FLORESCENCIA
Reorientación
Quisiera llamar la atención sobre la importancia de que, desde adentro de nuestras comunidades, mantengamos viva la cultura del diálogo y además, ser receptivos a los cambios necesarios para enfrentar los desafíos que deparan los procesos de integración y globalización mundial, sin que ello implique la pérdida de nuestra identidad étnica, lingüística o cultural, sino más bien, una revitalización bien orientada de tales valores.
Cuando tuve la edad para empezar a ir a la escuela, recuerdo que al principio todo me fue muy difícil. Siendo mi idioma materno el q’anjob’al, me era casi imposible comprender lo que se decía en clases en español. Por algún tiempo, este aspecto me desmotivó, pero conforme pasaron los meses y mis ganas de aprender crecieron, simplemente llegó el momento en que me propuse aprender el español y aprender sobre la cultura urbana, puesto que ya me había trasladado de mi aldea natal a la “ciudad” —la cabecera de Santa Eulalia, Huehuetenango.
Unos años más tarde, cuando emigré a los EE. UU., llegué no solo con mi español aún deficiente, sino que me choqué con un mundo distinto en todos los sentidos. Más allá de los rascacielos, una cultura distinta a la que había ido adoptando, un nuevo entorno de relaciones y de nuevo, el reto idiomático: ahora, el inglés. Para desenvolverme en mi nuevo ambiente de vida, debía aprender un nuevo idioma y adaptarme a la nueva cultura. Lo que la esfera pública o estatal no podía resolver por mí —como, por ejemplo, la educación bilingüe intercultural—, lo debí afrontar desde mi propia iniciativa.
Evoco todo esto, a propósito de mi artículo anterior, donde intenté reflexionar sobre la importancia del reconocimiento y respeto a las formas de organización, convivencia y cultura de los diferentes pueblos que habitamos Guatemala, a manera de desconflictivizar nuestra interacción y así lograr el desarrollo por igual para todos.
Yo fui un joven inmigrante que repentinamente estaba ante un sistema desconocido. Para sobrevivir debí aprender su idioma, conocer e involucrarme en sus sistemas de significado, pero eso nunca implicó olvidar mi identidad ni mis raíces. Al contrario, me fortaleció como persona y como profesional, ya que esto me facilitó integrarme al sistema global pero con un sentido distintivo, con un ángulo distinto de enfoque de la realidad, con una cosmovisión que integraba lo nuevo y lo tradicional.
En tanto seguimos luchando por una sociedad respetuosa de la diversidad, tolerante y equitativa, sería valioso potenciar nuestra herencia cultural, social y ética justo a través de una evolución consciente en la realidad globalizada, cuyas exigencias de eficiencia y calidad son muy altas y siguen creciendo.
En otras palabras, podríamos decir que lo que vemos como un riesgo para nuestro patrimonio cultural y natural, debemos convertirlo a nuestro favor para lograr el reconocimiento, el rescate, la preservación y el fortalecimiento de nuestra lucha, a manera que se conviertan en elementos claves para nuestras propias estrategias de desarrollo con identidad y de aporte al progreso, y no en barreras ni en descontentos estériles que solo nos restan competitividad.
MarcosAntil.com