PLUMA INVITADA

Netanyahu provocó una catástrofe y debe retirarse del cargo

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“¿Cómo ha podido ocurrir esto?”, nos preguntábamos unos a otros, vecinos en pijama reunidos de repente en la escalera no del todo segura de nuestro edificio de departamentos en Jerusalén. Acababa de sonar la primera sirena antiaérea de la nueva guerra. Era temprano en una mañana festiva; no había oído ninguna noticia. Con voz nerviosa, un hombre del otro lado del pasillo nos habló de la invasión de Hamás a Israel que acababa de comenzar.

Ese momento se repite en bucle en mi mente: cuando me despierto por la noche y cuando se repiten las sirenas. Desde entonces, ha pasado un siglo y nada de tiempo. Las noticias llegan en piezas irregulares que la mente no puede terminar de encajar: la fiesta “rave” al aire libre, donde hombres de Hamás fueron tras jóvenes israelíes y los asesinaron. Hamás está tomando abuelas y niños pequeños como rehenes y masacrando familias. Y nuestro Ejército, en el que confiábamos, desorganizado, tarda tres días en recuperar el control de la zona fronteriza con Gaza. Más de una semana después, el insondable recuento de cadáveres y el intento de identificarlos continúa. La pregunta “¿Cómo ha ocurrido esto?” resuena en todas las conversaciones. La respuesta por reflejo es que Hamás es bárbaro y que se opone no a la ocupación, sino a nuestra propia existencia aquí.

Esto es cierto e insuficiente. Para un israelí, el verdadero meollo de la cuestión es: ¿quién ha permitido que esto ocurra? A pesar de la agonía, a causa de ella, debemos exigir una rendición de cuentas nacional para explicar por qué fue posible el desastre militar: la arrogancia y la complacencia y, sobre todo, los delirios del primer ministro Benjamín Netanyahu y su gobierno.

Netanyahu ha sido primer ministro durante trece de los últimos catorce años. Mientras que el jefe del servicio de seguridad Shin Bet y el comandante de inteligencia militar han asumido públicamente su responsabilidad, el primer ministro no lo ha hecho ni por equivocación. Pero si el Ejército y el país no estaban preparados para la invasión de Hamás —como es evidente—, no hay otro lugar más importante en el que se deban aceptar responsabilidades.

El gobierno más reciente de Netanyahu llegó al poder hace poco más de nueve meses. Es el más extremista que ha dirigido, porque solo los partidos extremos estaban dispuestos a unirse a una coalición con un primer ministro procesado por corrupción. Su propio Likud se ha convertido en un partido de lacayos; los políticos experimentados que lo han criticado lo abandonaron.

La agenda del gobierno —lo que parece ser prácticamente su única preocupación— ha estado canalizando dinero a escuelas ultraortodoxas, que apoyan el asentamiento en Cisjordania y, sobre todo, impulsando cambios radicales en el sistema judicial que protegerían a Netanyahu y el control que tiene la derecha sobre el poder. La atención del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, un político de extrema derecha conocido por sus opiniones abiertamente racistas, está dividida entre dos trabajos: ocupa uno de los puestos más exigentes del gobierno, pero también supervisa los asentamientos desde el Ministerio de Defensa.

El gabinete de seguridad, encargado de dirigir al Ejército, se ha reunido solo de manera esporádica. Se dice que, en julio, el jefe del Estado Mayor, el general Herzi Halevi, no consiguió reunirse con Netanyahu. En su lugar el general le escribió al primer ministro una carta, con una advertencia de peligro para la cohesión interna del Ejército, al parecer debido al programa judicial del gobierno. Pero tanto si estaba distraído por su juicio y la inmensa oposición pública a sus planes como si confiaba demasiado en la ventaja de Israel sobre sus enemigos, es evidente que Netanyahu no prestó mucha atención a la seguridad este año.

No obstante, la ceguera ante el peligro de Gaza tiene una historia más larga y tiene sus raíces en una elección estratégica que ha guiado a Netanyahu desde su regreso al poder en 2009. (Ocupó el cargo por primera vez de 1996 a 1999). Casi dos años antes, Hamás se hizo con el control de la Franja de Gaza, dividiendo en dos el naciente sistema político palestino. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, y su movimiento Fatah conservaron su poder limitado en zonas autónomas de Cisjordania. Aunque Abás nunca ha llegado a un acuerdo de dos Estados con Israel, siempre ha favorecido ese resultado.

