PLUMA INVITADA
Luchan por Dios, la familia y… ¿el bitcóin?
Hace poco, Josh Mandel, un discípulo de Trump que busca la nominación republicana en Ohio, publicó un tuit sobre su postura: “Ohio debe ser un estado a favor de Dios, la familia y el bitcóin”. Así es, desde hace mucho tiempo, existe una fuerte conexión entre el apoyo al bitcóin y el extremismo de derecha, como la asociación tradicional entre el conservadurismo y una obsesión con el oro, aunque más intensa.
Cabe aclarar que, el hecho de que muchos entusiastas del bitcóin digan cosas raras en sí no significa que las criptomonedas sean una mala idea. La gente puede apoyar las causas correctas por las razones equivocadas. Por ejemplo, estoy seguro de que muchas personas aceptan el consenso científico sobre, digamos, la efectividad de las vacunas, no porque valoren las investigaciones arbitradas, sino porque les impresionan las personas en batas de laboratorio que se expresan con palabras rimbombantes.
Todavía me encuentro con personas que dicen que vivimos en una era digital y que, por lo tanto, debemos usar dinero digital. ¡Pero ya lo hacemos! Al igual que muchas personas, pago la mayoría de lo que compro con el clic de un ratón, con tocar una pantalla con mi tarjeta de débito o con apretar un botón en mi teléfono. Solía llevar cambio en mi cartera para comprar frutas y verduras en los puestos que se encuentran en cualquier acera de Nueva York, pero hoy en día suelen aceptar pagos por Venmo.
No obstante, todos estos métodos de pago dependen de la confianza en un tercero: la gente acepta pagos con tarjetas de débito, Apple Pay, Venmo y otros porque están vinculados a una cuenta bancaria. El propósito central del bitcóin, como lo expone su informe oficial original de 2008, era eliminar la necesidad de ese tipo de confianza: validaría los pagos mediante métodos relacionados con la criptografía, es decir, comunicación codificada. El objetivo era crear un sistema de pagos entre pares independiente de las instituciones financieras.
Pero ¿qué necesidad hay de hacer esto? ¿Acaso los bancos son de tan poca confianza? He estado en muchas reuniones en las que escépticos de las criptomonedas solicitan, con todo el respeto posible, ejemplos sencillos de cosas que resulten mejores o más baratas con el uso de criptomonedas en comparación con otras formas de pago. Hasta la fecha, no he escuchado un ejemplo claro que no tenga que ver con alguna actividad ilegal, que, para ser honestos, sí es más fácil de ocultar por medio de las criptomonedas.
Y la verdad es que, aunque el bitcóin ha existido desde hace mucho según los estándares de internet —¡13 años!—, esta y otras criptodivisas apenas han incursionado en la función tradicional del dinero, como un medio de intercambio utilizado para adquirir productos y servicios. Hay pocas cifras precisas, pero tal parece que una gran mayoría de las transacciones con criptomonedas implican la especulación bursátil en lugar de la actividad ordinaria de la vida cotidiana.
Sin embargo, el bitcóin y sus rivales ahora tienen un valor conjunto de mercado de más de US$1 billón. ¿Qué creen los inversores que están comprando?
Una respuesta es la protección contra el miedo eterno de que los gobiernos inflen todo su capital hasta evaporarlo, como lo describió un artículo reciente de Bloomberg, algunos multimillonarios están comprando criptomonedas en caso de que el dinero “se vaya al diablo”. De hecho, hasta donde sabemos, ha habido 57 hiperinflaciones en el mundo. Pero todas sucedieron en medio de un caos político y social; ¿de verdad creen que en un entorno así podrían conectarse a la red y cobrar sus bitcoines?
' Al igual que muchas personas, pago la mayoría de lo que compro con el clic de un ratón, con tocar una pantalla con mi tarjeta de débito o con apretar un botón en mi teléfono.
Paul Krugman
También existe el miedo a perderse de una experiencia gratificante. El bitcóin ha alcanzado un punto óptimo en la mercadotecnia: suena como algo futurístico y de alta tecnología, mientras también apela a la paranoia política. Las plusvalías consecuentes han hecho que muchos inversores apolíticos sientan que tienen que entrar al juego y, al mismo tiempo, tal vez han provocado que figuras públicas como Eric Adams, el nuevo alcalde de Nueva York, ensalcen el bitcóin porque piensan que eso los hace ver más progresistas.
Entonces, ¿las justificaciones confusas del bitcóin significan que está destinado a implosionar? No necesariamente. Después de todo, el oro dejó de funcionar como medio de intercambio hace varias generaciones, pero su valor no ha colapsado. Además, no debemos descartar la importancia de la actividad ilegal. Hay alrededor de US$1.6 billones en circulación en billetes de US$100 —el 80%de la totalidad de la moneda estadounidense— aunque los billetes de mayor denominación son muy difíciles de gastar para el consumidor común. ¿Qué creen que está haciendo la gente con todo ese dinero?
Pero dejemos de lado las predicciones del mercado y preguntemos: ¿de dónde vino esa alianza cada vez más profunda entre el bitcóin y la derecha política estadounidense que apoya a Trump?
Yo diría que la respuesta es que se suponía que el bitcóin creara un sistema monetario que funcionara sin necesidad de confianza y a la derecha moderna le encanta fomentar la desconfianza. El covid es un engaño; las elecciones fueron un fraude; los incendios forestales de California no tuvieron nada que ver con el cambio climático, sino que fueron culpa de láseres espaciales controlados por la familia Rothschild.
En este contexto, es totalmente comprensible que los políticos que comparten el lema de Trump de “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo” exijan el fin de un sistema monetario que depende de los bancos —sabemos quién los controla, ¿no?— y se vale de una moneda que administran funcionarios designados por el gobierno. No hay evidencia de un abuso financiero generalizado, pero eso no viene al caso para la extrema derecha.
Por lo tanto, la conclusión es que, si bien existen problemas económicos relacionados con las criptomonedas, su ascenso tiene mucho que ver con la locura política más amplia que ha llevado a la democracia estadounidense a su límite.