LA BUENA NOTICIA
¿Tiene Dios futuro?
La pregunta del título desconcertará a más de un lector. Alguno puede pensar que incluso es absurda u ociosa. Dios no tiene ni principio ni fin, es eterno, por lo que su futuro está asegurado. Pero no va por ahí la pregunta. No se trata de saber si Dios tiene futuro en sí mismo, sino si lo tiene con nosotros. ¿Acabará la humanidad por matar a Dios, sacarlo de circulación y vigencia y arrinconarlo a la esquina del esoterismo o de la historia de las ideas?
Si uno mira la sociedad y la cultura guatemaltecas, uno puede pensar que Dios tiene todavía salud entre nosotros. Proliferan versiones del cristianismo de todos los signos e incluso religiones ajenas al cristianismo prosperan entre nosotros. El espectro radiofónico está lleno de emisoras con mensajes, canciones y proselitismo religioso. Pero el país está igualmente lleno de violencia, las instituciones se convierten fácilmente en mecanismos de corrupción, la familia se disuelve y la sociedad se atomiza cuando cada quien se encoge, se encierra y se amuralla por temor al vecino. Esos no son signos de una nación creyente, sino de una nación que se entretiene y quizá hasta se evade jugando a Dios y a la religión. ¿Qué Dios y qué religión son esos que no tienen consecuencias éticas y morales? Un Dios así no tiene futuro.
¿Cuándo perdimos los guatemaltecos el sentido de Dios? ¿Cuándo convertimos a Dios en folclor? Las generalizaciones son siempre injustas y esas preguntas dan a entender que todos los guatemaltecos consideramos a Dios folclor y pasatiempo. Hay gente genuinamente religiosa y santa en este país. Pero la coexistencia de las abundantes manifestaciones religiosas de todo signo y la descomposición moral de la nación inducen a pensar que, en gran medida, Dios y la religión surfean la cultura pero no inciden en sus múltiples dimensiones, porque falta la conexión entre la fe en Dios y la vida.
¿Qué hacer para que Dios tenga incidencia en la vida personal y social? Hay que redescubrir la conexión. El cristianismo y el Dios cristiano tendrán vigencia en la medida en que redescubramos de nuevo el enganche antropológico de la fe. Efectivamente, la fe cristiana responde primariamente a cuestiones y preguntas que tienen que ver con el sentido de la vida humana. Si estas preguntas se esconden o se soslayan, y si Dios y el Evangelio no se presentan como la respuesta a esas preguntas, la religión no pasará de ser ejercicio estético y Dios llegará a ser vestigio cultural.
¿Para qué vivir si tengo que morir? ¿Para qué hacer el bien si moriré igual que el que hizo el mal? ¿Por qué no sacarle el jugo a la vida ahora si esto es lo único que hay? Muchos católicos hemos soslayado estas preguntas, preocupados por otras igualmente acuciantes: ¿Por qué hay pobres? ¿Cómo alcanzar una sociedad más igualitaria? ¿Cómo vencer la exclusión? Pero estas preguntas nos mantienen en la inmanencia, mientras que las primeras nos abren a la trascendencia. Solo la apertura a aquellas preguntas hará a Dios pertinente. Desde allí tendremos motivos para abordar los retos que plantean estas otras preocupaciones sociales.
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