EDITORIAL
Un país, no un pueblo, sin corazón
Se debe estar inmerso en una auténtica pesadilla para abandonar el suelo patrio y en la búsqueda de una vida alejada de la precariedad arriesgar incluso la propia existencia, como lo hacen miles de salvadoreños, hondureños, guatemaltecos y, ahora, nicaragüenses y venezolanos.
La parte sensible de la población de estos cuatro conglomerados humanos está emigrando en forma masiva, principalmente desde Venezuela, hacia países vecinos, y hacia el norte quienes tienen mayores posibilidades de hacerlo, lo cual en algunas regiones ya amenaza con desencadenar una crisis alimentaria de insospechadas consecuencias, como ya comenzó a ocurrir en Colombia.
Los países del triángulo norte de Centroamérica tienen un largo historial en esa materia, el cual adquirió visos preocupantes en los últimos años, cuando miles de niños no acompañados recorrieron miles de kilómetros para tratar de reunirse con sus familiares en Estados Unidos, un drama que transcurría de manera silenciosa hasta que se convirtió en un tema de seguridad nacional para las autoridades de aquel país.
Las impulsivas y radicales medidas del actual gobierno estadounidense desembocaron en respuestas radicales que ocasionaron un nuevo drama: la separación de miles de menores de sus familiares, hasta que la justicia frenó la inhumana práctica y obligó a la Casa Blanca a cesar con las inhumanas órdenes del presidente Donald Trump.
Como en el cualquier país del mundo, las decisiones judiciales se cumplen y el gobierno trumpista cesó con la separación de los niños migrantes de sus familiares. Además, debía cumplir en un tiempo determinado con la reunificación familiar, hasta que el avanzado sistema de migración estadounidense colapsó y no pudieron cumplir a cabalidad el reencuentro de miles de menores con sus parientes.
Esto condujo a algo más espantoso: la pérdida de toda huella sobre casi mil 500 niños que habían sido llevados a hogares de patrocinadores, de los cuales posteriormente las autoridades federales no obtuvieron respuesta. Esto desnudó la peor pesadilla para cualquier ser humano y mostró el enorme riesgo que representa para cualquier sistema ese flujo irregular y lo vulnerable que es también uno de los países más desarrollados del mundo.
Ninguna explicación técnica puede haber ante las demoledoras investigaciones de congresistas estadounidenses que dieron a conocer esas preocupantes cifras, lo cual se convierte en el mayor drama humanitario en suelo estadounidense, uno de los países más ejemplares en desarrollo, seguridad e imperio de la ley, pero que ahora ve su imagen manchada, ante una de las políticas más controversiales de la actualidad.
La política de tolerancia cero que implementó Trump no solo ha sido un desastre humanitario, sino que es demoledora para la conciencia de un pueblo como el estadounidense, de enorme solidaridad con el mundo. Su presidente se ve como un político populista y despiadado, propio de alguna dictadura, pero no de la primera potencia mundial, que parece haber perdido el corazón.