FAMILIAS EN PAZ
Vidas coherentes
Como seres racionales, nuestra conducta está determinada por la ética, considerando sus dos ámbitos en su aplicación: lo socialmente aceptable y la ética personal. Debe haber coherencia entre ambas.
Pueden presentarse situaciones donde la ética personal es probada, o cuando la moral colectiva entra en contradicción con la personal. En estos momentos, la decisión que tomemos mostrará nuestro verdadero ser. Hay quienes en su vida privada ostentan una vida intachable, pero en determinada circunstancia toman decisiones contrarias a sus principios. Suficientes ejemplos encontramos en cualquier círculo de poder donde la ética y la honorabilidad se ignoran dependiendo del beneficio económico o material que obtengan. Surge la famosa expresión “la vergüenza pasa, el dinero queda”.
Lo que da coherencia a nuestra vida es el obrar bien siempre, siguiendo los dictados de nuestras convicciones. Es un dilema al cual nos enfrentamos a diario y en todos los ámbitos de acción: en la vida familiar, económica, laboral, política o eclesial. La historia nos muestra que no importa el origen, raza, color, nivel socioeconómico o educativo, la tentación siempre llega y demanda una decisión.
Hoy se habla de una cultura de corrupción, que se comprueba con algunas prácticas socialmente aceptadas para sacar provecho personal: soborno, nepotismo en lugar de meritocracia, tráfico de influencias, etc. ¿Es posible en medio de una sociedad corrupta ser fiel a nuestros principios y valores? Por supuesto que sí.
Se requiere convicción y determinación para mantener la integridad, a pesar del costo que esto implique. En la historia de la humanidad hay dos hombres comunes y corrientes que nos enseñan que esto es posible. Siendo muy jóvenes determinaron en su corazón permanecer fieles a sus convicciones aún en medio de una cultura contraria, no obstante de ser parte de los círculos de poder de la época.
El primero es José, un hebreo que llegó a ser príncipe en Egipto. Una vida cómoda y con la posibilidad de hacer lo que quisiera, sufre acoso sexual por la mujer de su amo, decidiendo no fallar, primero, a Dios y, segundo, a su amo en esta tierra. Su determinación lo llevó a la cárcel, perdiendo su título y privilegios que le otorgaban pertenecer a la realeza.
El segundo fue Daniel, otro joven hebreo de mente brillante que fue llevado cautivo a Babilonia al servicio de un rey extraño. En medio de una cultura distinta, su fe y principios fueron probados, pero determinó en su corazón no contaminarse y permanecer firme. Perdió su posición en el reino y fue enviado al foso de los leones.
En ellos no había divergencia, sino una determinación de vivir en coherencia con sus principios, a pesar de un entorno hostil. Eligieron morir antes que sucumbir a obrar en contra de los dictados divinos y de su conciencia. No se dejaron llevar por la cultura dominante, no negociaron su ética personal por placer o beneficio económico. Su ejemplo trasciende por su inquebrantable convicción.
Nuestro país necesita este tipo de hombres y mujeres. ¿Los habrá en esta época?
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