantes de la época, tan preocupados, como los de ahora, por sus almas inmortales. Paradójico que el protestantismo que luchó contra aquella inescrupulosa práctica católica de comprar “la salvación” o de evitar el purgatorio, sea ahora señalado de realizar “cobros” para sostener y construir iglesias, promover vida de príncipes a pastores y lo más difícil de justificar: adquirir y mostrar injustificados lujos ¿Qué diría un Lutero del XXI?
Si la fe es capaz de mover montañas es humano cuestionarse a qué precio lo hace. Espero que el Ministerio Público pueda explicar eso de “lobos con piel de oveja” o aquello otro de “al César lo que es del César”.
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