' Para un israelí, el verdadero meollo de la cuestión es: ¿quién ha permitido que esto ocurra?

Gershom Gorenberg

Netanyahu claramente eligió ver la división como algo positivo, como una forma de fomentar la independencia gazatí de Cisjordania y debilitar a la Autoridad Palestina. En 2019, por ejemplo, explicó por qué permitió que el régimen de Hamás en Gaza fuera apuntalado con dinero en efectivo de Catar en lugar de que dependiera de un cordón umbilical financiero con Cisjordania. Les dijo a legisladores de Likud que “quien esté en contra de un Estado palestino debería estar a favor” de la financiación catarí, según parafraseó una fuente que estuvo presente. Dado el rechazo de Hamás a la existencia de Israel y la falta de una voz palestina unificada, parecía imposible llegar a un acuerdo de dos Estados, lo cual le permitía a Israel seguir gobernando Cisjordania, como claramente lo prefiere Netanyahu.

Ese punto de vista se comparte de manera generalizada en la derecha israelí. En una entrevista de 2015 Smotrich argumentó que los atentados terroristas palestinos de entonces eran en su mayoría aislados y “atmosféricos”, es decir, teatro político, mas no un peligro estratégico. La verdadera amenaza, señaló, estaba en el frente diplomático de Abás. Para Israel, concluyó, “la Autoridad Palestina es una carga, y Hamás es un activo”.

Por eso, a pesar de las rondas regulares de combates entre Israel y Gaza, Netanyahu permitió que Hamás siguiera afianzando su dominio. La reconquista de Gaza, insisto, nunca fue una opción práctica ni moral, y la capacidad de Israel para impulsar la reunificación palestina tenía sus límites. Pero bajo el mandato de Netanyahu, el país eludió las oportunidades de hacerlo cuando Hamás estaba aislado y débil. Al parecer, devolver Gaza a la Autoridad Palestina nunca formó parte de la agenda del primer ministro. Hamás era el enemigo y, en un extraño giro, un aliado contra la amenaza de la diplomacia, la solución de dos Estados y la paz.

Resulta que esa política dependía de un exceso de confianza y autoengaño. Exigía creer que Hamás había sido disuadida de una gran ofensiva por los combates anteriores y que estaba más interesada en mejorar las condiciones en Gaza. Al parecer, esas convenientes opiniones se filtraron desde los dirigentes políticos hasta los mandos militares. Al parecer, esa autocomplacencia hizo posible mover a algunas de las fuerzas de la zona alrededor de Gaza a Cisjordania con el fin de proteger a los colonos, lo cual dejó a las comunidades fronterizas menos protegidas cuando llegó el ataque.

Cuando la comisión casi inevitable de investigación examine el fracaso de los servicios de inteligencia israelíes a la hora de prever el ataque de Hamás, es probable que encuentre un aterrador eco del fracaso de los servicios de inteligencia israelíes antes del ataque sorpresa egipcio y sirio de 1973 que dio comienzo a la guerra de Yom Kipur: las pistas estaban ahí, pero fueron malinterpretadas o ignoradas porque no encajaban con las ideas preconcebidas. Hace cincuenta años, el principal error estratégico fue creer que Israel podía estar más seguro si retenía la península del Sinaí que si hacía las paces con Egipto. Más de 2600 soldados israelíes pagaron con sus vidas ese error.

El error actual se basó en una arrogancia mayor: creer que se podía controlar con seguridad a Hamás para mantener y profundizar de manera indefinida la ocupación de Cisjordania. Si a ello añadimos la manifiesta negligencia del gobierno en materia de seguridad, el resultado fue una catástrofe.

A pesar de la devastadora crisis, Netanyahu se mantiene distante y su gobierno disfuncional, incluso después de incorporar a un partido de la oposición a su coalición. Al primer ministro le tomó más de una semana reunirse con las familias de los israelíes secuestrados en Gaza, y el mismo tiempo para que el gobierno comenzara la evacuación de la ciudad de Sederot, destrozada por los combates.

Un vecino se ha ido a la reserva. Mi hija me manda un mensaje para decirme que está a salvo tras otra alerta de ataque con misiles en Tel Aviv. Calle abajo, una familia practica la shivá por un soldado muerto en el sur. Nada de esto tenía por qué ocurrir. No ha sido una catástrofe natural. Netanyahu ha fracasado y debe ser sustituido, junto con sus políticas, cuanto antes mejor.

* Periodista e historiador israelí 
c.2023 The New York Times Company

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